Ricardo Manetti es conocido por su labor académica que lo ha transformado en referente insoslayable de la historia de los medios -particularmente del cine- en Argentina. También por las políticas culturales que ha llevado a cabo desde diversas gestiones como Subsecretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Secretario Académico de la Fundación Konex o como creador del BAFICI. Su trabajo como productor teatral -entre las que destacan Rent o La noche en que Larry Kramer me besó- fueron actos de activismo en sí mismo en pro de los derechos LGTBIQ. Ahora promete continuar su tarea militante en el terreno de la educación superior. En las próximas líneas se buceará en aspectos desconocidos de su vida: los años en el servicio militar obligatorio, sus amores en tiempos oscuros, sus incursiones televisivas y cinematográficas, su participación en la primera publicación gay post democracia y otros hechos que terminan de erigir su vida en estética de la militancia gay.

Cómo gay que vivió la mayor de su vida en el siglo XX. ¿tuviste que sortear ese insulto fundacional que Eribon le adjudica a nuestras existencias?

R.M.: El lugar del insulto ha estado y sigue estando presente. Han cambiado los modos y las caracterizaciones. El insulto forma parte de nuestra historia, expresiones que uno recibía de niño como la palabra “maricón” o “no actúes como nena” y que a veces aparecían desde el propio seno familiar con afán de resguardar de la hostilidad exterior, pero al mismo tiempo generándote un malestar de niño porque tenía que ver con tus gustos, tus deseos que eran diferentes a los demás. Después fueron apareciendo puto, marica. También están los que se dan dentro de la comunidad lgtbi, como pasiva. En los años ochenta, era la necesidad de asimilarte a una masculinidad hegemónica, no querer aparecer como una figura maricona. Sigue habiendo huellas de todo eso.

¿Cómo resististe al insulto?

R.M.: Algunas de las características de nuestro colectivo fue resguardarse y generar fortalezas. Yo siempre quise construir determinados lugares de poder, en función de plantearme ciertos liderazgos. En el colegio intentaba ser un muy buen alumno, me gustaba estudiar, pero también destacarme y demostrar que podía ser bueno y bueno con el resto de los compañeros y desde ahí liderar. Son estrategias de empoderamiento que expresan: “Acá estoy destacándome en algo frente a la fragilidad de mi sexualidad”. Frente a la violencia real o potencial construía espacios de liderazgo en el que mis compañeros me tenían de referente.

¿Qué recordás de tus amores en la escuela secundaria?

R.M.: En una escuela pública de Villa Ballester tuve amigos muy cercanos con los que fui construyendo vínculos afectivos. Siempre busqué la cercanía de varones más grandes que yo, incluso corporalmente para asentar el liderazgo. Era 1975 y el contexto era el de una democracia que comenzaba a ser débil. Yo tenía doce años y el amigo que elegí era grandote, con la camisa abierta donde se podía vislumbrar el pelo en pecho. Él me enseñaba sobre la retórica del sexo heterosexual. En ese vínculo se establecía un juego amoroso y en lo que me contaba yo desplazaba mi deseo hacia él.

¿Cómo fue tu experiencia en el servicio militar obligatorio?

R.M.: Fue en el ‘81, en plena dictadura y con dos meses de adiestramiento militar en el Regimiento 5 de Infantería de La Tablada, lo cual consistía en vivir en campaña, en carpitas, sin bañarnos, con letrinas, jugando con la idea del hombre animal. Ahí también tuve el impulso de destacarme en esa instancia a la vez que renegar de la institución. Tenía la estrategia de exacerbar la masculinidad hasta poner en ridículo la lógica militar. Eran mis formas de resguardo en ese universo entre varones para ocultar el deseo. Lo único que nunca logré fue jugar al fútbol. Desde el secundario siempre fue el lugar en el que me sentí más fragilizado y excluido.

¿Tuviste relaciones eróticas dentro del ámbito militar?

R.M.: Hubo situaciones de atracción, pero nunca tuve una situación sexual con compañeros. Lo que sí, se acrecentaron los levantes callejeros con el uniforme. Siendo colimba descubrí la estrategia del uniforme. Vestido de soldado levantabas más y a la vez tenías el resguardo de la institución. Era la época de yiros en ciertos recorridos: Lavalle, zona de cines o Santa Fe, zona de taxi boys.

¿Por qué te daba cierto resguardo?

