Desde París

Si dentro de dos meses el otoño y el siguiente inverno europeo son, en proporción inversa, tan fríos como canicular resultó el verano, Europa pasará de un régimen de confort al de sacrificio: la guerra en Ucrania apunta cada semana hacia una crisis energética mayor por la falta de hidrocarburos rusos. La guerra del frio se asoma en cada frase pronunciada por los dirigentes de la Union Europea (UE) y hasta lo que, hace cinco meses, sonaba más bien a evocaciones metafóricas ya se ha arraigado en la realidad: la famosa "sobriedad energética" ingresó en los programas políticos, en los discursos y en las acciones de los dirigentes de la UE, tanto individualmente como conjuntamente. 

El último en evocarla fue el presidente francés. El pasado 14 de julio, Emmanuel Macron aprovechó la tradicional entrevista de la fiesta nacional francesa para puntualizar que la guerra en Ucrania "va a durar" y, en ese contexto, sería necesario "prepararnos a una situación en la cual deberemos prescindir del gas ruso". Macron acusó a Moscú de utilizar el gas "como un arma de guerra" e invitó a la sociedad a "ingresar en una lógica de sobriedad para consumir menos". Ese consumo energético hacia abajo comienza desde este mismo verano con un plan destinado a la administración pública y a los grandes grupos para bajar el consumo. En ese clima de catastrofismo energético se dieron las declaraciones del Ministro alemán de Economía, Robert Habeck: “El invierno va a ser crítico y debemos prepararnos lo mejor posible”.

Sobriedad energética

Aún no hay signos por ningún lado de la tan promocionada "sobriedad energética" de cuya ausencia, al principio de la guerra, se acusó a la sociedad como si no fuera el mismo sistema el que derrocha energía. París, por el momento, sigue iluminado como siempre. Las avenidas y los Boulevares son fuegos de artificio y en las vidrieras y bares las pantallas no se apagaron. Pese a todo, poco a poco, se prepara a la gente para lo que será un invierno de bajos consumos energéticos. Vladimir Putin tiene en sus manos el confort climático de los ciudadanos europeos y el tono y el decurso de la guerra muestran que los hidrocarburos serán todavía más que antes una variable del conflicto. 

El punto máximo empezó a acercarse cuando Rusia fue disminuyendo el suministro de gas a países como Alemania, Austria y los países bálticos. Luego se llegó a apenas un 40 por ciento del volumen de gas pactado cuando la empresa Gazprom frenó el funcionamiento del gasoducto Nord Stream 1 por razones de "mantenimiento". Nord Stream 1 recorre 1.200 kilómetros por debajo del mar Báltico y llega directamente a las costas alemanas. Era, hasta hace unas semanas, la principal fuente de suministro luego de que Moscú pusiera fuera de servicio el gasoducto Yamal-Europa y bajara el flujo del gas que pasa a través de Ucrania. 

Desde el lunes 11 de julio no pasa ni una gota de gas por Nord Stream 1 y nadie es, de hecho, capaz de anticipar qué ocurrirá realmente durante el invierno. Desde mediados de junio el gasoducto Nord Stream 1 entregaba escaso gas porque, según Moscú, una de las turbinas que lo alimentan (Siemens) había sido enviada a Canadá para repararla y Canadá se negaba a devolverla a raíz de las sanciones internacionales contra Rusia. Canadá se comprometió a reintegrarla, pero los europeos están convencidos de que Vladimir Putin usará el gas como un regulador de la crisis que la falta de hidrocarburos no tardará en acarrear. El próximo 21 de julio Nord Stream 1 debería volver a funcionar, pero esa fecha es más una ruleta rusa que una certeza. "No sería ninguna sorpresa que Gazprom nos diga: detectamos un problema, no podemos reactivar el gasoducto Nord Stream 1", dijo Habeck, el ministro alemán de Economía.

