La canonización de Maradona, su condición de súperhéroe mitológico, la sensación de inmortalidad que transmiten sus goles deberán competir desde ahora con el nuevo prodigio de la inteligencia artificial (IA): la creación de un avatar de Diego que sintetizó su voz, sus gestos, sus movimientos, y sus palabras, para vender un viaje en avión al Mundial de Qatar. El avión se llama "Tango D10S".

Habrá quien lo interprete como el avance civilizatorio que combina la dimensión religiosa/mágica/sobrenatural con la perfección algorítmica: un Maradona joven, que le habla al mundo desde el cielo con la camiseta de la Selección, para algunos resultará más verosímil, hoy, que la repetición al infinito del segundo gol a los ingleses. 

Los videos se viralizaron y hubo quienes lloraron al verlos. No es para menos: es como estar frente a una estampita digital con la que se puede interactuar. Ningún santo había llegado a tanto, hasta ahora. La inteligencia artificial está colonizando la vida real como durante siglos lo hicieron las religiones, pero esta nueva intervención se hace en nombre del progreso de la humanidad, subida a una suerte de neopositivismo radicalizado. 

A través de estos videos, la gente no llora a un Diego muerto. Llora a un Diego resucitado mediante complejísimas operaciones digitales. Poetas, músicos,  filósofos y chamanes seguirán invocando el espíritu de Maradona. Pero los gurúes de estos tiempos de escepticismo violento son los ingenieros, los desarrolladores informáticos, capaces de producir "vida" y captar emociones que se pueden monetizar rápidamente.   

Esta nueva "vida" producida sobre la base de algoritmos inaugura además una dimensión desconocida en términos de "verdad" y de "mentira". Lo que prevalece ahora, frente al viejo juego dialéctico que acompañó desde siempre la historia humana, es la indiferenciación. La verdad  y la mentira se confunden, ambas absorbidas por la eficacia. 

Diego "dice" hoy, dos años y medio después de su muerte: "Y sí, no les voy a mentir. Estoy ilusionado con el próximo mundial como todos ustedes, espero que el fútbol nos vuelva a dar una alegría a los argentinos, ojalá que podamos volver a festejar como en el 86, nos lo merecemos, nos lo merecemos muchachos, y les pido un favor: no me olviden, porque yo a ustedes los llevo en mi corazón". No importa que no lo dijo. Lo podría haber dicho. O quizás no. Da lo mismo. Muy pronto en Google se mezclarán sus palabras con las de su avatar. 

Pero la IA tiene (por ahora) un límite que estos videos de Maradona, quizás por la naturaleza del personaje, exhiben de manera muy notoria: falta la chispa. No alcanza a reproducir aquello por lo cual vale la pena vivir (aunque sea disfrutando del genio de los otros). Las inflexiones de la voz computarizadas, el ritmo del habla, el tono, hasta las palabras, extraídas seguramente de un catálogo digital que habrá sistematizado sus millones de intervenciones públicas, son efectivamente reconocibles en el Diego de nuestra memoria. La factura técnica es impecable. Todo es Diego, pero falta su impronta, su singularidad, la repentización frente a una pregunta tonta, su reacción intempestiva ante situaciones límite. Tampoco están sus debilidades, sus contradicciones. En definitiva, todo lo que hizo de su vida (y de la nuestra, por añadidura) una aventura, una comedia, una tragedia, pero ningún sistema computacional puede --todavía-- clonar. 

El creador del avatar, Martín Rabaglia, le dijo a la revista Forbes: “Logramos un resultado del cual estoy orgulloso, porque la experiencia es tal cual la imaginamos. El ávatar del Diego es un teaser, pero día a día lo vamos a entrenar para que tenga más contenido y mayor interacción".

Seguramente a medida que pase el tiempo lograrán un Maradona cada vez más perfecto y parecido a sí mismo. Será, de todos modos, un Diego estandarizado, oprimido por su propio archivo digitalizado. Un Diego, además, expuesto a la voracidad económica ajena, pero sin posibilidad de rebelarse. 

La tan buscada inmortalidad, antes potestad de los dioses, se tramita ahora en Silicon Valley. Se habla de un transhumanismo. Hay ingenieros que sueñan con transferir la conciencia humana a un chip. Un upload que insufle vida digital para que en un futuro la gente pueda "interactuar" con sus familiares ya fallecidos (por ejemplo). 

El filósofo francés Eric Sadin citó en su trabajo La inteligencia artificial o el desafío del siglo a su colega --y activista-- Simone Weil, que en el libro La condición obrera planteó, en los años 30: “las cosas desempeñan el rol de los hombres y los hombres desempeñan el rol de las cosas; es la raíz del mal”. Un siglo después la tecnología potencia su tentación antropomórfica, buscando atribuirles a los procesadores cualidades humanas. No lo logra del todo, pero en el camino se hace divinizar a sí misma. 

Uno se encuentra entonces a un Maradona que no es maradoniano, al que le hacen decir --para vender un viaje millonario a Qatar--: "El fútbol sigue siendo el deporte más lindo y más sano del mundo". El auténtico Maradona lo había dicho mejor y en el momento justo: "la pelota no se mancha".