En el afiche de la campaña se podía leer: “El pueblo educa al pueblo”, y esto ya funcionaba como una definición de principios. Con este lema como cabecera, la Campaña de Reactivación Educativa de Adultos para la Reconstrucción (CREAR) ponía en marcha uno de los tantos anhelos históricos de la sociedad en su conjunto: la erradicación del analfabetismo en los trabajadores y trabajadoras de todo el país.

Inmersos en los convulsionados años ‘70, y con el advenimiento de la denominada “primavera camporista”, se abría para muchos una luz de esperanza basada en determinadas políticas de estado que tendían al bienestar general del pueblo trabajador. Una de ellas sería el lanzamiento de la CREAR, que involucraría a miles de alfabetizadores, los cuales recorrerían todos los rincones del país, acercando el conocimiento a campesinos, obreros, indígenas y trabajadoras domésticas, entre tantos.

La propuesta educativa, basada en postulados de Paulo Freire, quien inclusive visitó el país por aquellos tiempos en virtud del lanzamiento de la CREAR, fue un espaldarazo importante para la masividad del proyecto, lanzado el 8 de septiembre de 1973, justamente en una conmemoración del Día Internacional de la Alfabetización.

Claro que para llevar adelante esta campaña se necesitaron miles de voluntades que, con más o menos conocimientos pedagógicos pero recurriendo a un método específicamente preparado, podrían enseñar a leer, escribir y realizar operaciones básicas a personas analfabetas.

Una militante revolucionaria

A Emperatriz Márquez todos la conocen como “Monena”. Hoy vive en la localidad de El Rodeo en Catamarca, “su lugar en el mundo”, como ella misma lo denomina, al tiempo que sigue militando por los derechos humanos “en su sentido más amplio”.

Monena fue una de las tantas que participó de la CREAR, alfabetizando a trabajadores y familias de zafreros en Jujuy: “Yo era una militante política con pensamiento socialista, marxista y sobre todo con una formación en el norte, una característica del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), que era donde yo militaba. Teníamos una raíz latinoamericana guevarista muy federal e indigenista, una formación que venía de Francisco Santucho, hermano de Roby”, relata Monena.

“Había sido detenida y estuve en lo que fue la fuga de Trelew, fui parte del grupo que se tuvo que volver y hacer resistencia desde la cárcel. Luego salí amnistiada con el gobierno de Cámpora, y como al poco tiempo nuevamente me envían pedido de captura, entro en la clandestinidad. En ese periodo es donde el Partido me asigna una tarea: ir a Jujuy a trabajar en el fortalecimiento y concientización de la lucha de clases en los ingenios”, comenta Monena con una memoria privilegiada.

Ingreso a la CREAR

Miles serán a lo largo y a lo ancho del país los que se sumarán a alfabetizar adultos en los puntos más recónditos el territorio, y Emperatriz Márquez será una de ellos: “Yo me incorporo a este proceso de enseñanza de una manera un poco accidental, porque otra de las cosas que nuestro Partido nos pedía era la necesidad de autosustentarnos. Esta era una manera de no ser dependientes. Entonces así es como me incorporo, y si bien yo era maestra normal superior, no podía usar mi título porque teniía un nombre falso. De todas maneras, cualquier persona que tuviera las capacidades de transmitir conocimientos, podía hacerlo”.

“La que me incorpora es Marina Vilte, conociendo mi realidad y a través de otro compañero referente en el lugar. Me da una función y el cargo para ir a trabajar en el circuito cercano al Ingenio La Esperanza y al Ingenio La Mendieta, con una población que en su mayoría venía de Bolivia y eran trabajadores temporarios”, cuenta Márquez.

Lámina de alfabetización para trabajar sobre la palabra

En aquella dura realidad del zafrero jujeño, es que con sus 22 años Monena se inserta en la comunidad para multiplicar el conocimiento planteado desde la CREAR, “Tenía 18 alumnos aproximadamente, todas personas de 30 a 60 años, hombres y mujeres. El plan era enseñar a leer y escribir y las operaciones básicas. Así logro insertarme y comenzar mi trabajo de alfabetizadora con las herramientas de lectura que nos planteaban trabajar, que eran del pedagogo brasilero Paulo Freire. Ese era el sistema de enseñanza que teníamos”.

