Puede resonar muy feo, además de incorrecto, decir que el escenario político, por fuerza de sus reiteraciones, se torna aburrido. Pero es difícil desmentirlo.

Internas e inflación sin control. Todos los días lo mismo. No hay o no parece haber otro asunto.

Y lo agotador (más que aburrido, tal vez) es la perspectiva de que esa dinámica no tendría resoluciones de corto o mediano plazo.

De ser por las internas, como el plural lo indica, no sólo se trata de la oficialista.

Los cambiemitas tienen lo suyo, pero carece de sentido político mayor dedicarles una atención estructural.

Dicho, sabido o conocido: por fuera de las peleítas entre nombres como los de Larreta, Macri, Bullrich y un par de radicales que no dan el piné salvo que una sorpresa casi estrambótica demostrara lo contrario, de fondo no hay absolutamente nada diferenciador respecto del modelo económico que aplicarían porque, encima y excepto haber vivido en un termo, está a la vista que ya lo ejercieron.

A lo sumo, para introducir matices forzados, habría cruces por la brutalidad acentuada con que lo repetirían.

Por ejemplo: ¿cuánto de contundente debería ser el triunfo electoral de la derecha para animarse a medidas de shock, en el plano de regímenes laborales y jubilatorios (entre otros), que implicarían represión social, callejera, extendida?

¿Hasta dónde debiera llegar el arco de alianzas para decidirse a tal cosa? ¿Cómo calcular que el peronismo vencido no se reconvertiría en un gigante despierto y unificado?

¿Esa derecha vencedora debería confiarse a ciegas en la clase media, de la que básicamente se nutre y que fija el humor social generalizado?

¿Acaso la clase media, e incluso la porteña en particular, son una unívoca expresión de tilinguería facha, como si además no se tratase de la intensidad de sus componentes progresistas que encabezan luchas contra el avasallamiento de derechos gremiales y sociales, y contra los genocidas, y en el campo intelectual, y en los medios de comunicación, y en contra de la famiglia judicial, y a favor de las propuestas y experiencias de vecinalismo concientizado, de cooperativismo, de iniciativas novedosas que involucran a grupos y colectivos diversos?

Interrogantes como ésos motivan aquel debate de derechas sobre la “regulación” del ímpetu con que un gobierno de esa naturaleza repetirá lo ya ejercido.

Nada más.

Los economistas cambiemitas, sus equipos, las variables que estudian, la idea de acabar de una vez por todas con la tragedia del “populismo”, y la de reducir la intervención del Estado en pro de que beneficie a los sectores del privilegio eterno, carecen de disidencia alguna.

Y más aún, la figura de Javier Milei, que en efecto no para de crecer, les viene al pelo como miembro de la casta política (nunca empresarial) que ese sociópata grita rechazar.

Milei, en tanto personaje individual que vive de acting violento y permanente, es “lo de menos” por dos razones centrales.

La inicial, la de su impronta electoral que obsesiona a las encuestas y al espectacularismo mediático, es mero entretenimiento.

Si ocurriera la repetición de una escena similar a la 2003 (fragmentación en primera vuelta), no cabe otra alternativa que “los libertarios” apoyando al cambiemita que fuere en la instancia decisiva.

Da vergüencita aclararlo, pero por las dudas y a valores de hoy: Milei es un producto televisivo -ni siquiera de redes o streaming- que no cuenta ni con aparato ni con cuadros políticos para lanzarse a una aventura presidencial exitosa. Sí, eventualmente, tiene con qué intervenir (ya lo hace) en una discusión de votos que derechice voluntades.

¿Y punto?

No.

Justamente ése es el problema.

El personaje encarna, con brillo tan falso como repugnante pero brillo al fin, el sentimiento extendido del discurso de la antipolítica.

Se cuela por los ranuras, enormes, que entusiasma a la frivolidad de sectores hartos de que la política no dé respuestas.

Pero resulta que no sólo cuenta el conchetismo que favorece rechazar a “la política”. También están el abajo, los desprotegidos, los conurbanos. Que no es un fenómeno local, ni muchísimo menos.

