Cate Le Bon y su silla

Era una silla simple y absurda, con algo de art decó y algo fuera de lugar. “Quise hacer sillas que sonaran como mi música”, fue lo que dijo la cantautora galesa Cate Le Bon cuando presentó la peculiar pieza en sociedad allá por 2019. “Hice dos diferentes, pero una se perdió. Igual puedo hacer más para cualquiera que quiera una, para tenerla o para quemarla”. Por esos días acababa de lanzar Reward, su disco anterior, surgido de un encierro pre-pandemia en el que estudiaba carpintería de día y tocaba al piano canciones que improvisaba en soledad en el limbo entre la noche y la madrugada. “Llevaba una vida muy sencilla, y eso me dio espacio para recalibrarme. Tocar fue la parte catártica de todo eso, y así terminé escribiendo el disco sin la conciencia de estar escribiendo un disco”. Editado a una década del primero, Reward reveló una instrumentación más pop que los anteriores a partir de un equilibrio sutil entre su obsesión preciosista por las melodías y su gusto por deformarlas. También reafirmó su lugar en la escena: la crítica la adoró, su compatriota John Cale la invitó a tocar con él, Annie Clarke de St. Vincent se la llevó de gira, Devendra Banhart, Deerhunter y John Grant la llamaron para que los produjera y Jeff Tweedy dijo, sin vueltas: “Cate es una de las mejores haciendo música ahí afuera hoy”. Entonces llegó la pandemia, y, a partir de ahí, Pompeii. Pompeya, el nombre con el que decidió bautizar el disco que grabó en un nuevo encierro y que lanzó en febrero de este año: una gema que la volvió a confirmar como uno de los espíritus creativos más atrapantes del rock, el pop y (quizás también) las sillas de nuestra época.

Portada del disco Pompeii

Nacida en 1983 en Penboyr, una aldea rural ubicada a 140 kilómetros de Cardiff, Cate tomó desde muy chica clases de piano y violín a la vez que sacaba a pasear cabras junto a sus dos hermanas (sus padres les habían regalado una a cada una) por los interminables pastizales en los que creció. “Una vez mi mamá me descubrió enloquecida en el granero haciendo karaoke y tocando una guitarra imaginaria mientras sonaba ‘My Sharona’, me dio una vergüenza atroz”. Ya en la secundaria se enamoró de la particular escena galesa de mediados de los ’90, en la que despuntaron bandas como Gorky’s Zygotic Mynci o Super Furry Animals, una movida de psicodelia artesanal con toques de humor surrealista y buena parte de canciones en su lengua materna. “Podíamos ver estas bandas geniales y absolutamente desconcertantes en lugares muy chicos, era como un mundo paralelo”, recordó Cate. Pocos años después se puso al frente de una banda de noise rock, Meanz Heinz, con amigos con los que decidieron llevar nombres de fantasía. Ella, de apellido Timothy, se decidió por Le Bon, un poco por el gesto pop y un poco por lo divertido de hacerlo, y en 2006 se largó a su carrera solista. Krissy Jenkins, baterista de los Super Furry Animals, le ofreció su estudio: tras un par de años en los que se dedicó a conocer a fondo cada pedal y cada perilla de la sala, finalmente compuso y grabó su primer disco, una colección de piezas introspectivas en guitarra eléctrica y acústica que llamó Me oh my y editó en 2009.

Las geniales disonancias y distorsiones melodiosas de Cyrk (2012), el paso a un reconocimiento creciente con el más calmo y exitoso Mug museum (2013) y el regreso a las aventuras guitarreras ruidosas en Crab day (2016) acentuaron un viaje de exploración sonora que a su vez intensificó junto a su pareja –el artista plástico Tim Presley– en el dúo Drinks, un proyecto paralelo a través del cual editaron dos discos, entre los que destaca el último, el inclasificable Hippo Lite (2018), que contiene momentos bellísimos, como el tema “Blue from the dark”. Y fue justamente una pintura que Presley creó inspirado en Cate la que sirvió como disparador para el tono inasible que tomaría Pompeii. “Tenía esta cualidad monástica y moderna a la vez, como ciencia ficción antigua, y un espíritu de encantamiento muy cercano a lo que quería hacer”, contó. “Iba a ser la tapa del disco, pero al final preferimos guardarla y usar otra inspirada en ella”.

Chile y Noruega habían sido sus primeras opciones cuando comenzó a buscar estudios donde componer y grabar el disco, pero la pandemia la llevó a quedarse en su país y terminó en una casa donde había vivido quince años atrás, cuando se mudó a Cardiff. “Queríamos grabarlo en algún lugar que no nos resultara familiar, pero al final terminó sucediendo todo lo contrario. Fue como un viaje en el tiempo muy extraño”, contó. Por esos días encontraba inspiración en La poética del espacio de Gaston Bachelard (“una concepción de la casa como metáfora del alma y las memorias, tuve que dejarlo porque comenzaba a darme escalofríos”) y en un ensayo de la arquitecta ítalo-brasileña Lina Bo Bardi que influenció directamente la letra de “Moderation”, uno de los cortes del disco que expresa los intensos sentimientos desprendidos de la pandemia: “Un ojo en el cielo/ sobre el que no puedo poner mi dedo/ Moderación/ No puedo tenerla/ No la quiero”.

El resto de las letras de Pompeii se despliegan y repliegan entre melodías que flotan sobre los espacios cotidianos del hogar y las emociones encontradas: “Siento a Pompeya como este lugar donde alguna vez sucedió algo realmente espantoso y ahora podés ir y comprar llaveros con la imagen del volcán que dicen ‘Yo estuve aquí’ en letras llamativas”. A diferencia de sus discos anteriores, compuestos en piano o guitarra, Cate escribió su nuevo disco alrededor de líneas de bajo. “Estaba obsesionada con el bajo, lo que me llevó a tocar la guitarra de un manera diferente. Y los sintes fueron como el pegamento que unió todo”. Ese todo resultó en un delicioso entreteje de sentimientos que colisionan y se reescriben con maestría artesanal bajo una pátina de pop absurdo (“espero el diario de la mañana/ mientras bebo vino de un telescopio”, canta en el tema que da nombre al disco). “Me encanta el dadaísmo, la idea del Cabaret Voltaire y todas esas movidas únicas que emergieron en épocas sombrías, pero para mí el absurdo no es un sinsentido ni algo que carezca de emoción, sino que implica algo que, de alguna manera, en algún momento, se revela”, apuntó. “Es lo que siento con estas canciones: son como cartas para un yo futuro que llegado el momento comprenderé”.