“Me basé bastante en la novela de Tomás Eloy Martínez para preparar el personaje de Moori Koenig, pero en el libro de Pedro Ara también se lo menciona bastante”. Ernesto Alterio responde a las preguntas de Página/12 en una entrevista mano a mano realizada pocos días antes del estreno de Santa Evita. Su personaje es uno de los más extremos de la historia: el jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército encargado de secuestrar el cadáver de Eva Perón y hacerlo desaparecer luego de la así llamada Revolución Libertadora; antes edecán de Evita y encargado, según la descripción de la novela, de espiar y rendir cuentas de las actividades y estado general de la primera dama durante su enfermedad, a pedido del mismísimo Juan Domingo Perón. En palabras de Eloy Martínez, “su extravagante deber consistía en elevar partes diarios sobre las hemorragias vaginales que atormentaban a la Primera Dama, de las que el presidente debía estar mejor enterado que nadie. Pero así eran las cosas en aquella época: todos desconfiaban de todos’”.

“Hay otro texto que fue muy importante para mí”, continúa detallando Alterio, “que es el cuento de Rodolfo Walsh Esa mujer. Tengo entendido que el propio Eloy Martínez lo utilizó como uno de los puntos de partida para la novela”. A la hora de pensar en la preparación del Moori Koenig de la ficción, el actor, que nació en Buenos Aires en 1970 y cuya carrera siempre ha alternado trabajos en su país natal y en España, cree que se trata de un personaje muy especial. “Para construirlo hubo que bucear en la estructura de los militares en esa época puntual. Un militar de ascendencia alemana, además, que tenía una manera de hablar peculiar. El lenguaje corporal fue importante. También la época: la manera de expresar las emociones, la forma en la que se relacionaban los hombres y las mujeres. A eso hay que sumarle la complejidad del paso del tiempo, porque cuando comienza la historia el personaje tiene 35 años –un hombre pulcro, en el zenit de sus capacidades–, y termina con sesenta y largos, completamente alcoholizado y psicótico. Es un abanico muy grande. Para un actor, esa es una de las cosas buenas que permiten las series: poder construir un personaje con tantas aristas”.

-¿Fue el elemento necrofílico el más complejo de todos a la hora de pensar en la estructura mental del personaje?

-Hay allí una dosis muy fuerte de algo ligado a la posesión. Con la idea poseer el cuerpo. Un cuerpo inerme, indefenso. Algo que está en sus manos y con el cual puede hacer lo que desee. Ahí comienza su delirio, con la idea de que esa mujer es suya. Supongo que también existe una metáfora del lugar de la mujer frente a los hombres, las cosas que los hombres no pueden tolerar. A Evita le pasó mucho eso, creo. Hay algo gracioso y es que en la serie hasta su peluquero dice ‘yo la creé’. Todos creen que ella es suya, que ella es su invención.

-Si tuvieras que definir la historia de Santa Evita en pocas palabras, ¿cómo la describirías?

-Santa Evita es muchas cosas. Es la historia de un cuerpo sin tumba. También es la historia de una obsesión. Y la de un mito, en este caso construido como un thriller apasionante.

-¿Tenés algún recuerdo de infancia ligado a Perón en España?

-Tenía un amigo que vivía en Puerta de Hierro, me acabo de acordar. Solía jugar cerca de ahí, pero eso fue después del regreso de Perón a la Argentina. Yo llegué a España en 1974, después de que la Triple A amenazara a mi padre. Por supuesto, López Rega, que también estuvo en Puerta de Hierro, tuvo bastante que ver con el cadáver de Evita después de que le fuera devuelto a Perón. Hablando de eso, ¿sabías que la casa de Perón la compró Jorge Valdano?