Envejecer no es ninguna virtud, es cierto: sucede a pesar de nuestra voluntad. ¿Cómo y cuándo se instala definitivamente esa última etapa de la vida? De pronto, una mirada extrañada frente al espejo de la conciencia. Y entonces habrá que aceptarlo. O quizás, no. Bioy Casares solía decir que un hombre se da cuenta de que ha envejecido cuando se vuelve invisible para las mujeres. Algo de esto último hay en Darwin o el origen de la vejez, la nueva novela de Federico Jeanmaire, pero sólo en un sentido, lejos de cualquier máxima más o menos ocurrente de un Don Juan en decadencia, y desde un lugar mucho más complejo: la mirada del otro en cuya subjetividad se manifiesta lo cultural. ¿Se es viejo a partir desde una concepción meramente biológica?

“Un día, Simone de Beauvoir fue a dar una charla en una universidad norteamericana y cuando se dirigía hacia el sitio donde iba a hacer su intervención, escuchó que una estudiante le decía a otra “no sabía que Simone era tan vieja”. Simone tenía cincuenta y pico en ese momento y ese comentario la llevó a pasar los próximos cinco años investigando el tema, de esa investigación salió ese maravilloso libro que se titula La veje”. Mi caso, por supuesto, es bastante más humilde”, dice el escritor Federico Jeanmaire que ha obtenido con Darwin o el origen de la vejez el Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. “El descubrirse viejo nos hace pensar. Tanto que las fronteras entre el adentro y el afuera se desdibuja. Galápagos está ahí, de a ratos fuera y de a ratos dentro, preguntándonos o respondiéndonos a partir de su flora o de su fauna, cuestiones que están bien metidas dentro de nuestra cabeza. Charles Darwin es un fiel exponente de su época. Machista, supremacista, muy religioso. Sin embargo, a pesar de todos esos condicionantes, es el hombre que se anima a matar a Dios. Un ser contradictorio, fantástico y que, a los sesenta años escribe unas memorias que describen su vejez, un texto que necesariamente involucra al protagonista de la novela, un hombre que desde sus propias contradicciones expone los profundos cambios que se han producido en la masculinidad en estos últimos dos siglos”.

Y es justamente la construcción de la masculinidad lo que problematiza la novela a partir de un narrador que sufre un cimbronazo existencial en el momento exacto en que una mujer, Rut, rechaza tener un vínculo amoroso con él por considerarlo viejo. “En ese momento, yo tenía cincuenta y ocho años. Ella, treinta y nueve. Y sí, míster Darwin, tiene razón, quizá sea una diferencia considerable. Pero entienda que nunca antes me había pasado algo semejante. Fue una sorpresa. Nadie con anterioridad me había rechazado por viejo, quiero decir. Recuerdo que entre los variados y horrorosos pensamientos que me asaltaron durante esas noches de fiebre en Barcelona, una y otra vez venían a mí sus concluyentes dichos acerca de la selección natural. Tema áspero si los hay, reconózcalo. Además de la supervivencia de los más aptos, usted hace referencia a que los miembros de cualquier especie, los seres humanos, por ejemplo, consciente o inconscientemente buscan en el que eligen para aparearse a aquel que, de algún modo, lo ayude a mejorar la descendencia. Con independencia de que la cuestión me suene un tanto nazi, supongo que habrá tenido suficientes motivos como para asegurar algo así”, dice el narrador, que para entonces, diez meses después de aquel rechazo por parte de Rut, se encuentra recorriendo distintos lugares en las islas Galápagos, pero no ya como un simple turista. Profundo conocedor de las teorías de Charles Robert Darwin recorre aquel lugar como quien busca una muestra arqueológica de su propia evolución. 

La mirada que uno tiene de sí mismo, rara vez coincide con la mirada que los demás tienen de uno; y es justamente a partir de este quiebre que Darwin o el origen de la vejez se convierte en una novela sumamente original. Lo que parece ser un viaje hacia el exterior lentamente se va convirtiendo en un recorrido introspectivo, una forma de conocimiento sumamente honesto, y a veces demasiado crudo, de sí mismo. Una voz en primera persona muchas veces puede caer en la tentación de mejorarse a sí mismo. Federico Jeanmaire propone la dirección opuesta, y es una de las tantas sorpresas que provoca la novela. Su personaje es un músico reconocido a nivel mundial, se ha enamorado varias veces de mujeres singulares y puede decirse que, hasta el día en se cruzó con Rut, vivía en una especie de ilusión continua, respaldada por una estructura cultural que creía inamovible como una herencia justa. Ese viaje a Galápagos tiene íntimamente la fuerza de una provocación, como quien va en busca de una persona para entablar una conversación secreta y decisiva. Por momentos, como si viera la naturaleza desde una vidriera, mientras entabla, crítica y dificultosamente, trato con los habitantes y turistas de las islas, al tiempo que escribe y compone música, retoma una gran variedad de ideas planteadas por el autor de El origen del hombre, entre ellas, el concepto de lo bello que, según el naturalista ingles, es un sentimiento y no se da sólo entre los seres humanos, sino también entre los animales y los insectos. 

“Lo más interesante de todo el asunto, me parece, es lo que afirma a continuación: lo bello es, en el ser humano, un sentimiento indefinido, influido por la imaginación y que, por esas mismas razónes, a menudo suele provocar cambios caprichosos en los usos y en las costumbres”. Y enseguida la ironía del narrador: “Los caprichos, mamá. Y la belleza como algo imposible de definir”. Luego irá a los conceptos de Charles Darwin sobre aparearse y el amor para luego volver una y otra vez a Rut como un paranoico a sus obsesiones. “Algo no le dije, sin embargo. Pero no se trató de que lo guardara por alguna cuestión en particular. No sé guardarme nada. Si no se lo dije aquella noche fue porque todavía no lo sabía. Apenas si lo intuía. Lo fui sabiendo con el correr de los días, o de los meses, mejor: sus ojos oscuros y preciosos, involuntariamente se habían convertido en el origen de la vejez, en el nacimiento mismo de la vejez”, piensa el músico, teniendo frente a sí el majestuoso cráter del volcán de Sierra Negra. Darwin o el origen de la vejez está entre las mejores novelas de Federico Jeanmaire.