Narrada en dieciocho escenas, la segunda novela de Mariana Skiadaressis (Buenos Aires, 1978) sigue los pasos de Lara, una guionista que trabaja en una agencia publicitaria y mantiene, mientras puede, relaciones con dos hombres: Adrián, un cineasta mayor que ella, y Dante, un joven asistente de dirección. 

Al comienzo, Siempre las sombras parece una novela picaresca del siglo XXI, donde una mujer autosuficiente, aunque herida por la muerte de su padre años atrás, intenta formar pareja. Lara procede por contagio: “Miré a mi alrededor y me sentí encerrada en aquella casa de ensueño, el presidio de una familia perfecta, ¿o en realidad quería eso?”, reflexiona. 

La trama es una respuesta meditada –y sombría– al anhelo de “ser parte de una familia agradable y refinada sin la afectación del lujo groncho pero con un leve esnobismo” a cualquier precio. Lara narra la historia de un romance sostenido por autoengaños, mentiras y una espiral de celos y violencia en tiempos previos al Ni Una Menos. “El relato feminista está ausente por completo –destaca–. Alrededor de 2010 no estaba tan expandido ese discurso, no se hablaba como ahora de patriarcado, femicidio y violencia de género. Las teorías de género se leían en la Facultad de Letras; en mi caso las leí ahí, en un seminario con Nora Domínguez. Y elegí que mi personaje y su familia fueran más bien de estructura patriarcal. Lara es independiente y muy canchera pero le encanta someterse a la voluntad de un señor violento”. 

Pese a las advertencias del amante maduro, de amigas y del desarrollo de los hechos, invita a vivir a Dante con ella luego de una discusión en la que él la tira al piso. ¿El motivo? Unos mails con el tercero en discordia que descubrió en la computadora de Lara. “Lo que había pasado era muy raro, ¡me había leído los mails! y eso no se hace, pero bueno, los mails estaban ahí, también yo, qué boluda que no los había borrado”, razona, ebria de amor (se consumen grandes cantidades de alcohol a lo largo de la novela). En el altar del vínculo con su “niño de dos metros”, Lara sacrifica metas personales, una oferta de trabajo envidiable y su integridad física.

“Quise armar un arco narrativo de A a B, de una persona resuelta e independiente a una sometida y despojada de sus libertades básicas –resume la autora-. Tiene que ver con complejizar la idea de que el deseo tiene una forma positiva, la oscuridad es parte del ser humano por más que no esté presente en esta época de positividad absoluta, donde ‘si es amor no duele’”. La novela surgió como reacción al escrache de una influencer en redes sociales. Para la autora, la masificación de los discursos de género se traduce a veces en simplificaciones. 

“Existe la violencia por motivos de género, pero no todo es blanco o negro y, en muchos casos, esa falta de complejidad cristaliza en sintagmas del tipo ‘hombre violento’ y ‘mujer víctima’ que luego son tomados como eslóganes –reflexiona–. El feminismo representa un avance enorme en los derechos humanos pero, al masificarse, se pierden los matices de las discusiones y, en aras de un bien decir, se usan eufemismos para referirse a cuestiones importantes. Hablar descarnadamente de la violencia de género resulta arriesgado en un sentido pero es a favor de las mujeres”.

Otro aspecto central es la cuerda erótica que Skiadaressis toca en escenas de sexo fantaseadas o vividas por Lara en un capítulo tras otro. “Me parece fundamental narrarlo en forma directa, porque es una de las cosas de las que se evita hablar en un registro literario convencional, pero lo literario no quita lo procaz –dice–. Mientras escribo, pienso ‘me van a matar, van a creer que soy una guaranga’, y entiendo que esas cosquillas se las voy a poder transmitir al lector, en forma de inquietud o pudor”.

Siempre las sombras
Mariana Skiadaressis
Nudista