“¿Qué quiere decir ‘paqui’?”, pregunta una y la otra le responde: “¿Pa-quiqueres saber?”. “Paqui, como contracción de ‘pa-qué-están”, “Paqui es ‘paqui-lombo’, “No hay nada más paqui que no saber lo que es ser paqui”: estas voces resuenan como un guiño cómplice en las tertulias, conversaciones, convites, fiestas y demás espacios del ambiente, otro término sobre el que también podríamos detenernos.

La palabra paqui es parte del acervo cultural de nuestra comunidad regional de tortas, maricas, travas, trolos, bisexuales, trans, intersex y demás identidades que se corren de la norma sexogenérica. De hecho, su uso también se extiende hasta Uruguay. Aunque en sus comienzos operaba como una contraseña que circulaba en ámbitos cerrados para designar a unx otrx heterosexual, hoy en día tiene múltiples matices y acepciones. ¿Cuáles son los límites y horizontes de este término tan poroso? ¿Su significado se amplió o se licuó? ¿Qué subjetividades y miradas sobre el mundo construye?

El origen de la palabra paqui

Para algunxs, su origen es más bien difuso. Hay quienes aseguran que proviene de la Plaza Pakistán, “plaza de Buenos Aires con poca luz atestada de corredores nocturnos arrodillados”, según indica el Diccionario Latinoamericano de la Lengua Española de la UNTREF. Sin embargo, son las tortas quienes se adjudican, (de forma comprobada y documentada históricamente), que este término es un invento de ellas.

El libro No soy un bombero pero tampoco ando con puntillas – Historias de lesbianas en Argentina entre en 1930 y 1976 (Editorial Madreselva) registra este uso pretérito en círculos lésbicos y cómo su connotación lindaba la soberbia con el orgullo de saberse “distintas, iniciadas, especiales, entendidas, better (mejores). Esta palabra, better, era usada entre las tortas de la clase alta de principios de siglo pasado para nominar a “las que saben”, “las que entienden” y como una burla frente a “las que no”. Este término foráneo “habla de asumir la extranjería, la otredad que se impone al deseo heterosexual en toda su extensión, de buscar una marca posible de exhibir para denotar la diferencia”, describen las autoras de este texto, Alejandra Sardá y Silvina Hernando.

“La palabra gay no existía, la palabra homosexual no nos satisfacía, porque muchas veces lo nuestro no tenía nada que ver con lo sexual. Decíamos ‘gente como nosotros’. Y a quienes eran violentamente anti les llamábamos ‘los paqui’, ‘los paquidermos’”, cuenta en este compilado Julia, una lesbiana que nació en 1910 y que, como tantas otras, también se perdía en el encanto de las “señoras paquis”.

Hablar el código

Hay quienes consideran que esta palabra es estrictamente descriptiva, como la profesora de filosofía y maestranda bisexual, Agustina A, de 31 años. Para ella, cuando era adolescente, representaba un dialecto en código. La primera vez que escuchó este término fue cuando tenía 14 años, en la secundaria, cuando un amigo gay le preguntó si ella “era paqui”. “Entendí que esta palabra era algo que circulaba solamente dentro de la comunidad queer, al menos en ese momento. Es decir, los heterosexuales no se sabían paquis. Y cada vez que aparecía en una conversación, sabías que tu interlocutor curtía alguna movida por la cual esa palabra había llegado a esos oídos”.

Sin embargo, con el correr del tiempo, observó que “cambió de uso”. “Ahora la dicen todo el mundo, hasta los paquis, y parecería que es más un sinónimo de heteronormado”. “Yo me resisto a esto”, asegura, “solo la empleo para hablar de alguien estrictamente heterosexual”.

En ese sentido cree que esta palabra, que tenía una connotación descriptiva, ahora conlleva un subtítulo normativo: “designa algo vinculado a un deber”.

La escritora, licenciada en letras, locutora y torta estatal Gabriella Borrelli también observó cómo el uso de esta palabra comenzó a ampliarse a través de las décadas: “ahora significa un estado de las cosas”, concluye.

¿Cómo experimentaste este cambio?

G.B.: Yo viví esa transformación. Con mi novia, por ejemplo, siempre decimos la expresión “Oh, so Paqui…” (Es tan paqui…). Ya dejó de significar un estado personal de la heterosexualidad, sino que más bien sirve para nombrar una forma de estar en el mundo. Un estado de cosas muy hétero. Es decir, lo paqui también pueden ser los gobiernos, las leyes, las películas. En ese sentido, el término creció. No sé si hay un sinónimo de “paqui”, es más que heterosexualidad, es una mirada conservadora.