El vínculo educativo y transformador

A raíz de la enseñanza y de la incorporación a la comunidad, Márquez empieza a establecer cada vez más vínculos con los alumnos. “Hacíamos el mate cocido en la merienda, compartíamos muchas cosas y, de a poco, comenzamos a hablar otros temas. Comencé a informarme sobre cómo era su vida, cómo le pagaban, cuál era la relación con los patrones, cuál era el trabajo que ellos hacían. Y esto sirvió para el trabajo, así que comenzamos a usar términos como: sindicalismo, asociación, valor del trabajo, plusvalía, y sobre todo la existencia de leyes que, si bien en ese momento existían, no se aplicaban en esos feudos”.

“En aquellos tiempos todo pasaba muy rápido, vivir diez días era como un año por la intensidad de situaciones”, comenta la docente rememorando aquellos ocho meses que acompañó en el proceso de alfabetización a los trabajadores zafreros, pero que parecieron muchos más. “Fue una alegría cuando ese grupo egresó sabiendo escribir sus nombres, conociendo los sonidos, y pudiendo leer algo, y sobre todo las operaciones”.

Monena recuerda pasajes de aquellos cortos pero intensos meses con las familias en Jujuy. “Recuerdo siempre el impacto de las manos de los obreros zafreros, tan callosas, tan poco flexibles para manejar el lápiz... los veía con tremenda dificultad para agarrar un lápiz, y hasta el día de hoy me emociona, tuve que buscar lápices más gruesos para que ellos pudieran manejarlos... esa persona que domaba el machete, la pala, no podía con el lápiz, que lo dominaba a él”.

Lámina de alfabetización:

“Por esas fechas, mi organización considera que ya no tengo que estar allí, porque me asignan otra tarea a realizar. Es así que me voy a despedir de ellos y siento la necesidad de descubrirme quien soy, porque me parecía una actitud de honestidad explicarles que no me iba porque algo me había pasado allí, sino porque había una decisión política de mi partido de enviarme a otro lugar. Así que me presenté como militante del PRT, y quien era esa persona que estuvo con ellos con su nombre real... nos despedimos con mucho afecto, con mucho cariño, y con mucha aceptación y gratitud de que les diga verdaderamente quien era yo”.

Monena continúa su recorrido

La alfabetizadora y militante política abandona la zafra jujeña, pero no la lucha política. Ya con otras tareas en la organización, continuando en la clandestinidad, es detenida en Buenos Aires hacia 1975, permaneciendo más de nueve años en distintos lugares de encierro, principalmente en la cárcel de Devoto. “Allí es donde me entero de la desaparición de mi cuñado Luis Aredez, intendente de Libertador General San Martín, medico, pediatra. Mi hermana, Olga Márquez de Aredez, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora de Libertador General San Martín, va a visitarme y así me voy enterando de toda lo que se vivía en el país. Mi familia también es tremendamente hostigada durante ese tiempo. Recién en el 82 salgo con libertad vigilada, y ya en el 83 con libertad definitiva”.

Monena depositando las cenizas de su hermana Olga en la plaza de Libertador General San Martín.

“Hoy sigo militando en los derechos humanos, no solamente relacionado a los juicios de lesa humanidad, sino también en todo lo que significan los nuevos derechos adquiridos. Acompaño en género, diversidad, pueblos originarios, interculturalidad, todo lo que hace a derechos de ciudadanos y ciudadanas”, relata Márquez, mostrando una incansable fuerza vital para la lucha.

“Nuestra generación fue producto de una realidad nacional, latinoamericana y mundial, nos nutrimos con las luchas de liberación. Mi generación, la de los años ‘70, ha sido una bisagra. Nosotros tomamos banderas revolucionarias, antiimperialistas, con un cuestionamiento radical del sistema. Hoy es otra la lucha, pero sigue con la misma intensidad y con las mismas fuerzas en las nuevas generaciones”.

A los 73 años, Emperatriz Márquez continúa peleando con la misma firmeza que tuvo el día en que armó un bolso y se internó en la zafra jujeña con cuaderno y lápiz como armas revolucionarias.

Aquellos sueños y anhelos que quedaron truncos con la más sangrienta dictadura cívico militar, hoy siguen brotando en los pasos de mujeres luchadoras como Monena, quienes empujan con su ejemplo un horizonte intacto para que un mundo mejor no solo sea un sueño, sino una realidad concreta.