“Canciones raras hechas por gente común”, ese fue el lema inicial de Uva Robot, un extraño emprendimiento chileno que nació simplemente del hedonismo y la curiosidad: compilados de canciones geniales compuestas por no-músicos, es decir, por abogados o restauradores, o quien fuese que tuviera grandes canciones destinadas a dormir eternamente en sus cajoneras o sus archivos de drive. De ese proyecto improbable devenido en sello musical, o más bien, simplemente en un colectivo artístico, hoy asoman algunos nombres pujantes de la escena local como Diego Lorenzini, Chini and The Technicians y Niña Tormenta, una troupe enamorada del formato canción, de los instrumentos acústicos y del minimalismo como ética, parte de un costado del circuito independiente mucho menos emparentado al indie de guitarras eléctricas herederas de los noventas norteamericanos, y mucho más interesado en la música folklórica, en el uso del slang local, en las atmósferas y acaso el misterio del cancionero latinoamericano de antaño.

De ese caldo de cultivo, caracterizado además por sus voces femeninas, han emergido algunos proyectos que quizás se han expandido un poco más en Argentina como Dulce y Agraz o Yorka, y de ese mismo caldo es que se asoma Rosario Alfonso, una artista visual de 30 años criada en ciudades costeras –Viña del Mar y La Serena– que por estos días está de estreno con De canciones tristes y otras sutilezas, su segundo disco, una flamante entrega que acumula festejos, donde continua explorando el minimalismo y las letras desnudas de la canción folk.

Foto: Midori Tsunekawa

“Yo creo que yo estoy bien enamorada del acústico, de la música latinoamericana y la música más antigua, el sonido de lo antiguo es algo que intencioné en el disco en general pero también haciéndome cargo de que no estoy haciendo folklore tradicional, estoy haciendo mis canciones, a las que le agrego estos elementos que me gustan mucho, que me interesan mucho y que he investigado. Y bueno, seguro que también haciéndome cargo de que estoy viviendo en 2022 y no en 1950 o 1970”, dice Alfonso, que hace pocas semanas pudo presentar por primera vez en vivo este disco grabado en pandemia y que responde desde un Santiago de Chile expectante, apenas días antes de que se publique el texto de una posible nueva Constitución. “Tuve la suerte de que a mi mamá le gustaba escuchar mucha música, escuchaba harto bossa nova, harto bolero, mi papá es full Lucho Gatica, Los Panchos, o cantantes españoles setenteros, ese es el soundtrack de mi infancia”.

Rosario Alfonso apareció en la escena decididamente en 2018 –después de varios años de tocar y lanzar uno que otro single– con un celebrado disco debut llamado Lo primero, proyecto que exploraba su calidísima voz al son del cuatro venezolano. Ese primer disco le valió una nominación al premio Pulsar, uno de los reconocimientos relevantes otorgados a la música chilena, que además la puso en el radar iberoamericano. Desde ahí, su nombre se expande a su tiempo, lento pero seguro, acaso una idea que sobrevuela la forma de hacer del circuito al que pertenece, uno que aun siente que puede pasarle por el costado a cierto mandato industrial sin perder una comunidad y un público movilizador. 

Su nuevo disco, que tiene diez temas y fue producido por el músico Yaima Cat, es un devaneo sobre el fin del amor que prescinde del ímpetu más experimental con el que por estos días se intenta reinterpretar el folklore latino, y utiliza los recursos de lo contemporáneo –sus herramientas, su facilidad de acción, su sofisticación al alcance de la mano– para explorarlo a través de sus sonidos y sus instrumentos un poco más tradicionales. “Obviamente este disco lo grabé de forma digital pero nos ocupamos de que todo tuviera un aura bien cálido y esa calidez es algo que te recuerda un poco a las canciones antiguas, esa textura que usamos en la producción y sobretodo en los masters, que están todos pasados por cinta”, explica Alfonso. El disco atraviesa el bolero, la bossa, el carnavalito, alguna incursión jazzística, donde cuatros, charangos, guitarras y ukeleles son protagonistas. Todo teñido de una forma de hablar, de cierto sentido del humor y de cierta cosmovisión esencialmente chilena. “Es importante para mí escribir con el lenguaje de donde vengo, me da un sentido de pertenencia y creo que también le da mucho carácter a la música en general”, dice la autora de frases como: “No seai chamullento/ no digai mentiras”. “La forma de hablar tiene mucho que ver con no querer aparentar algo que no somos. Nosotros no somos parte de la industria mainstream, estamos eternamente emergiendo, que es como nos categorizan siempre, como músicos emergentes, sin importar el tiempo que llevemos tocando. Entonces, bueno, también por eso nos damos estas licencias, de hablar como hablamos, de no tener que globalizarnos necesariamente en el idioma o en el tipo de musica”, explica Alfonso sobre este disco, que además cuenta con una serie de colaboraciones, entre las que se puede nombrar a Diego Lorenzini, el socio fundador de Uva Robot, o el nominado al Grammy Latino Benjamín Walker, y cuyo adelanto en video fue premiado en el Festival In-Edit de documentales musicales.

Foto: Luz Andrea Sierra

“Yo sufrí una ruptura amorosa grande, después de la que básicamente pasé de vivir una vida muy emparejada a una muy en solitario, a descubrir algunas cosas de mí y así empezaron surgir estas canciones en distintos momentos. En la pandemia tuve que parar y pensar qué quería hacer en adelante, no podía tocar en vivo, no podía girar, entonces me senté y organicé estas canciones de ruptura que estaban a medio hacer y a armar el disco”, cuenta Alfonso. En De canciones tristes y otras sutilezas, la autora parece ir a contracorriente de su generación. Retoma el desencuentro y la ruptura amorosa –la suya propia– como un leitmotiv mucho más cerca del melodrama que del cinismo online, con todo el desgarro que ello implica, pero también con cierto costado soleado y humorístico acorde a los tiempos. “Antes no me pasaba tanto esto, que estoy llenando los lugares cada vez mas seguido, es muy abrumador y gratificante ver a un montón de gente coreando canciones. Me hace pensar que estas cosas son, bueno, ahora son eso, canciones y no solo cosas vergonzosas que me pasaron a mí”.