¿Se puede ser torta y también ser paqui?

G.B.: Sí, hay parejas de lesbianas que también son re paquis, porque reproducen ese modelo.

¿Sentís que este término, al expandirse tanto, se terminó licuando?

G.B.: Se licúa cuando cada uno lo interpreta como quiere. Las personas paqui, en principio, son las heterosexuales. Pero aquí lo que está en jaque es el término heterosexual, por eso “paqui” también está tensionado. Si la ampliación es licuarse, eso lo veremos con la militancia. Yo creo que es una palabra que, por supuesto, al principio tenía una connotación más radical, como también lo tenía la nominación lesbiana, que ahora se relativizó y se hizo más liviana.

Extractivismo heterosexual

Para la investigadora, docente de la UMSA, lesbiana, torta y feminista Kekena Corvalán, la cultura paqui implica extractivismo: “captura, se para decididamente del lado de los privilegios, aprovecha las libertades que ganó gracias a las personas no paquis”; es, en definitiva, “una persona cis heterosexual que hace de estas características una ventaja”.

Para ella, ser paqui es algo binario que se cierra sobre sí mismo y que ve la vida solamente desde esa posibilidad, mientras que “acepta condescendientemente todo eso otro diverso”.

En definitiva, “no cuestiona la raíz heterosexual de su práctica como algo mandado y apoyado en una cuestión de clase. Porque también se puede pensar a lo paqui como una clase económica, como una mirada clasista profundamente binaria. Ser heterosexual no significa ser binario, pero ser paqui sí. Ser paqui implica creer que solo hay una manera correcta, y es la normal, la heterosexual. Ser paqui es suponer”. “No me importa con quién duerme la gente, pero si me importa en tanto ese sistema sexo-género es profundamente político y profundamente violento”, reflexiona.

Ernesto Meccia es sociólogo de la UBA y se mudó a Buenos Aires en el 86. “Ni bien empecé a frecuentar el ambiente gay escuché hablar de los paquis. Era una palabra entre irónica y humorística, nunca dramática. Irónica: si un compañero tenía una mentalidad cerrada le decíamos ‘sos re paqui, re cuadrado’. Humorística: si te gustaba un compañero de la facultad de aspecto muy masculino y querías tirarte un lance, un compañero gay que lo conocía podía decirte: ‘Suerte, Ernesto… pero mirá que es re paqui”.

¿Qué significa paqui para vos?

E.M.: En aquel momento, un paqui era alguien que no era gay pero que no asociaba necesariamente con la hostilidad. El paqui no era un mataputo, como se decía. Las categorías lingüísticas dibujaban un degradé entre los que no eran gays: el mataputos era distinto del chongo y éste del paqui. El paqui era como más neutro, más intermedio.

¿Tenía un sentido peyorativo?

E.M.: No en aquel momento. El paqui tenía semejanzas con el chongo y, en consecuencia, muchos teníamos la fantasía de conquistar a más de uno. En cambio, me parece que hoy sí.

¿Seguís usando la palabra?

E.M.: No, para nada. No la uso más.

¿Por qué?

E.M.: En muchos ambientes LGTBI en la actualidad casi TODO está asociado a lo normativo. A mí no me gusta pensar las cosas así. Crecí en un mundo de etiquetamiento... no quiero etiquetar más. Mi experiencia indica que todo fluye con gays, con bisexuales, con paquis, con chongos. Mi único límite son los mataputos.

Al igual que Ernesto, la activista travesti Marlene Wayar escuchó el término “paqui” por primera vez a comienzos de los 80’s, en boca de sus amigas maricas, que eran sus compañeras en la escuela de cerámica.

Para ella, también se queda corta y propone un terreno descriptivo que necesita rellenarse de “algo más” para completar profundamente su sentido. Y, volviendo a las lesbianas que la usaban en un principio para delimitar cierta superioridad frente a una otredad más plana, más básica, menos enterada, para Marlene también conlleva esto de forma implícita, como si esta palabra se cerrara temporalmente de forma circular.

¿Te acordás de cómo fue que alguien la nombró en ese primer momento, casi en tu adolescencia?

M. W.: No lo sé exactamente. Las travestis nos acordamos de una fecha por qué modelito tenía puesto una, o qué motivo era… y más si es de mi generación. Poné: “década del ochenta”.