Europa se prepara para lo peor

Por esa razón, pese a la gran incertidumbre, Europa se prepara para lo peor sin privarse por ello de intervenir en el conflicto. Llora por el gas y el petróleo de Rusia al mismo tiempo que continúa enviando ayuda militar a Ucrania, un gesto que el presidente ruso asume como una declaración de guerra por parte de Occidente. 

El gas ruso representaba antes de la guerra un 40 por ciento de las importaciones de la Unión Europea. Un corte total del suministro de energía tendría consecuencias más serías para Alemania porque Berlín depende del gas ruso (49 por ciento) mucho más que Francia, Italia o España. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo ante el europarlamento: "debemos prepararnos para un corte completo de parte de Rusia". 

En este juego de armas y de energías Rusia siempre se adelantó a los europeos, y no sólo en el tema militar. Durante meses y meses, los líderes de la Unión Europea amenazaron con decretar un embargo total del gas proveniente de Rusia. Nunca lo hicieron. En cambio, Rusia decidió, de alguna forma, embargarse a sí misma y privar a los europeos del tributo político de esa sanción: empezó por cortarle el gas a Polonia y Bulgaria, luego a Finlandia, Países Bajos y Dinamarca y, en junio, cuando Nord Stream 1 ingresó en la zona de "mantenimiento", la privación de gas se hizo extensiva a Alemania, Italia, Francia, Austria, República checa y Eslovaquia. En total, según cifras suministradas por la Comisaria europea encargada de la energía, Kadri Simson, las entregas de gas ruso hoy representan la mitad de lo alcanzado en el mismo periodo del año 2021.

Europa vive bajo una suerte de alarmismo prudente. Muy lentamente va organizando su relato destinado a los ciudadanos sin que, por el momento, la retórica revista un carácter urgente o dramático. Luego de dos años de pandemia, nadie quiere asustar a la población con medidas para regular el consumo energético. Sin embargo, esas medidas son, si nada cambia, inevitables. 

El próximo 20 de julio la Comisión Europea remitirá a los Estados miembros un plan de urgencia para la reducción de la demanda de energía. En el seno de la Comisión los desacuerdos son enormes. Los alemanes abogan por un plan a través del cual se racionalice el consumo de la actividad industrial. Países como Francia se oponen a ese principio debido al elevado costo social que tendría (desempleo) y optan por un enfoque diversificado. 

Para Europa es imperativo aguantar unos dos años con frío para que los actores periféricos de la energía puedan entrar en juego. Hasta antes de la guerra, Rusia le vendía a los 27 países de la Unión Europea unos 155 mil millones de metros cúbicos de gas. Europa espera que, dentro de un año, Estados Unidos, Egipto, Qatar, Noruega, Azerbaiyán y Africa del Oeste estén en condiciones de suministrar una tercera parte de lo que Rusia proporcionaba.

Reservas

Las reservas de gas de Europa están llenas en un 56 por ciento y deberían alcanzar el 80 por ciento de aquí a noviembre gracias a las importaciones alternativas, principalmente las de Estados Unidos. Esa es la versión rosa, la otra es menos honrosa para Europa. Por más cumbres y planes que se hagan, países como Alemania tienen empresas lo suficientemente poderosas como para negociar al mejor precio las compras de gas en el mercado internacional. Ello ya ha ocurrido hace unos meses y desencadenó un aumento del precio del gas que perjudicó a los demás países de la UE que recurrieron al mismo mercado. 

Los europeos tendrán un verano tranquilo y sin restricciones. La factura vendrá en otoño cuando la "sobriedad energética" empiece a cobrar forma y habrá entonces que apagar las luces, consumir menos calefacción (Alemania ya fijó en 20 grados la temperatura máxima dentro de las empresas), desconectar los aparatos que están permanentemente encendidos o cerrar los comercios más temprano. La urgencia climática, la urgencia energética y la guerra van a rediseñar las forma de sociabilidad y de consumo en los próximos años.

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