El periodista Gabriel Michi y su compañero, el fotógrafo José Luis Cabezas, se despidieron en la fiesta en la casa de Pinamar del empresario Oscar Andreani a las 4 de la mañana del sábado 25 de enero de 1997 con la promesa de telefonearse al otro día para continuar delineando la cobertura periodística de la temporada veraniega para la revista Noticias. Nunca se llamaron. Bien entrado el día, y preocupado porque Cabezas no había vuelto a dormir a la casa que compartía con su familia, el periodista consultó a sus fuentes para saber si se había registrado algún accidente que pudiera explicar la ausencia. Fue el comisario quien le contó algo que no solo cambiaría su vida, sino también el curso político y social de la Argentina: José Luis Cabezas había sido asesinado y su auto, incendiado en un descampado con su cuerpo adentro. Un crimen tan macabro como representativo de los manejos gansteriles de un sector empresarial de la época. Un crimen del que cumplieron 25 años y, si bien su recuerdo aún permea a colegas y memoriosos, vuelve al presente gracias al documental El fotógrafo y el cartero: El crimen de Cabezas, que estrenó la plataforma Netflix.

Producido por Vanessa Ragone a través de su compañía Haddock Films y dirigido por Alejandro Hartmann, misma dupla a cargo de la docuserie de la N roja Carmel: ¿Quién mató a María Marta?, sobre el crimen de María Marta García Belsunce, la película propone un pormenorizado recorrido por las distintas aristas que confluyeron en uno de los hechos bisagra de la década de 1990. Una década en la que Pinamar encarnaba a la perfección la frivolización de la política, así como también las relaciones carnales entre el menemismo y sus empresarios afines, entre la policía bonaerense y aquellos que con su poder eran capaces de comprar todo. Inclusive la impunidad, como señaló el hasta entonces desconocido empresario postal Alfredo Yabrán cuando, en una de las entrevistas concedidas en los meses posteriores al asesinato para intentar lavar su nombre e imagen luego de que las pistas empezaran a señalarlo como potencial autor intelectual, le preguntaron qué significaba tener poder en la Argentina.

“Hacía bastante tiempo que estábamos hablando con Alejandro sobre el tema. A mí me interesa particularmente porque mi papá era fotoperiodista, así que este crimen fue una cosa que impactó en mi vida personal y familiar”, cuenta Ragone ante Página/12 sobre la génesis de este proyecto que, con los testimonios a cámara de Michi, el abogado querellante de la familia Cabezas Alejandro Vecchi y el por entonces Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde oficiando como hilos conductores, desenreda el ovillo de pistas falsas, acusaciones cruzadas y corrupción que confluyeron en el crimen. Lo hace a través de entrevistas a periodistas especializados que en su momento siguieron el caso y a diversas fuentes de distintos sectores de la Justicia, así como también de un voluminoso caudal de imágenes de archivo. “Era un tema que no se había revisado, por lo menos desde lo documental y con cierto detalle. Además, este año se cumplieron 25 años, por lo que había varios elementos que lo volvían relevante, más allá de ver que en nuestro entorno de gente más joven, salvo excepciones, no estaba muy claro qué había pasado”, agrega la productora.

-La investigación se hizo a partir de fuentes bibliográficas, judiciales y periodísticas, además de los testimonios de las personas que vivieron el hecho de primera mano. ¿Cómo fue ese proceso?

Alejandro Hartmann: -Lo primero fueron los libros de Vecchi, El crimen de Cabezas y Los sospechosos de siempre, que fueron muy iluminadores, al igual que el de Michi, Cabezas. Arrancamos por ahí, porque siempre lo primero es revisar lo que hay. Después, empezamos a hablar con las fuentes y los diferentes protagonistas mientras tratábamos de saber dónde estaba la causa. Eso era fundamental por lo que dice Vecchi en la película: al final, la verdad es lo que se escribe en el expediente, que está en Dolores. El tema es que nadie tenía una fotocopia ni nada, más allá de que en un momento alguien cercano a Yabrán nos había dicho que sí. Terminamos yendo a Dolores y pidiendo permiso al Tribunal.

-No debe haber sido fácil tener acceso a la causa, ¿no?

A.H.: -Fue bastante complicado porque estábamos en medio de la pandemia y nunca es fácil entrar a las altas esferas judiciales para que autoricen la lectura de un expediente. Finalmente, logramos que nos dieran acceso durante unos pocos días que tratamos de aprovechar al máximo. Fuimos con los guionistas y un equipo de filmación y fotografía, y ellos leían mientras nosotros filmábamos porque no sabíamos si íbamos a volver. Muchas veces con los documentales llegás a un momento en el que la investigación empieza a solaparse con la producción. Pasa cuando te das cuenta de que hay cosas que se te pueden escapar y decidís filmar mientras investigás.

-A lo largo de la película se hace hincapié en el miedo que generaba la figura de Yabrán en todos los involucrados en el caso. ¿Encontraron, en líneas generales, fuentes con ganas de hablar?

A.H.: -Me parece que hay tres grupos de protagonistas o partícipes en esta historia. Por un lado, los allegados a José Luis, el colectivo periodístico y los fotógrafos, que vienen levantando hace 25 años la bandera de conservar la memoria, de denunciar lo que pasó y la impunidad actual en relación a los condenados que después fueron liberados. Más allá de que por cuestiones personales algunos hayan decidido no estar, para ellos era positivo y encontramos voluntad de hablar. Después, está la pata política, donde sí hubo más reticencia. A excepción de Duhalde, con todo lo que él implica, que fue el único que decidió estar. Pero llamamos a muchos más que no quisieron. El último grupo es el lado de Yabrán, un lado si quiere más personal, con abogados, allegados y familiares, que en general también fueron más reticentes.