R.M.: Muchos se te acercaban pensado que eras un pibe hetero, que eras milico. Así cumplías fantasías. Uno de mis primeros affaires surgió así. Si bien, yo no estaba vestido de soldado, en el servicio me habían dado un piloto que era divino para los días de lluvia. Había ido a un cine de la calle Santa Fe, estaba vestido de civil y me había puesto ese piloto que no me correspondía usar. Se me acerca un tipo, vamos a la casa y me dice: eso es del ejército. Era un capitán al cual seguí viendo.

¿Y viste situaciones de otros conscriptos?

R.M.: Había compañeros gays incluso en el adiestramiento: un chico salteño en un día de actividades festivas en plena campaña armó un número musical para todos los soldados y hasta hizo imitaciones de Liza Minnelli. Fue muy disfrutado y él lógicamente estaba chocho. (risas)

¿Cómo fue tener relaciones con varones en tiempos sin derechos?

R.M.: Yo me movía en los ámbitos de Filosofía y Letras y del cine y ahí estaba protegido. Nunca hice explícitos mis vínculos amorosos, pero nunca los oculté. Dejé de vivir con mis padres a los veinte años, sabían que estaba viviendo con otro señor, que me llevaba veinte años. Yo viví casi toda mi vida en situaciones de parejas estables. Mi primera pareja fue Claudio (España, el historiador de cine). Al principio decíamos públicamente que era un primo de mi mamá que a su vez era un tío mío. Daba la casualidad de que mi familia materna es de Luján, Claudio era de Luján y compartíamos historias en común del pueblo: lugares, el café “El Águila”, el cine.

Era un secreto a voces que repercutía en las vidas de los que transitábamos la vida universitaria. Vos vivías tu vida y no dimensionabas lo importante que era para otras/os estudiantes saber que en otro lado había una pareja gay...

R.M.: El día en que me eligieron decano, docentes y no docentes que me conocen desde hace años se me acercaban y me decían “¡No sabés lo emocionado que debe estar Claudio donde esté!”. Era muy público. Claudio y yo éramos una marca registrada. Lo más fuerte fue cuando firmamos juntos un artículo. Era una manera de consolidar nuestra relación de manera pública antes de que existiera ley de matrimonio. Casi tuvo ese sentido simbólico. Era dejar un documento con nuestros nombres que perdurara.

¿Cuáles fueron tus primeras publicaciones militantes?

R.M.: Durante los años 1984 y 1985 salió una revista, Diferente, la primera publicación gay tras la vuelta de la democracia. Después de comprar dos números, me presenté en la redacción y fui a ofrecer escribir sobre cine. Mi primer artículo fue sobre Noveccento u otra de Bertolucci que había estado prohibida y ahora se podía ver o sobre un porno soft italiano que se llamaba La Llave y una nota sobre Rita Hayworth. Recuerdo que el editor me recomendó que no pusiera mi nombre y usara seudónimo. Había que enmascarar la identidad y usé mi segundo nombre y acorté mi apellido: Alejandro Matti.

¿Cómo llegaste a la Facultad de Filosofía y Letras?

R.M.: Llegué a finales del ‘83 casi azarosamente. Me inscribí sin pensarlo porque estudiaba Ciencias Económicas y me cambié de carrera a Historia de las Artes. Lo hice para cumplir con un mandato familiar. Si había dejado la facultad para estudiar teatro tenía que estudiar en la universidad.

¿Cuáles fueron tus primeras incursiones como actor?

R.M.: Hice telenovelas en el Canal 9 de la época de Romay a partir de castings. La primera que hice era con Cecilia Maresca y se llamaba Increíblemente sola. Maresca había hecho Dar el alma con Raúl Rizzo y querían repetir el éxito, pero el galán terminó siendo el “Facha” Martel. Era una telenovela típica de la transición democrática cuyo tema musical era de Silvio Rodríguez y era interpretado por muchos actores no profesionales. La historia transcurría en un reformatorio y Maresca era la asistente social. Yo era el villano de la historia: intentaba violar a Maresca y al personaje de Pablito Rago lo llamaba Heidi.

¿De donde salió la frase “Manetti mató a Camila O’ Gorman”?

R.M.: Por la misma época quedé seleccionado en dos películas paradigmáticas de la democracia: Los chicos de la guerra y Camila. En el caso de ésta última, yo grababa el último día de filmación, en el Mercado Central que es el lugar donde se hizo la escena del fusilamiento. No la maté yo solo. El otro que fusilaba a Camila era Fernando Noy. ¡Qué fusiladores! En Los chicos de la guerra quedé seleccionado para un rol secundario junto a mi ahora amigo inseparable, Mosquito Sancinetto.

