La efedrina no aparece en el análisis. Macri conoce una chica francesa y se casa al pie de los Alpes. MTV sigue emitiendo, interminable y felizmente, videos de música. En la alta madrugada de 2022, Kurt Vile estrena el clip de “Like Exploding Stones” y el efecto encantatorio produce una cascada global. Ahí está: debajo del cartel de bienvenida a Filadelfia. El último gran héroe del indie americano cuenta hasta cuatro y conjura los sueños de Neil Young, Beck y Pavement con el vaivén de su guitarra Jaguar celeste. En el medio del sueño, alterado por los efectos del post-Covid y los filtros de Instagram, aparece el saxofonista de la Sun Ra Arkestra y toca su solo meditabundo en una pista de patinaje sobre hielo. ¿Qué estamos viendo? No se sabe, pero nadie se quiere despertar. A su manera, a su iridiscente manera, así es Watch My Moves: el nuevo disco de Vile. Como tomarte las vacaciones las vacaciones más alucinadas de tu vida en el sótano de tu propia casa. Ahí, a juzgar por estos siete minutos de música, el tipo no encontró la fuente llena de monedas. Encontró el arco iris.

La historia del disco, sin embargo, no es precisamente una epifanía. O tal vez son dos. A fines de 2018, durante la larga gira de Bottle It In, Vile dejó de tomar alcohol. Todo parece indicar que ya no necesitó más combustible que el flujo de su propia banda. A juzgar por los registros desparramados aquí y allá, los Violators habían alcanzado el punto Crazy Horse del caramelo: telepatía, swing, elasticidad. El músculo grupal que solo se puede conseguir después de tocar y tocar. De manera que apenas terminó la última fecha del tour, Vile examinó su agenda para los próximos meses. Saturada es poco. Sin embargo, casi en secreto, comenzó a incubar una idea antigua: grabar un disco con el cuarteto en el corazón del estudio.

¿Qué tamaño tiene el baúl de un Mustang? Casi sin desempacar, cargó un par de guitarras en el coche y puso primera en su peregrinaje de dos mecas. Primero manejó las trescientas millas que separan Filadelfia de Amherst: una ciudad de unos 37 mil habitantes en el estado de Massachusetts. Ahí, a mediados de los ochenta, tres adolescentes disfuncionales fundaron Dinosaur Jr. y dejaron enterrada la Piedra Rosetta del grunge. Para Vile, que creció entre autos usados, zapatillas Pony, pedales de distorsión y discos del sello Drag City, producir su disco de regreso ya era tocar el cielo. No sabía que unos días más tarde, despatarrado en un estudio de Nashville, iba a recibir la unción final de su héroe. John Prine terminó de mirar un partido, grabó una versión de “How Lucky” con Vile y murió en su arquetípico perfil bajo.

La señal era inequívoca: había que parar. Pero el tipo siguió de largo y, en el preciso momento en el que se disponía a invocar a los Violators, se apagaron las luces de todo el planeta y cada uno de los miembros quedó debidamente encerrado en su casa. “En un sentido un poco perverso del humor, es algo gracioso que la pandemia haya llegado en el momento perfecto”, dijo en una entrevista. “Siento que había suficientes cosas en el aire para hacer evidente que, sea como sea, tal vez quería estar en casa. Me acuerdo de estar tan cansado...”

Todas las mañanas son iguales. Especialmente durante una pandemia. Cada día, apostado en su refugio, Vile preparó el desayuno de sus dos hijas y las acompañó en sus clases virtuales. Bajó las escaleras hacia el sótano y construyó, ladrillo por ladrillo, las paredes de su estudio: el OKV Central. ”Si no hubiera tenido algunas canciones sólidas en el bolsillo, supongo que habría estado más estresado durante la cuarentena”, dice Vile. “Pero, como sabía que había algunas cosas buenas a las que recurrir, entendí que podía tomarme mi tiempo para hacer este disco”.

Custodiado por su amigo y productor Rob Schnapf, desplegó un repertorio en la escala cero de la ansiedad. Compases vacíos, loops en reversa, leit motivs psicodélicos. Algunos, curiosamente, disparados por sintes y teclados analógicos. Sacó algunos conejos de su galera folk (según Iggy Pop, “Say The Word” suena “como el country debería sonar pero no lo hace”) e incluso rescató “Wages Of Sin”, un viejo outtake que Bruce Springsteen dejó afuera de Born in the USA guiado por quien sabe qué criterio. “Esa canción de Springsteen quizás sea mi favorita de todo el disco”, confiesa Vile.

El ingrediente que alteró la ecuación, sin embargo, estaba en el otro extremo del arco. Decidido a explorar el vacío, Vile puso Liquid Swords (1995) de GZA y encontró el agujero de gusano para hacer la sinapsis que pedía el encierro. “Cuando escuchás una máquina de ritmos perfecta y alguien como GZA tirando rimas encima de todo, casi que querés renunciar”, dijo Vile. “Pero después, te sentís inspirado. Te da ganas de tocar. Me gustan los artistas que simplemente te ponen en la zona: atrapado en un groove”.

Si bien el disco tiene varias líneas de fuga y es lo suficientemente largo para admitir todos los rostros de Vile, su núcleo indivisible son precisamente canciones como “Like Exploding Stones” o la fabulosa “Mount Airy Hill”. La nueva versión de los Violators (Rob Laakso, Jesse Trbovich, Kyle Spence y el propio Vile) se aposta en semi-círculo y, aun prescindiendo de la zapada, logra desactivar la gravedad. Así, “Palace of OKV in Reverse” dispara un patrón rítmico y Vile trabaja sobre la melodía y la letra como un niño. Hace y deshace. Va y vuelve. Quita y agrega. Uno puede imaginar su característica mueca de slacker mientras tira un melisma y cierra el verso con un gancho de hip hop: ¡Watch my moves!

Después de articular buena parte de su carrera alrededor del legendario sello independiente Matador, Vile firmó contrato con el clásico Verve. Es decir, una multinacional de catálogo boutique, dispuesta a albergar su música en la subsidiaria Forecast. Por lo demás, el tipo no se cortó el pelo ni cambió sus camisas de leñador. La tapa del disco, en ese sentido, es casi documental: flanqueado por sus dos hijas, Vile posa con máscara de cocodrilo y una gorra cualquiera. Como si recién, después de dos años de encierro, hubiera dejado el bunker. Ahí está el bosque suburbano. Ahí está la canción americana, enrarecida por la polución. Si el fin del mundo ya pasó, dice el manual de instrucciones, esta cápsula es útil. ¿Para qué? Para reconstruirlo.