La estrategia para la convocatoria empezó en bares, discotecas, sótanos y lugares “de ambiente”, en su mayoría en las cercanías de Pueyrredón y Santa Fe. En 1992 las organizaciones de gays y lesbianas no solo buscaban sumar activistas, sino también a quienes coincidían en la orientación sexual pero no querían, o no podían, hacerlo visible. Ese temor a mostrarse tenía razones concretas, que se vinculaban con la cantidad de anécdotas de quienes eran expulsados de sus trabajos tras sus salidas del clóset. Por eso los volantes para la primera Marcha del Orgullo, de la que hoy se cumplen 30 años, ofrecían una alternativa: “Tu presencia en la Marcha cambia muchas cosas. Si no podés mostrarte repartiremos máscaras. No te la pierdas”.

Aquella “Semana del Orgullo Gay Lesbiano” se hizo en línea con la conmemoración de Stonewall, el bar donde el 28 de junio de 1969 se vivió una revuelta contra la policía. Stonewall Inn era uno de los espacios de Nueva York con mayor popularidad entre los gays de la época, ya que además del salón vidriado que todavía hoy se ve desde la calle, subiendo unas escaleras al fondo había otro espacio donde los encuentros furtivos podían vivirse sin preocupación. También era uno de los pocos que le abría sus puertas a travestis, drags y lesbianas sin importar que fueran negras o latinas, algo que no pasaba en la mayoría de los lugares del barrio Chelsea, el preferido por gays blancos de clase media.

Según el libro de The StoneWall Reader, editado por la Universidad Pública de Nueva York, la última semana de junio de 1969 la policía estaba más molesta que de costumbre. El jefe departamental había cambiado y tenía al bar el en la mira, ya que la homosexualidad estaba prohibida por ley y Stonewall no tenía habilitación para vender alcohol. En general eso no era un problema, ya que el dueño -“El Gordo Tony”- era parte de la mafia italoamericana y podía arreglar. Pero ese 28 de junio cuatro policías se infiltraron de civil y quisieron llevarse presos a los concurrentes del bar, que por primera vez se atrincheraron, marcando un hito en la resistencia LGBT+ de todo el mundo.

Volviendo a Buenos Aires, la volanteada nocturna también tenía como objetivo recaudar fondos para los preparativos de la Marcha, y aunque hubo mucha voluntad fue un fracaso, ya que solo alcanzó para comprar un megáfono. Las organizaciones convocantes eran siete: Gays por los Derechos Civiles, Transdevi (Transexuales por el Derecho a la Vida y a la Identidad), Iglesia de la Comunidad Metropolitana, SIGLA (Sociedad de Integración Gay-Lésbico Argentina), Cuadernos de existencia lesbiana, Convocatoria Lesbiana y Grupo ISIS. Si bien tenían sus diferencias y reclamos particulares, en los dos meses previos que se reunieron para planear la primera Marcha del Orgullo plantearon un objetivo común: había que lograr que las demandas fueran entendidas como algo transversal a la sociedad, correrse del lugar de minoría para sumarse a la bandera de los derechos humanos que se agitaba desde el regreso a la democracia.

En línea con esta postura política de la sexualidad, se decidió que la convocatoria se hiciera en Plaza de Mayo y avanzara hasta el Congreso de la Nación. De esta manera el escenario de fondo de las pancartas y los cantos de la Marcha serían el Poder Ejecutivo y el Legislativo, quienes en definitiva podían sancionar leyes para cambiar el rumbo de la exclusión. “No queríamos que fuera un recorrido que representara solo a la comunidad gay, porque nuestro planteo era insertarnos en el espacio democrático con los mismos derechos que el resto de las personas”, recuerda Marcelo Ferreyra, que entonces participó junto a Gays DC.

Según Ferreyra, actual coordinador para América Latina y el Caribe de la iniciativa por los derechos humanos Synergia, la marcha y el 28 de junio eran una excusa, “porque la idea era hacer crecer un movimiento que tuviera una inserción política”. Por supuesto era la celebración del Orgullo, eso el nombre lo decía, “pero queríamos que trascendiera los espacios organizativos que existían hasta ese momento. Por eso hicimos toda una campaña de medios de comunicación con el objetivo de que en la marcha no sólo participarán activistas y personas que tuvieran el beneficio de la visibilidad, las que en esa época eran muy pocas, sino que fuera de toda la sociedad”.

Las acciones públicas de la Semana del Orgullo Gay Lesbiano empezaron el 28 de junio de 1992. Además de las volanteadas y una misa en la ICM, también incluyeron una muestra de fotos en el Centro Cultural San Martín y una conferencia sobre “El movimiento de gays y lesbianas en la Argentina”, donde expusieron Carlos Jáuregui, Ilse Fuskova y el pastor Roberto González. El cierre de las actividades fue la marcha, que se pospuso al 3 de julio para no coincidir con las elecciones legislativas de la Capital Federal.

La consigna general fue “Orgullo, Libertad, Igualdad”, pero cada grupo tenía sus reclamos específicos. Uno era derogar la ley de averiguación de antecedentes, ya que era un atajo recurrente de la policía para llevarse personas detenidas, al menos unas horas aleccionadoras, de los bares y espacios de recreación. También se pedía el fin de los artículos 2F y 2H del Código Contravencional, que penalizaban con cárcel “vestirse con ropa contraria al sexo” o la “incitación al acto carnal”. Entre las personas trans, que ese año eran una verdadera minoría en la convocatoria, ya se reclamaba una ley para acceder a documentos que reflejaran su identidad.

El frío que hizo ese viernes dejó una huella en la memoria de quienes asistieron, un frío que figura en todas las crónicas y relatos que reviven ese día fundacional de lo que hoy conocemos como colectivo LGBT+. Por esos años, los tratamientos para el vih sida todavía no lograban la eficacia y adherencia que tienen en la actualidad. Esa fue una de las razones por las que a partir de 1997 la fecha pasó a noviembre, un momento más cálido por esta parte del mundo. También se buscó situar la efemérides en la historia local y recordar a Nuestro Mundo, conocida como la primera organización de diversidad de Argentina, que nació el 1 de noviembre de 1967.

Una historia del orgullo que tiene sus inicios, pero que aún se sigue escribiendo en pos de lograr una equidad real en todos los planos de la vida.