Allí, para variar, es donde ingresa la ausencia de estatura en la interna del Frente de Todos.

Una interna que incluye a la inflación descontrolada, por lo insistente de que tampoco queda claro, ni por asomo, cuáles son las disidencias marcadas y, sobre todísimo, propositivas, entre los dardos envenenados que se lanzan en público.

En su habitual artículo dominical para este diario, Alfredo Zaiat hizo un resumen muy claro, con explicaciones técnicas de fácil comprensión, acerca del nudo que comprime -o comprimiría- las tendencias oficialistas en pugna.

Para el equipo económico, los principales motores del área son exportaciones e inversiones. Y no el consumo, según entiende el ala kirchnerista.

El dilema, como señala Zaiat, es que, cuando existe un problema económico que no tiene respuesta inmediata ni nada que se le parezca (en este caso falta de dólares para hacer crecer al consumo popular y llegar a las elecciones con mejores perspectivas), la forma de encararlo es en términos políticos.

Y lo que no parece, como asimismo señala el colega, es que existan condiciones objetivas, en el Frente de Todos, para alcanzar una síntesis.

El mundo ultrapolitizado, y gracias, asiste a la tragicomedia de fotos de posicionamiento personal frente a si hay que apoyar la segmentación en el pago de tarifas de luz y gas o seguir con subsidios indiscriminados.

Si hay que supervisar de tal o cual manera una parte del manejo de las reservas monetarias.

Y si habría que reintroducir más o mejores dispositivos de inspección comercial, para frenar a los precios de la canasta básica.

Aquí, y también de vuelta, aburrido o agotador o como quiera que se lo llame, ¿cuáles son las tan terribles o dramáticas diferencias entre Alberto y Cristina, entre La Cámpora y los gobernadores, entre unos y otros intendentes del conurbano?

No se sabe. No se conoce. O, de mínima, no se preocupan por demostrarlo desde aquello de lo propositivo.

Para el caso, ¿es desde el periodismo especializado de donde debe surgir la clarificación de qué discuten?

Los discursos y los gestos son cristalinos, eso sí. Se tiran con lo que venga.

Cuáles medidas se tomarían en lugar de éstas o estas otras, no.

Acerca de la inflación, una de las cosas que tensa la interna oficialista es precisamente cómo se gestionarían con eficiencia los resortes que ya están.

Pero no hay ni una palabra sobre cuáles podrían crearse y/o implementarse en la realidad realmente existente. Que no vendría a ser la de disparar fraseología demagógica desde el confort ideológico, o político, de no tener que resolver asuntos ejecutivos.

Nuevamente por ejemplo: ¿por qué la interna del Frente de Todos no avanza ni en la proposición ni en la consumación de cosas más simples que “la macro”, del tipo de cómo activar a los actores de la economía popular, a los mercados de cercanía, a la desconcentración productiva, a la movilización social de ese sentido?

¿Por qué no hay nada de nada, prácticamente, que no sea sumergirse en una interna frente a la que la unidad a secas no da garantía alguna, pero sin la cual habría una derrota segura ante lo peor de lo peor?

Mario Wainfeld lo expresó ayer, también en su columna aquí, con una simplicidad digna de encomio y que intima a todos los actores de esta escalada.

“Cada sector monologa en distintos registros. Así funcionan y se agudizan las polémicas. Los discursos, los ámbitos elegidos y los emisores tienen un factor común, vaya a saberse si deliberado o no percibido. Les hablan sólo a minorías politizadas o protagonistas corporativos. Interpelan a las fuerzas propias o a los convencidos. Parece que el objetivo es robustecer la identidad, antes que sumar o interesar a terceros”.

Ojalá la respuesta no sea que se sienten más cómodos en el relato de la épica confrontativa del chiquitaje que en el barro de disputar el Poder.

La buena noticia sería que esta sociedad, siempre, ha dado muestras amplias de que le quedan reservas, aunque sea de minorías intensas, para impedir a la corta o a la larga que eso de lo peor se consolide.