¿Qué uso le dabas a esa palabra, entonces?

M. W.: La comunidad travesti que ahora tiene mi edad, en Córdoba, al estar en situación de prostitución, nosotras estábamos con paquis. Nuestros clientes eran paquis y ahí se abría todo un abanico de cuestiones a partir de la clasificación puntual de ese mundo paqui, en tanto eso nos interesaba como clientes. La palabra “paqui” era como el chongo clásico, que después tenía sus matices de perversiones posibles: o era una esclavita, o era una coloqueta, o era un chorro, o un súper activo… dependiendo de sus características puntuales. En nuestro universo, el término paqui necesitaba mucha más precisión.

¿Qué significado le diste a esta palabra a partir de tu participación como activista, ya en Buenos Aires?

M. W.: Esta palabra vuelvo a escucharla, una vez más, de las maricas, cuando las travestis empezamos a tener más vínculos con el resto de la comunidad LGBTIQ por cuestiones de militancia, en la CHA, por ejemplo. Es un término que tiene más que ver con lo gay, porque son ellos quienes tienen que habitar un mundo que está mucho más en contacto con los paqui y se les exige distinguirlos; en el trabajo, en el bar, por ejemplo. Cuando a nosotras, las travestis, nos vuelve este término, nos regresa como algo más general: todo lo que es paqui también implica pruritos, prejuicios…

¿Te parece que es un término peyorativo?

M. W.: Enuncia desde una cierta posición de soberbia, parece que fuese despectivo, pero en realidad es descriptivo. ¿Qué es un paqui? Y, por supuesto, nosotras somos superiores en tanto hemos superado los límites del binarismo, de la heterosexualidad obligatoria, etc. Es como un Sapiens hablando de un Neandertal. “Es un paqui…”. Obviamente suena despectivo, pero muchas veces hasta lo decimos con cariño: “Mi papá es un paqui”, por ejemplo….

A Jorge Thefs, actor y bailarín, pensar el lado normativo de esta palabra, que alude a algo binario, también lo convoca. Con una mirada similar a la de Kekena, comprende que es un habla que implica un imaginario heterosexual, donde no hay más posibilidad que esa. “Es el deseo puesto en un lugar muy esquemático”, considera. Para Jorge, que se identifica como marica, “este término es una venganza”.

“Hay gente a la que le parece que es despectivo, que es violento, pero no, a mí me parece bien. Nosotras usamos las palabras que nos asignaron, como insulto, para resignificarlas y para empoderarnos con eso: yo me siento muy identificada con lo marica, con lo trolo, con lo cuir; es algo que nosotras convertimos en algo nuestro. Tal vez ellos puedan hacer lo mismo con la palabra ‘Paqui’”.

“Una palabra implica una convención, no puede significar lo que sea para cualquier persona que la usa”, piensa Gabriela Borrelli sobre las múltiples acepciones que tiene “paqui”, sobre todo, teniendo en cuenta cómo evolucionó a lo largo de los años. Sin embargo, estos movimientos lingüísticos son, sin duda, habituales: el habla lunfarda es un ejemplo explícito y claro de estas flexibilidades que se expanden y renuevan mientras los glosarios atraviesan los años y los territorios.

Así como debería ser con la tierra, las palabras son de quienes las trabajan y se apropian de ellas. Como si fuese una hoja en blanco, “paqui” parece correrse, actualmente, de ser un adjetivo meramente descriptivo para llenarse de otras características tensionantes, otros matices que la complejizan. Puede implicar un halo de superioridad, un hablar en código cada vez menos secreto. Alude a una norma, a un estado de las cosas, a una mirada sobre el mundo conservadora y normativa, que la militancia LGBTIQ ha caracterizado desde sus comienzos como problemática y opresiva. Es un vocablo histórico, que nos llega de esas tortas de comienzos del siglo XX que se consideraban “mejores” que las otras señoras. Fue, en sus inicios, una necesidad léxica. Aunque también puede tener una contracara cariñosa: el famoso “yo también tengo un amigo paqui”.

 

Lo que no dijimos, hasta ahora, es que “paqui” proviene de “paquidermo”: un animal que, para esas lesbianas better, era aburrido y lento. Para Jorge conlleva un milagro poético: mientras está comprobado que muchas especies tienen comportamientos sexuales entre miembros de su mismo sexo, los “paquidermos” son los más hétero de todos.