La curiosidad infinita puede desbordar al lenguaje único. Hay artistas que no se conforman con una sola manera de mirar o contar y necesitan otros medios para expresar sus inquietudes. Infieles. De escritores que pintan o pintores que escriben, muestra que se inaugura este jueves a las 19 en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555), propone un recorrido por las obras de aquellos que visten “la doble camiseta” de las artes plásticas y la escritura: César Aira, Osvaldo Baigorria, Sergio Bizzio, Gabriela Cabezón Cámara, Ricardo Carreira, Ulises Conti, Washington Cucurto, León Ferrari, Francisco Garamona, Charly García, Horacio González, Fernando Noy, Leticia Obeid, Silvina Ocampo, Micaela Piñero, Daniel Santoro, Renata Schussheim, Eduardo Stupía, Dani Umpi, Alejandro Urdapilleta y Ral Veroni, entre otros.

En la apertura de esta exposición que se extenderá hasta noviembre habrá un recital de Francisco Garamona y Javier Maldonado y el poeta y performer Fernando Noy dibujará y realizará un “número vivo”. “Infieles o poliamorosos, según la dominación exculpadora del presente, los artistas y escritores no aceptan el peso pesado de una vocación exclusiva y se sumergen gozosamente en otras disciplinas”, subraya el texto del catálogo en el que se percibe el estilo de la escritora María Moreno, directora del Museo del Libro y de la Lengua

“Horacio González, historietista; Gabriela Cabezón Cámara, ornitóloga amateur; Manuel Mujica Lainez, vestuarista; ¿por qué deberían ser siempre uno mismo? Estos escritores son los Leonardo da Vinci de hoy, menos obedientes al dominio anatómico del cuerpo humano y a extraer su paleta de los jugos de la naturaleza. Sus recursos son tanto industriales como provenientes de la cartuchera escolar y del costurero materno, de la propia cosecha como del plagio”, se afirma en el catálogo de esta muestra que incluye obras de Jorge Gumier Maier, Guillermo Iuso, Roberto Jacoby, Fabio Kacero, Fernanda Laguna, Osvaldo Lamborghini, Miguel Ángel Lens, María Luque, Paula Maffía, Nacho Marciano, Naty Menstrual, Nicolás Moguilevsky, Manuel Mujica Lainez y Luis Felipe Noé.

Una alegría liviana

Pinturas, dibujos, fotos intervenidas, collages, litografías, video digital y serigrafías se despliegan en Infieles. “El ave Chilli” es el título del dibujo de Gabriela Cabezón Cámara, autora de las novelas La virgen cabeza, Romance de la negra rubia y Las aventuras de la China Iron, que fue finalista del International Booker Prize en 2020. “Dibujar te conecta con la materia de otra manera; es hermoso eso que pasa entre la mano y la hoja. Lo hago para mí, me relaja, me da una alegría liviana, diferente a escribir, que a veces me da alegría, a veces no, pero para mí es menos liviano. Yo pienso en imágenes, supongo que ahí hay algo. Pero el dibujo es algo muy íntimo”, explica Cabezón Cámara a Página/12

El dibujo de Gabriela Cabezón Cámara.

Hay una historia detrás de la obra que se puede ver en el Museo del Libro y de la Lengua. La escritora estaba en Catemaco, una ciudad del estado mexicano de Veracruz; “un lugar muy hermoso, con lagunas, manglares, playa, sierritas”, lo define. “Un día fuimos a la playa. En el bar había un zanate -una especie de cuervito- que no paraba de comer salsa de la roja. De esas que hay en toda mesa mexicana. Muy picante. Y el bicho loco comía y comía del potecito. Pensé que se iba a prender fuego. Y me puse a dibujarlo”, recuerda y precisa que durante la pandemia hizo un taller de dibujo y pintura con Inés Isarraulde que la ayudó a sobrellevar “ese encierro horrible”. Ese taller le abrió “un mundo” y menciona también a Silvana Lacarra, artista visual que le enseñó a mirar el mundo con ojos de artista; “algo de su mirada me quedó”, confiesa. 

Para la escritora el dibujo es una actividad común a todos. “No sé por qué en algún momento dejamos de hacerlo. Es una práctica hermosa, casi meditativa, la de encontrar una forma, armarla con líneas o colores, la de pasar el lápiz o el pincel por la hoja”.

Rompecabezas de la vida

“Teoría y praxis en el bar” es la obra de Daniel Santoro que se exhibe en la muestra. El bar La Paz es como un retablo donde conversan leen y discuten Nicolás Casullo, Horacio González y David Viñas, que subraya el diario La Nación; en otra mesa están María Moreno, Luis Gusmán y Ricardo Piglia. Al fondo, detrás de Piglia, se lo ve a Juan Sasturain. “Los bares son atalayas de observación, cafés como La Paz son verdaderos panópticos de la ciudad. Una estadía normal en un bar es como tirar el I Ching, los encuentros y desencuentros arman un rompecabezas infinito y son partes del rompecabezas de la vida”, escribió Santoro en El manual del niño peronista.

“Muchas de mis imágenes surgen de lecturas realizadas a veces muchos años antes y también se da la paradoja que esas pinturas se explican con un nuevo texto bien distinto al que le dio origen”, reflexiona el artista plástico que estudió en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, concurrió al taller de Osvaldo Attila, trabajó como realizador escenógrafo en el Teatro Colón y expuso su obra en diversos museos y galerías de arte. “La imagen dice demasiadas cosas que no alcanzan a ser fijadas por las palabras. La imagen del bar en ese cuadro es un recuerdo cálido, luminoso como se ve ahí, de todos esos amigos que aportaron a mi arsenal discursivo teorías tantas veces desmentidas por ese descamisado centauro de la historia que irrumpe en la oscuridad y que la pintura lo atrapa en forma más eficaz que las palabras”, interpreta Santoro.

-¿Cuando escribís también dibujás? ¿No podés disociar una práctica de la otra, no podés ser “infiel” a la pintura?

-Es verdad en mis libros de apuntes, me pasa eso de no poder separar esas tareas, pero cuando surge un texto propio es porque antes existió la mediación de una imagen. Es verdad me cuesta la infidelidad a la pintura.