La jefa de gobierno de Alemania, Angela Merkel, destacó el interés del presidente anfitrión, Mauricio Macri, en el acuerdo de integración Mercosur-Unión Europea y su “respeto al libre comercio”, así como su predisposición a la cooperación internacional en el marco del Grupo de los 20. No es para menos. Si el acuerdo interbloques se firma a fin de año, en coincidencia con la realización del encuentro de la Organización Mundial de Comercio en Buenos Aires, será por la predisposición de los actuales gobiernos de Argentina y Brasil para aceptar las pretensiones impuestas por el Viejo Continente, que la visita de Merkel no hizo otra cosa que ratificar. 

 Los cambios de gobierno en Brasilia y Buenos Aires en el último año y medio, con la asunción de Michel Temer y de Mauricio Macri, representaron un vuelco sustancial en las negociaciones. Tanto los gobiernos de Lula y Dilma, como los de Néstor y Cristina, tuvieron como característica distintiva la dura posición negociadora buscando equilibrar una relación que es absolutamente desigual. No lograron avances, pero impidieron que se consolide la posición dominante de la Unión Europea. Hasta ahora. 

 El gobierno de Cambiemos ubicó el acuerdo con la Unión Europea como uno de los ejes centrales de su estrategia externa. A partir del desplazamiento de Dilma Rousseff, operó en tándem con la administración Temer para acelerar los pasos hacia su firma. Paralelamente, el golpe de escena que significó el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos (noviembre de 2016) trajo, entre otras consecuencias, que la Unión Europea volviera a prestarle interés a un acuerdo que ya tenía pronto a pasar al olvido. 

 Entre el 20 y 24 de marzo de este año se llevó a cabo en Buenos Aires una ronda oficial de negociaciones que muchos describen como “decisiva”. En realidad, se conoce muy poco sobre su contenido, ya que las conversaciones y los compromisos a los que se arriba son reservados (por no decir secretos) y recién se conocerán con la firma final del Acuerdo, y tan sólo en su versión formal.    

 En un reciente artículo, el economista e investigador de CLACSO Jorge Marchini reconoce “la enorme importancia estratégica de la negociación entre las dos regiones, ya que no hay duda que mejorar y ampliar las relaciones entre ambas debe ser un objetivo prioritario”. Pero al mismo tiempo señalaba que la propia trascendencia del asunto “requeriría que las negociaciones fueran conocidas en forma amplia y puestas en debate público, pero no es así”. 

 Al respecto, Marchini advierte en el mismo artículo que “en forma enganÞosa, suele afirmarse que las negociaciones Mercosur-UE en marcha son, sobre todo, de tipo comercial. No es asiì, la mayor parte de los temas en discusioìn son de caraìcter estructural y comprometen el conjunto de la economiìa en ámbitos criìticos tales como servicios, patentes, propiedad intelectual, compras puìblicas, inversiones y políticas sanitarias y fitosanitarias”. 

 El mismo autor sostiene, al respecto, que “la eventual provisión de igualdad en el tratamiento nacional a los países de la UE, aun si se incluyeran algunas salvaguardas de excepción, impediría defender y priorizar la diversificación de matrices productivas, que hoy resulta imprescindible encarar ante los cambios de la economía mundial”. Es decir, resignaría armas defensivas en un mercado de competencia salvaje. Una experiencia por la que atraviesa internamente la propia Europa, con Alemania como victimario y Grecia, como otros, en el rol de víctima, “consecuencia del ahondamiento de las asimetrías entre los países del norte respecto de los del sur y del este” del Viejo Continente.

 Tan afecto a las metáforas y alusiones futbolísticas, Mauricio Macri debería considerar que está yendo con una formación sin marcadores centrales para enfrentar a un equipo de expertos cabeceadores. 

Balance ausente

 ¿Qué beneficios pueden esperarse de esta sociedad con las potencias dominantes? Si no fuera por lo devaluado del argumento, seguramente se insistiría en la “lluvia de dólares (o euros)” a partir del mejoramiento de las condiciones para el capital extranjero. En cuanto a la mejora en el intercambio comercial, de acuerdo a lo que se conoce de los términos del acuerdo (que no es mucho), los principales beneficios quedarían en manos de los mismos grupos económicos que ya se encuentran en condición privilegiada. En el rubro agrícola, uno de los principales escollos era, hasta el año pasado, que Europa no aceptaba el ingreso de productos transgénicos. El obstáculo se salvó no por una disminución de riesgos medioambientales, sino por cambio de titularidad de patentes: la decisión de la alemana Bayer de comprar la norteamericana Monsanto en septiembre pasado flexibilizó la vocación ecológica de Alemania y la Unión Europea. 

Para Europa, el Mercosur representa un mercado de 250 millones de consumidores, aunque hoy con capacidad adquisitiva disminuida. El Mercosur, en cambio, coloca escasos volúmenes de producción manufacturada en la UE, situación que difícilmente cambie con este tipo de acuerdos, en los que prevalecen las desigualdades económicas pero también de capacidad y decisión política para defender un modelo propio de desarrollo.