-Más allá de que hayan pasado 25 años, en todos los entrevistados hay un dolor muy notorio cuando recuerdan el caso, como si estuviera muy presente, muy vivo.

A.H.: -Sí, totalmente. Michi dice que el caso es como una música de fondo permanente en su vida. Lo mismo que Edi Zunino, que en ese momento estaba al frente de la revista Noticias y en un momento cuenta que no hay día en el que no se le aparezca la imagen de José Luis. Creo que para todos ellos es así. No sé si Duhalde sueña con el caso, pero definitivamente le trastocó su carrera y sus intenciones políticas. Lo mismo que a mucha otra gente de la política, como Cavallo o el resto de los ministros de Menem. Más allá de que los políticos puedan esquivar muchas cosas, creo que este caso les trastocó las cosas a todos.

-¿La familia no quiso hablar?

Vanessa Ragone: -Hablamos con Gladys Cabezas, su hermana, y Cristina, su viuda. Ella no vive en la Argentina; habló bastante con Alejandro y nos autorizó a usar mucho material muy bueno, pero no quería volver a revisar el caso. Cristina tuvo mucha exposición mediática y no se sentía con ganas de volver al tema, algo totalmente entendible. Estábamos en plena pandemia, con lo cual tampoco había posibilidad de hacer una entrevista cara a cara. En ese sentido, Cristina fue muy generosa y solidaria, y creo que cuando vea la película va a sentir que fuimos por un camino de mucho respeto y preocupación por su marido. En el caso de Gladys, creo que fue la segunda persona con la que hablamos después de su abogado Vecchi. Al principio estuvo interesada, pero ella tiene una manera muy personal de llevar adelante su lucha. Hace 25 años que sigue discutiendo las condenas que por el beneficio del 2x1 los culpables no terminaron de cumplirse. Ella decidió preservarse y mantener su camino de lucha sin participar.

Hartmann y Ragone.

-A diferencia del caso de María Marta García Belsunce, que abordaron en la docuserie Carmel, el asesinato de Cabezas cruza lo público y lo privado, e involucra a personajes de las altas esferas del poder político, empresarial y judicial. ¿De qué manera esas variables entraron en juego a la hora de pensar la estructura del relato?

A.H.: -Para mí está bien compararlo con Carmel, no solo porque es nuestro trabajo anterior, sino porque en algunos lugares se tocan. Acá hay un drama "privado" muy terrible relacionado con José Luis y su entorno, que se transforma en algo tremendamente público, mientras que el caso Belscunce es definitivamente una cosa privada. Pero creo que la gran diferencia, tanto a la hora de pensar la estructura como nuestro punto de vista, tiene que ver con que en el caso de María Marta todavía no hubo una resolución judicial, mientras que en el caso Cabezas, por acción en primera instancia por el colectivo de periodistas, pero apoyados muy rápidamente por toda la sociedad, finalmente hubo una verdad judicial. Nosotros decidimos contar ese camino, más allá de que quizá sea menos misterioso porque sabemos quién fueron los responsables. Además, si bien en el caso de María Marta cada uno tiene sus interpretaciones, nosotros tratamos de mantenernos un poco en el medio. Acá, en cambio, tomamos partido apoyando la visión de la Justicia, y tenemos una idea más certeza de quiénes son los buenos y los malos.

-Sobre el final de la película, el periodista y compañero de Cabezas Gabriel Michi dice que “ese crimen sintetizó todos los males de la Argentina". ¿Están de acuerdo con esa afirmación?

A.H.: -Esa idea era parte de nuestra hipótesis de trabajo. A mí me interesan particularmente los años '90 en la Argentina, y apenas empecé a acercarme al caso me dio la sensación de que no se podía despegar el caso del menemismo, del 1 a 1 y el resto las políticas económicas nefastas, del atentado a la AMIA, de la voladura de la fábrica militar de Río Tercero y de la muerte de Carlos Memen Jr. Fueron un montón de situaciones muy características de esos años que hicieron que una sociedad que de alguna manera estaba adormecida empezara a despertarse. Después de Cabezas, esa sociedad salió a la calle y decidió tomar de vuelta la política en sus manos, porque es un caso donde se cruza la política corrupta, el poder económico también corrupto, la Maldita Policía, un crimen totalmente aberrante y la figura oscura de Yabrán. 

-Alejandro, en el Bafici presentaste El nacional, un documental sobre el Colegio Nacional Buenos Aires en vísperas de la elección de un nuevo rector, que tiene una impronta mucho más cercana a observación de procesos que al carácter más expositivo e informativo de El fotógrafo y el cartero. ¿Cambia la manera de aproximarse al objeto de estudio teniendo en cuenta esas diferencias?

A.H.: -Me gusta mucho contar historias y miro todo de esa manera. Incluso me gusta "hablar", sentar un punto de vista. En ese sentido, no siento que haya muchas diferencias. Sí es cierto que El fotógrafo… es una película si se quiere más expositiva, pero es atrapante y con sus características particulares. Obviamente no pude "observar" esa historia. Quizá, si hubiera podido filmar lo que ocurrió entre 1997 y 2001, hubiera hecho una película muy distinta. Por supuesto que una no tiene entrevistas y la otra está llena, pero lo que me interesa de las entrevistas tiene que ver con lo que la gente relata. Hay un momento en el que cierro los ojos y completo lo que están contando. Entiendo las diferencias formales entre una y otra, pero las dos cuentan historias, describen procesos y abordan contextos. En todos los casos trato de encontrar, dentro de lo que se quiere, alguna poesía visual o algo que me resulte interesante para mirar, que me genere algo, que me emocione. De alguna manera, las dos están unidas, aunque sean muy distintas.