Fue uno de los escritores favoritos de Jorge Luis Borges y de H.P. Lovecraf; hoy, autores como Javier Marías son parte de una sociedad que lleva su nombre, The Arthur Machen Society. Dice Marías: “Está dedicada, como su nombre indica, a estudiar, divulgar y conmemorar la figura y la obra del escritor galés Arthur Machen, tan elogiado y antologado por Borges, y famoso -en la medida en que lo es- precisamente por sus novelas y cuentos no sólo de fantasmas, sino también de miedo, de horror, de terror, fantásticos, de lo sobrenatural y de lo preternatural.” También es central para Stephen King, quien llama al cuento “El Gran Dios Pan” el Moby Dick del terror y lo reescribió en su relato “N” de 2008. La lista puede seguir. Pero, ¿a qué se debe el respeto por este escritor galés nacido en 1863 en el antiguo pueblo de Caerleon donde todavía se conservan ruinas romanas, muy diverso y desparejo en su producción, hijo de un clérigo galés, de vida modesta y religiosa? En primer lugar, a que se lo considera pionero de la weird fiction, la ficción rara o ficción de lo extraño, ese género hoy casi ineludible en el que dialogan la literatura fantástica y el horror. Y por otro a su noción de que este mundo es pura apariencia y, cuando el velo de la realidad se levante, aparecerá aquel otro universo donde viven los dioses antiguos que nunca se fueron, o donde mora una crueldad inimaginable. Es la idea de los mitos de Lovecraft, de todo el horror cósmico que lo sucede, de Thomas Ligotti, de las teorías sobre el género de John Clute. Y Machen la desarrolló básicamente en cuatro relatos que acaban de ser reeditados con el título original que los compiló en su momento: La casa de las almas, prólogo del cineasta Guillermo del Toro y epílogo de S.T. Joshi. Hay algún otro cuento por ahí que podría unirse a este canon pero estos son los cuentos definitivos. Ya lo sabía Borges cuando escribió en 1938: “El pecado (para él) es menos una transgresión voluntaria de las leyes divinas que un estado abominable del alma. De ahí la soledad de sus personajes; de ahí que les asedie la pura tentación del Mal, no la de cometer maldades concretas. De sus muchos libros, entiendo que La casa de las almas (1906) es tal vez el más admirable. De ese libro, la historia titulada ‘La gente blanca’”.

Los cuatro relatos mencionados son, entonces, “Un fragmento de vida”, “La gente blanca”, “El Gran Dios Pan” y “La luz más recóndita”. En todos el tema es el mismo: un personaje levanta ese velo y se comunica con los Antiguos, personificados en el dios Pan, esa criatura de los bosques, cornuda, representante del desenfreno y el sexo. En su notable prólogo, Guillermo del Toro ubica con precisión el momento histórico de estos relatos: “Un paganismo sobreexcitado rodeaba a Machen: los simbolistas, los decadentistas, la Aurora Dorada, el tarot, el espiritualismo y la magia egipcia estaban por todas partes en la Europa de preguerra saciada de la moralidad victoriana, desvirgada por la industria y en busca de una realización... Sir Richard Burton y John Hanning Speke delineaban las geografías extranjeras mientras Félicien Rops –perfecta contraparte de Machen- y Oscar Wilde demolían las morales. Machen tradujo a Giacomo Casanova y Francois Béroalde de Verville, así que conocía bien sus nociones de filosofía, alquimia y lujuria, pero a diferencia de muchas de sus contrapartes, él articulaba su mundo a partir del temor descarnado mas que desde la fascinación o el deseo”.

Vale decir: Machen creía en la corrupción del alma, porque era cristiano y creyente, y le tenía terror. Podemos decir que la gran mayoría de los decadentistas y neo paganos que fueron sus contemporáneos sentían una fascinación estética por estos temas pero se hubieran muerto de miedo si, en efecto, el velo se corría y se encontraban como juguetes de los dioses inmemoriales. Los cuentos de Machen dan miedo porque no son un juego: este hombre teme por su alma y le teme al Mal y ese espanto se transmite como un susurro en una habitación oscura.

“Un fragmento de vida” es el cuento menos conocido de los cuatro. Machen de a poco va enrareciendo la atmósfera cotidiana y pequeño burguesa del joven matrimonio Darnell –que primero tiene inquietudes normales, como la falta de dinero para comprar muebles- y de a poco se ve rodeado por acontecimientos raros, como una tía de la esposa que se vuelve loca después de ser visitada por extraños seres: una joven asalvajada, un niño pelirrojo. Así Edward puede, al fin, confesar a su mujer que pertenece a una familia antigua y que, en sus caminatas por Londres, por el centro y las afueras, a veces siente ese llamado de la raza milenaria. No conviene decir mucho más: la intrusión en la vida cotidana es inquietante y sutil. “La gente blanca” es un cuento ya clásico y extraordinario. “Hechicería y santidad, he ahí las únicas realidades” dice Ambrose, clásico erudito arruinado mentalmente de los cuentos de la época, que guarda el diario de una jovencita iniciada en la brujería a través de su nana, probablemente miembro de esa “gente blanca”, quizá seres del país de la hadas, quizá algo más extraño –para Machen, las hadas no son seres juguetones: son los seres de los relatos mitológicos de su Gales natal, capaces de secuestrar niños y enloquecer a las personas. “La gente blanca” tiene un párrafo famoso: “Luego están las Ceremonias, todas ellas importantes, aunque algunas resultan más deliciosas que las demás –hay Ceremonias Blancas, Ceremonias Verdes y Ceremonias Escarlatas. Las mejores son las Escarlatas, pero hay un solo sitio donde pueden celebrarse de forma apropiada, si bien en otros lugares he podido llevar a cabo una imitación muy agradable”. Hay un trasfondo sexual en este relato: las mujeres, el sexo, el aquelarre, la magia, todo está implícito aunque Machen nunca lo nombra con su prosa evocadora y pulida. Es mucho más obvio en “El Gran Dios Pan”, su mejor y más influyente cuento, de estructura fragmentada y eficacia inaudita. Comienza con un experimento: el doctor Raymond hará una cirugía cerebral sobre su pupila y amante, la joven Mary: la operación levantará el velo y ella verá al dios Pan. El procedimiento funciona, pero Mary queda idiota y poco después muere. Clarke, el caballero testigo del caso, vuelve atribulado a Londres: ahí comenzará a recopilar información sobre una joven adoptada por una familia galesa, Helen, que pasa los días en el bosque y en algunas ocasiones fue vista “jugando” con un compañero no humano. Helen desaparece después de la extraña muerte de su mejor amiga, pero reemerge en Londres donde se dedica a actividades que no se nombran aunque, se sabe, cada hombre que se casa con ella o la frecuenta enloquece y es corrompido en cuerpo y alma. “Toda la gente que la vio en el juzgado de guardia dijo que era al mismo tiempo la mujer más repugnante y más hermosa que jamás hubieran visto”, dice un personaje. Después de una epidemia de suicidios, Helen revela su naturaleza a la manera elíptica de Machen, pero el espanto místico de su influencia de alguna manera trasciende la página y consigue acompañarla por los arrabales ruines de Londres, a ella y a todo el Mal que la habita. “La luz más recóndita” repite el tema del científico que se apodera del alma de su mujer y la oculta en un ópalo: es posible que Lovecraft haya leído este relato para ciertas ideas de “El color que cayó del cielo”.

Hacía tiempo que los cuatro mejores relatos de Machen, quizá entre los más importantes en la literatura fantástica, no se conseguían en una edición cuidada. Son obras maestras, y en este libro se las trata como merecen.