¿En qué obra de teatro actuaste?

R.M.: En 1983 en una que se llamaba Nosotros los alegres. Era un plagio a Los chicos de la banda con una reunión de un grupo gay de diferentes edades. Terminaba con el tema “Soles” de Marilina Ross. Los invité a mis viejos. Fue como salir del closet y en un escenario con una platea llena de putos.

En el discurso que pronunciaste cuando fuiste electo afirmaste que hay “transfeminizar la universidad”. ¿A qué te referís?

R.M.: Una facultad tiene que ser transfeminista, la universidad tiene que serlo, tiene que desmontar esos modos de articular prácticas y discursos en términos patriarcales y heterosexistas. De repente, se cree que no es así porque hay algunos casos. No tienen que ser algunos casos. ¿Por qué no hay compañerxs trans en la gestión? Tenemos que luchar para que la universidad tenga un cupo travesti trans no binarie. Pero no consiste solo en sacar resoluciones, sino con los modos de habitar, con las formas en que esas resoluciones se constituyen en praxis. Es complejo porque muchas/os no pueden aun acceder a un espacio que sigue siendo elitista a pesar de ser una universidad pública. Tenemos que hacer cada vez mas evidente que es una universidad para todas, todos, todes. Hay que dar más espacio y espacios de gestión a personas del colectivo trans que ya están en espacios de investigación y académico y que debieran tener otras posibilidades de acceso porque son quienes van a transformar las pedagogías y las didácticas.

¿Con qué obstáculos de gestión te encontrás?

R.M.: Hay muchos miedos y mecanismos de estas instituciones centenarias que son conservadores donde aparece falazmente la idea de defensa de los valores académicos cuando no es lo que se está poniendo en juego. Puede haber una calidad académica altísima, pero hay que desmontar mecanismos en términos institucionales. Graciela (Morgade) viene trabajando desde el feminismo, desde la ESI. La idea de una mujer liderando una facultad y desde una carrera que, como la de Ciencias de la Educación, no solían liderar. Es el trabajo de ir abriendo puertas. Pertenecemos a una generación de transformaciones históricas, vivimos muchas vidas, situaciones impensadas. La ley de matrimonio igualitario era inimaginable a mis veinte años cuando estaba con Claudio.

¿Cómo se manifiestan las deudas pendientes?

R.M.: Hay violencias institucionales muy fuertes, y cuestiones tan naturalizadas que las instituciones no las ven como violentas. ¿Por qué en una carrera como Artes no hay visibilidades que recién se comienzan a dar ahora del colectivo travesti, trans, no binarie? Hay una compañera que era compañero que en su momento dejó una catedra. A los sesenta años decidió transicionar y ahí puede entender lo que le estaba pasando y no hubo espacio para escuchar ni para que pudiera hablar. Las comunidades trans y travestis son violentadas frecuentemente por los medios masivos para generar situaciones de odio. Hay que iniciar procesos que comiencen a repensar nuestras formas de domesticación, por ejemplo, eso de querer asimilarse a determinadas masculinidades cuando eso hace que se ejerza violencia sobre otras diversidades. Hay que recuperar en las instituciones la palabra orgullo frente a lo que por años fue vergüenza. Yo me siento orgulloso de mi comunidad, de mi disidencia. Nunca me sentí culpable, me he sentido muy libre en mi sexualidad.

Hace unos días junto a María Valdez hiciste una conferencia performática sobre Vidalita de Saslavsky para dar cuenta de la trasnsaudovisualización en el cine argentino. ¿Cómo vas a compatibilizar esas acciones intelectuales-militantes con tu función de decano?

 

R.M.: Son parte de lo mismo. Yo asumo como decano el 1 de agosto. El 12 de agosto la volvemos a hacer con María en el teatro Lavarden convocados por la Secretaría de Cultura de Rosario. Hay una palabra que me representa y sobre la que ya bregaba en los diseños curriculares de los años noventa: queer, la idea de lo raro. Yo he sido raro en muchos sentidos. Es raro haber sido actor de telenovelas, que aún hoy me permita hacer Vidalita. Es raro incluso que sea decano. Eso construye elementos identitarios de lo raro, lo anormal y ahí está mi fortaleza.