Una nueva edición de los Premios Gardel volvió a poner en escena ayer no sólo “lo mejor de” en cada uno de los rubros establecidos, sino también cierto estado actual de la cuestión en la música argentina, y en particular en su industria. Con dos ceremonias, la primera por la tarde en el teatro Opera para los premios considerados “menores”, y la segunda enfrente, en el Gran Rex, por la noche y televisada por cable, los premios de la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif) mostraron ya con esta estructura todo un modo de entender los premios, y finalmente la música. A diferencia de otros años, no hubo un “gran ganador” que acaparara estatuillas. Y aunque sólo se quedó con dos de los otros seis Gardel para los que estaba nominado, fue Abel Pintos finalmente el ungido con el Gardel de Oro, transformándose así en el único artista que obtuvo tres de estos premios a lo largo de su carrera. 

 A juzgar por lo que se vio en la ceremonia “principal” (que en las repercusiones pareció ser la única que existió, ya que la anterior no fue mencionada ni siquiera a modo de dato en el inicio de la televisación), la música argentina actual parece estar hecha únicamente por artistas que comenzaron en esto por lo menos veinte años atrás. La cronista toma como referencia el nombre del disco de la ganadora del rubro “Mejor artista femenina de folklore”, Soledad Pastorutti: 20 años, se llama justamente su disco, que son los que la Sole lleva haciendo música. De ahí para arriba, resulta todo un dato la cantidad de nominados y ganadores cuyos discos y discursos hicieron referencia a los muchos años que llevan los artistas en carrera. Como si la foto de los premios se hubiese detenido en el momento en que la industria dejó de vender discos. O más atrás aún, en figuras de peso histórico propio como David Lebón (mejor artista masculino de rock), Litto Nebbia y Silvina Garré (mejor álbum conceptual), Alejandro Lerner (mejor álbum de canción testimonial o de autor) o Sergio Denis (mejor artista romántico melódico). 

 Más allá de lo merecido que pueda resultar el premio para las producciones actuales de estos artistas, un dato surge de estos premios: hay algo, mucho, que están dejando afuera. Y ese algo tiene que ver con lo que cualquiera que escuche sólo un poco de la música que se hace hoy en la Argentina podrá verificar: su enorme riqueza y variedad, pero sobre todo su enorme cantidad, traducida en cientos y cientos de producciones independientes al año. Fueron llamativamente pocos los artistas un tanto más nuevos que merecieron algún lugar. Hernán Crespo con Puertos como mejor álbum de chamamé,  Mariana Baraj con su disco infantil Churo, o Luna Monti, Juan Quintero, Mono Fontana y Facundo Guevara con su tributo a Raúl Carnota son los que surgen del folklore. Este género, sin embargo, no mereció la apertura de la categoría de “Nuevo artista” (que sí tuvieron otros como rock, tango, pop y tropical, anunciados por la tarde y otorgados a Las Diferencias, Jorge Vázquez, Benjamín Amadeo y Eugenia Quevedo, respectivamente). Los organizadores explicaron que, simplemente, ninguno de los postulados tuvo suficiente cantidad de votos a la hora de las rondas de votaciones iniciales. Algo que resulta verdaderamente sorprendente, si se tiene en cuenta la cantidad prácticamente inabarcable de nuevos exponentes que muestra el folklore argentino.  

Al nivel del espectáculo que se proponen dar también los Gardel, salvó las papas la gracia arrolladora de Lali Espósito, que aunque no ganó ningún premio (el de artista femenina pop se lo llevó Marcela Morelo), por lo menos le puso algo de ritmo a la ceremonia. Tanto con su actuación, llena de contorsiones varias, como con el protagonismo de sus fans: terminó siendo un chiste que quienes tomaban el micrófono la nombrasen para despertar sus gritos, en competencia con los de las seguidoras de Abel Pintos. Con Lalo Mir y Maju Lozano remando desde la conducción, la ceremonia intentó este año más de ese espectáculo necesario en toda “gala” o ceremonia de premiación. Así, además de números musicales como los de Eruca Sativa (ganador luego como mejor grupo de rock y producción del año, y candidato al Gardel de Oro que finalmente no fue), hubo una apertura con Lalo Mir, Raúl Lavié, Alejandro Lerner, Ariel Ardit, Abel Pintos, Marcela Morelo, Gladys La Bomba Tucumana, el Mono de Kapanga y Kevin Johansen cantando juntos “El día que me quieras”. Y momentos bastantes más bizarros como el homenaje a Cacho Castaña de Miranda, Juanchi Baleirón y Palito Ortega, en un recorrido por los temas pre–Ni Una Menos del autor de “Café La Humedad”.  

El reconocimiento a Víctor Heredia por sus cincuenta años de trayectoria y el Premio Gardel Solidario a León Gieco por Memoria Amia (que el cantautor dedicó “a los cien artistas que ofrecieron sus voces solidariamente por los muertos de la Amia”, registrando juntos su tema “La memoria”) fueron otros momentos destacados de la noche. Así, con dos alfombras rojas, homenajes de todo tipo, momentos disfrutables y otros olvidables, discursos emotivos y otros contradictorios (el del director ejecutivo de Capif, Javier Delupí, asegurando que la misión de estos premios es “dar espacio a todos los nuevos valores”, por ejemplo), transcurrió la edición número 19 de los Premios Gardel. Hubo mucho y faltó mucho: la enorme cantidad de música que se hace hoy por fuera de los sellos grandes y también la de la multinacional Universal Music, que en su momento decidió retirar a sus artistas de las postulaciones alegando “manejos poco claros” en estos premios, abriendo así un gran conflicto interno dentro de la entidad que nuclea a la industria de la música. Nada que sorprenda en estos tiempos con tanta grieta.