Hubo Lobo cuenta que aprendió a tocar la trompeta porque era el único instrumento con el que su padre, el percusionista prócer del folclore Rubén Lobo, no podía obsesionarlo. Primero probó con la batería, instrumento insigne de su papá, pero las sesiones de aprendizaje eran intensas. “Entré a un conservatorio, que generalmente es para estudiantes del secundario, cuando iba a cuarto grado. Mi viejo me hacía practicar varias horas por día y después me tomaba lección. Yo quería jugar a la pelota o a la escondida con mis amigos, pero cuando me venían a buscar les decía que no podía salir, que estaba estudiando. En un punto me saturó, me dio bronca. Y no quise agarrar más la batería. Así probé con el piano… ¡pero descubrí que él también sabía tocarlo! De pura bronca, entonces, me pasé a la trompeta”, cuenta Lobo. “Y fue amor total: estaba cinco horas por día, recontracebado, yendo al conservatorio y a un profe particular. Pasó el tiempo y hoy tengo que agradecerle a mi viejo, porque esa exigencia que tuvo me permitió a aprender el instrumento con otro rigor.”

Veinte años después de aquella primera trompeta que le regalaron una navidad, Hugo Lobo agita la boquilla y digita los tres pistones para cientos y miles de personas en Buenos Aires, después en el interior, más tarde en América latina y ahora, también, en Londres, la cuna del culto que profesa: el ska 2 Tone. Fue en abril, en el London International Ska Festival, uno de los más importantes del género en todo el planeta. Lo invitaron a tocar una noche y, aprovechando el viaje, se quedó dando vueltas por Inglaterra tres semanas más, con una compu y su trompeta pocket en la mochila. Todo para tocar y grabar con los pioneros vivos del ska 2 Tone, de los que se hizo amigo trayéndolos a Argentina y llevándolos a comer a una conocida parrilla sobre Alvarez Thomas, en Urquiza. Como los grupos fundamentales The Specials o The Selecter, de lo cual se desprendió una gran amistad con Pauline Black, su cantante, a quien Hugo le produce los discos.

De la mano de algunos de ellos tocó en lugares donde hizo bailar a personas que no él conocía, pero ellas sí a él: “Se acercaban a saludarme y a convidarme tragos. Algunos tenían mis discos solistas o los de Dancing Mood en sus celulares, no la podía acreditar”, recuerda con estupefacción. Pero hay una explicación. La misma que define muchas otras características de su perfil: su amistad eterna con el trombonista Rico Rodríguez. El cubano, fallecido hace un año y medio, le hizo buena propaganda a Lobo en Inglaterra, donde era profeta lejos de su tierra.

Es notable la capacidad de Hugo para conectar personalmente con quienes primero se vincula musicalmente, un rasgo que lo lleva a tener amistades tan disímiles como las de Pablo Lescano o Dennis Bovell, el Pepo o Skay Beilinson. Pero la relación con Rico lo marcó como ninguna de ésas. Ya desde el primer acercamiento, cuando el trombonista le recriminó que no estaba dándole al tono, hasta el reencuentro posterior, de pura aprobación e inicio de una linda amistad. “Lo que estoy haciendo ahora como solista, de ir a tocar al interior con músicos locales, lo hizo Rico hasta sus últimos días, incluso cuando ya ni podía tocar el trombón. Para mí eso fue siempre una referencia más allá de lo musical. Era ideológica”, sostiene Lobo.

Su carrera solista comenzó hace tres años, como una válvula de escape para poder ir más allá de lo que la estructura big band de Dancing Mood le permitía. Ese conjunto se vale de los altos estándares del jazz pero con aspiraciones de ska, lo que deja como resultado un diálogo salubre entre interpretaciones sofisticadas y decodificaciones populares. Porque, en definitiva, no se necesitan partituras para aprender a bailar. Hugo Lobo es el Duke Ellington de Villa Pueyrredón: un tipo que da dirección a una orquesta con las mejores artes para que la gente se divierta de la mejores formas.

