Cuando era un niño Pablo Ramuzzi visitaba a sus dos abuelas y aprendió el culto a la televisión, que devenida en altar se imponía en el centro del living y acompañaba almuerzos o cenas como un familiar más. Ahí vio por primera vez a una Mirtha Legrand que se acariciaba el rostro con una rosa y cantaba orgásmica junto a Sandro y Pimpinela. A la Susana Giménez de un peso-un dólar, que era la host de toda visita internacional y se daba el lujo de llenar estadios para montar sus musicales. 

También a la Valeria Lynch de los peinados eléctricos y las superproducciones, donde se combinaba la pompa y el kitsch sin escalas. Hipnotizado por brillos, plumas y coreografías, Pablo creció con el apogeo de la TV en vivo, que previo a internet democratizaba una abundancia económica a la que pocos podían acceder. Ahora, 20 años después -y tras estudiar cine, teatro y musical-, se convirtió en uno de los instagramers más compartidos en redes sociales.

¿Cuál es tu diva preferida?

-De Mirtha me divierte entrar en su mente, imaginar qué estará pensando, por qué en un momento dijo que hacer los lip sync de Pimpinela era lo mejor del universo. En el caso de Susana, hablando siempre de la figura y no de la persona, sus musicales de los 90 con coreografías de Iripino no pueden ser mejores, creo que es la representación más fehaciente de que todo el mundo puede cantar, bailar y actuar. Lo que significaron en los 90s para mí es increíble. Me fascina todo ese mundillo de brillos, kitsch plumas y magia. Soy muy fan de esa tele porque siento que me crió. Tanto Mirtha como Moria y Susana son grandes divas, aunque hoy en día ya no se estila decir que hay divas de la tv.

¿Cómo aparece la idea de hacer estos videos?

-Empezó por el aislamiento y la cuarentena. El año pasado en abril, que no fue un aislamiento total sino parcial y de golpe, estaba en mi mundo que es el teatro, los ensayos y de golpe volver a mi casa a encerrarme... me quería morir. Venía haciendo videitos, replicando coreos icónicas y un día se me cruza una señora que se hizo muy famosa porque fue a una protesta con una bandera bailando entre cacerolas. Ahí me dije ¡esta gente también está haciendo coreografías!, ¡También está dándolo trolo! Yo estaba dirigiendo y haciendo luces de un unipersonal con Nicolás Marini, un amigo con quien ahora hago todos los videos, y él propuso agregar el vestuario. Fue para joder, pero de golpe se empezó a compartir un montón y vimos la posibilidad de mostrar lo que nos gusta hacer.

Ya hay subidos un montón de contenidos ¿Cómo es la dinámica?, ¿hay ensayos?

-Para seleccionar el video primero nos tiene que divertir, esto no significa que sea gracioso en sí, sino que puede ser por lo kitsch. Después empezamos a ver los movimientos y de tanto hacerlo frente a la pantalla, por más que no sean pasos de baile convencionales, es todo un recorrido que hace tu cuerpo en el tiempo y el espacio que forma una coreografía. Seguimos con lo que ya se ha vuelto un código, que es reemplazar el vestuario por cosas que tenemos en nuestra casa. Por ejemplo: la vemos a Mirtha con un moño de raso gigante en el pecho y nosotros ¿qué tenemos a mano?, ¡venga ese papel crepe! A la gente le divierte cómo resolvemos esa majestuosidad de la tele de los 90 con los recursos que conseguimos.

¿Tenés idea de quiénes son las personas que te siguen y comparten?

-La mayoría de mis seguidores tiene de 25 a 40 y pico, son quienes más lo disfrutan, lo entienden y se divierten. La franja de 50 y pico que usa Instagram lo toma más como homenaje, cuando en realidad yo estoy yendo para otro lado. Lo más gracioso es que cada tanto cae una oleada de adolescentes que directamente no creen lo que están viendo, porque ellos han nacido con una televisión más allá de los 2000, más cercana al reality show o directamente sin TV y conectados a las redes. Esos me preguntan“¡¿Esto fue real?!”.