En 1982, año en que se le concediera el Premio Rómulo Gallegos por su novela Palinuro de México, el escritor mexicano Fernando del Paso, residía en Londres donde trabajaba en la BBC. Como él mismo cuenta “me desempeñaba en los External Services –o Servicios Exteriores- como traductor, locutor y productor de programas de radio del Servicio Latinoamericano”. Ese organismo, a diferencia de la autonomía de que gozan la radio y televisión de la BBC, dependía del Ministerio de Relaciones Exteriores británico con lo cual los criterios informativos se acomodaban a los cambios de políticas y dirigentes ingleses.

Fue en tiempos de la Dama de Hierro cuando la existencia más o menos rutinaria de la emisora se vio conmocionada al estallar el conflicto de Malvinas. Los periodistas latinoamericanos que allí trabajaban pensaron que se enfrentaban a una cuestión difícil de abordar. Por un lado la Argentina estaba bajo la dictadura militar, pero por otro, todos los argumentos geográficos e históricos daban la razón al reclamo argentino. Sin embargo, no les fue dado elegir sino que se les dieron órdenes directas de referirse a las Falklands Islands y de traducir sin cambiar nada, los escritos producidos por los propios ingleses de los principales medios.

Pero además, apenas producida la invasión argentina, los ingleses inventaron una estación de radio de onda corta, Radio Atlántico Sur, que transmitía en castellano y controlaba repetidoras de la BBC. Con esta maniobra inglesa, los periodistas de los Servicios Exteriores se quedaron sin escuchas, sin embargo Fernando del Paso tuvo la oportunidad de contar con un público debido a que colaboraba con la revista mexicana Proceso. Entre el 2 de abril y el 5 de junio escribió once artículos que decidió compilar al cumplirse treinta años de la Guerra de Malvinas.

Escritas en Londres, viendo lo que acontecía a nivel político y en la sociedad inglesa, las crónicas ofrecen el panorama de aquel escenario, tan distinto del argentino, y apuntan contra el imperialismo británico, que salvo alguna ínfima voz discordante, unió a todo el arco político en una cruzada patriótica y hasta considerada como democrática en tanto se adjudicaban la misión de derribar a una dictadura con la cual, hasta poco tiempo antes, mantenían buenas relaciones comerciales. Lo primero que registra del Paso es el estupor que causó la incursión argentina, al punto de que el parlamento se reunió un día sábado, cosa que no hacía desde 1956 cuando el presidente egipcio Nasser tomó el Canal de Suez. Si bien los “malvinos”, como los llama del Paso, “más ingleses que los ingleses”, se espantaban ante la idea de ser conquistados por los argentinos y tenían en su historial haber rechazado en 1966 a los militantes del Operativo Cóndor, la reacción de Thatcher tuvo menos que ver con esos lejanos y escasos británicos, que con la riqueza vegetal y mineral de las islas y toda la zona antártica. A lo que se sumaba el temor de que lo acontecido en las islas promoviera otros reclamos de territorios ocupados como Gibraltar.

La decisión inmediata de los indignados ingleses fue aumentar el armamento, aun cuando ya superaban largamente el que poseían los argentinos, y embarcarse hacia las islas. Los valientes cruzados fueron despedidos en el puerto de Portsmouth por una multitud que los alentaba a restituir el honor británico mancillado. Justamente este es un punto que del Paso destaca para mostrar esa ola de patriotismo que cundió entre los ingleses, y que, lamentablemente, tenía su contrapartida en la que vivió por esos día la Argentina, también con la información cercenada.

Pero además, se ve en este registro día a día un movimiento acelerado a nivel internacional: ruptura de relaciones, retiro de embajadores, posibles sanciones económicas, declaraciones de neutralidad o de respaldo a uno de los dos contendientes, junto con las maniobras del Secretario de Estado Alexander Haig que, como irónicamente señala del Paso, saltaba de Buenos Aires a Londres, mientras Ronald Reagan ofrecía mediar. En la crónica del 12 de abril del Paso hace una enumeración extensa de las vertiginosas reacciones de toda índole y de hipótesis acerca de una extensión del conflicto en una dimensión internacional, de las enormes consecuencias e incierto desenlace. Lo que visto desde hoy, resulta una gran hipérbole.

Como testigo presencial del Paso relata el apoyo de los británicos, la mayoría de los cuales poca idea tenía de la ubicación y existencia de las islas, cuyo nombre inglés muchos ni sabían deletrear, al tiempo que no faltaban quienes pensaban en el enorme costo económico que implicaba sostener semejante flota y que entre los vivas a los marinos muchos empleados ingleses estaban siendo despedidos. Consigna también información sobre la historia de las islas: la invasión británica en 1833 y la lucha heroica del gaucho Rivero, nombre que le dieron los argentinos a Port Stanley. A partir de estos datos, del Paso desenmascara las justificaciones inglesas sobre su derecho de posesión de las islas. También refuta el argumento inglés de que semejante despliegue bélico tenía como finalidad derrotar a una feroz dictadura, que efectivamente lo era. Pero olvidaban que similar condición existía en Guatemala, Honduras, Haití, y sobre todo Chile. Aunque Thatcher previsiblemente no dejó de querer legitimarse mentando a Hitler, del Paso en todo momento se ocupa de separar la maniobra dictatorial del legítimo derecho argentino.

Frente a las declaraciones triunfalistas de Thatcher y una opinión pública inundada de propaganda nacional, del Paso consigna otra faz: “los países de la Comunidad Europea no están dispuestos a poner en peligro sus intereses comerciales en Latinoamérica, en aras de la última aventura colonial de Inglaterra”. Intereses que incluían los de los propios británicos.

Finaliza las crónicas sintetizando la reconquista británica de las islas para enseguida pasar a casi inventariar las numerosas islas en poder de Francia, de ahí el apoyo a Gran Bretaña por parte del socialista Mitterrand.

Fechado en 2012, en el Epílogo, del Paso cuenta de su trabajo en España cuando abandona Inglaterra. Más tarde, y a veinte años de Malvinas, supo que un islote “español” llamado Perejil en la zona de Gibraltar fue ocupado en 2002 por marroquíes, desalojados inmediatamente por tropas españolas con el apoyo de la OTAN.

Islas e islotes que son como puntas de icebergs de enormes intereses estratégicos, políticos y económicos, por eso: “los vaivenes de las Malvinas no nos dejan en paz”.