En cualquier momento sale On The Good Road, el décimo disco de estudio de Dancing Mood y el primero que tendrá únicamente composiciones propias. Después de versionar lo que se le ocurriese, Hugo Lobo se animó a crear sus canciones. Y hasta ahí llega: “A veces me pican las ganas de cantar, pero me termina dando vergüenza”, confiesa. El nuevo disco de Dancing será, quizás, también el último. Al menos en el formato convencional. “Los discos dejaron de interesar y los formatos de venta a demanda no lograron reemplazaron el negocio. Hoy todos escuchan música ni siquiera por Spotify, sino por YouTube... discos enteros”, blande.

Esta medida anticíclica ya la experimenta como solista. Después de los discos de estudio Street Feeling (2014) y Stay Rude (2016), Lobo decidió de ahora en adelante sacar solo singles de dos canciones que tendrán primero una tirada discreta en vinilo y, una vez agotados, serán subidos a la nube. “Me parece más interesante sacar con regularidad cuatro o seis temas por año antes que un disco cada dos. Se concentra más la atención y se genera otra expectativa. Sacar un disco de 14 canciones es meterse la mitad en el orto y significa un gasto de energía, de creatividad y de plata: hacés la cuenta y te gastaste una casa en dos discos”, dice Lobo, que acaba de tirar a la cancha la primera tanda.

A diferencia de lo que pasa en Dancing Mood, donde la formación es numerosa y está establecida, Hugo Lobo desanda su camino solista tomándose colectivos para recorrer cada lugar del país en el que pueda armar una banda de ocasión compuesta exclusivamente con músicos locales. Un hábito que comenzó en Mendoza y se propaló por cuarenta lugares más. Tal es la cantidad de backing bands que Lobo tiene por todo el país, desde Tierra del Fuego hasta Misiones y Jujuy: grupos que armó buscando talentos en el interior profundo, y que siguieron tocando por su cuenta en la zona de influencia. Como una pequeña semilla sembrada en el corazón creativo de la Argentina que no miramos.

Aunque el trabajo de Lobo incluye desde escribir las partituras, articular las orquestaciones y alinear a los músicos hasta coproducir los shows y repartir los discos “mano a mano, a la antigua”, todos los méritos se simbolizan en el nodo final y definitivo de ese laburo: la trompeta. Un instrumento que divulgó e influenció, que inscribió en proyectos ajenos (Todos Tus Muertos, Los Fabulosos Cadillacs) y al que le dio otro lustre en la cultura rock argentina, esa escena heterogénea a la que Hugo no pertenece según las usanzas ortodoxas pero con la que comparte relaciones, hábitos y lugares. Como si fueran dos conjuntos separados que se tocan en un Diagrama de Venn.

Sin falsa modestia, Hugo reconoce con orgullo lo que está a la vista: “Me sorprende viajar por todo el país y ver cantidades de pibes que tocan instrumentos de viento… ¡y que estudian! Es una alegría ver que muchos pibes grosos se toman a la trompeta en serio”. Pero la emoción no se agota en el honor onanista de ver cómo muchos se reflejan en él, sino que cunde como motor para llegar siempre un poco más lejos.

La nueva escala incluye un proyecto ambicioso que atraviesa las fronteras argentinas. Se trata de Ska Unity, una cofradía que está tejiendo entre todas las backing bands que armó por el país para que se vinculen, vuelen por su propia cuenta y salgan a tocar por la región. Mientras Hugo prepara un compilado con varias de ellas, la movida ya tiene su fecha de estreno: será el viernes 30 de junio, con la participación de Satélite Kingston, Los Aggrotones, Juan Velázquez de Los Intocables, Martín Cuetto y Selektor Lucho. Será en Niceto Club, el mismo lugar donde Dancing Mood le dio seriedad a un sueño que, el día que llegó a su función número 100, se celebró con un show gratuito en la calle para 20 mil personas que acudieron a entender lo inentendible: cómo es que una banda empujada desde una pequeña trompeta y con canciones instrumentales se convirtió en una pasión multitudinaria de nuestro tiempo.