El interés por el empleo de psicodélicos con fines terapéuticos --útiles para tratar depresión, ansiedad, trastorno por estrés postraumático, anorexia e incluso consumos compulsivos-- resurge con fuerza en el mundo científico. Academias de prestigio desembolsan millones de dólares, buscando examinar sus beneficios para mejorar la salud. Si bien durante décadas estos agentes químicos fueron demonizados y fueron uno de los principales blancos de la doctrina de la “Guerra contra las drogas”, hoy se cuelan también en el plano cultural. Hace poco Netflix estrenó How to change your mind (¿Cómo cambiar tu mente?, pero también un juego de palabras con ¿Cómo cambiar de idea?), que condensa las temáticas del libro homónimo escrito por el periodista Michael Pollan. En cuatro capítulos, este documental cuenta cómo el LSD (ácido lisérgico), la psilocibina (que se encuentra en algunos hongos), el MDMA (éxtasis) y la mescalina “ayudan a expandir la mente”, en la medida en que “permiten el trabajo sobre experiencias enterradas y pueden ayudar a mejorar la calidad de vida”. Se trata, siempre, no de darles un fin recreativo a estas drogas, sino de su uso controlado y supervisado en la experimentación científica, que está dando sorprendentes resultados. 

Los psicodélicos (según su significado, que “revela la mente o el alma”) son compuestos químicos que alteran la cognición y la percepción de la mente, dando lugar a modificaciones en lo visual: los colores, la geometría. La eliminación de los límites de la individualidad que provocan se relaciona con la idea de “ser uno con el universo” y con un profundo ejercicio de introspección. Para poder evaluarlos en toda su complejidad, esta semana, la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos, a partir de una jugosa inversión de 17 millones de dólares, comunicó la apertura de un centro de investigaciones de “medicina psicodélica”. Uno de los proyectos que ya están en marcha se relaciona con medir la eficacia de la psilocibina, por un lado, en pacientes con anorexia nerviosa y angustia psicológica y, por otro, en individuos con Alzheimer.

El empleo de psicodélicos es una llave a una revolución psicofarmacológica, en los próximos años habrá grandes novedades. Una exploración que viene desde hace tiempo, pero después de tantas décadas de paradigma prohibicionista, se puede comenzar a estudiar de manera seria el efecto eventualmente terapéutico de algunas drogas”, señala el psiquiatra Federico Pavlovsky. En definitiva, como rezaba el viejo axioma, según la dosis, una droga puede convertirse en un veneno o un remedio. Sustancias cuyo uso lúdico o litúrgico fue castigado durante décadas comienzan a ser estudiadas por el método científico tradicional.

Del prohibicionismo a una apertura

El interés del presente, sin embargo, no sucede en el vacío. Durante los 60, el psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, Timothy Leary, al socializar sus trabajos con psilocibina y LSD en el universo hippie, se convirtió en estandarte del avance de los psicodélicos. No solo fomentaba públicamente su uso con fines terapéuticos, sino que también promocionaba el uso adulto responsable. Ello lo llevó, con el trasfondo de la Guerra contra las drogas estimulada por el presidente Richard Nixon, a ser tildado como una de las personas más peligrosas de Estados Unidos y pasó buena parte de sus años en prisiones de todo tipo y color.

En paralelo, era la CIA la que realizaba sus propios experimentos con LSD: creían que podría funcionar como suero de la verdad, como arma biológica contra los enemigos. No obstante, a tono con el pulso de época, los psicodélicos pasaron a la ilegalidad y a transformarse en “drogas destructoras de mentes”. Tras varias décadas de hegemonía del paradigma prohibicionista, con el cambio de siglo, diversos equipos científicos volvieron a examinar el potencial de los psicodélicos para tratar problemas psiquiátricos. Las drogas suelen acompañar las psicoterapias y estimulan la apertura de conciencia que, en muchos casos y según lo refieren las diferentes experiencias que relatan los especialistas, culminan por ser “liberadoras”.

La iniciativa de la Universidad Johns Hopkins se suma a un hito anterior liderado por otra institución de renombre: en abril, un equipo del Imperial College de Londres inauguró el primer centro del rubro. En Nature Medicine describieron un experimento que incluye el uso de resonancias magnéticas en 43 personas con depresión resistente. A una mitad le suministraron psilocibina y a la restante un antidepresivo de uso corriente. Quienes recibieron el hongo presentaron, al correr las semanas, “una mejora evidente y sostenida”.

A partir de la legitimidad que estas instituciones tienen en el campo académico mundial, las investigaciones con psicodélicos parecen consolidarse y dejar, al menos parcialmente, de ser miradas de reojo. Tras años de silencio, se abre una ventana que procura superar el enfoque prohibicionista para explorar las relaciones entre la mente, la conciencia y los trastornos psiquiátricos.

Las pruebas con meditación

“Es posible que el hallazgo psicofarmacológico más importante de los últimos años en la psiquiatría se relacione con el uso de una vieja droga como la ketamina para el tratamiento de cuadros de depresión refractaria. Pacientes que respondían parcialmente a antidepresivos, demostraron respuestas sorprendentes en apenas horas. Disminuyó de forma notable la sintomatología depresiva y la eliminación de la ideación suicida”, destaca Pavlovsky.

A mediados de los 70, Alberto Fontana y Julio Loschi fueron pioneros a nivel local al realizar pruebas para tratar la depresión con ketamina, un anestésico comúnmente empleado en procedimientos quirúrgicos breves. Luego, también realizaron experimentos con LSD, mescalina y psilocibina que acompañaron y se propusieron potenciar los tratamientos psicoanalíticos de los pacientes. No obstante, conforme el paradigma prohibicionista internacional, todo se estacionó.

La buena noticia es que en 2022, el Comité de Ética del Hospital Borda aprobó la puesta en marcha de ensayos para suministrar psilocibina a 100 pacientes oncológicos. Con el visto bueno de Anmat y el apoyo del Conicet, el equipo de especialistas --conformado por el físico Enzo Tagliazucchi; el jefe de investigación del Borda, Ricardo Corral; y por Ain Stolkiner, médico del Hospital de Clínicas-- se encargarán de llevar adelante un experimento sin precedentes.

Los científicos locales utilizan como punto de partida un estudio realizado por la Universidad de Johns Hopkins en 2016, que buscaba tratar la depresión o la ansiedad de 50 pacientes oncológicos. Advirtieron, tras una sesión con psicodélicos, que un 80 por ciento experimentaba mejorías a partir de una experiencia mística: demostraban un estado de ánimo positivo, conexión total, apertura hacia las relaciones afectivas y sensaciones indescriptibles con palabras. “No es un cambio puramente farmacológico, lo que se trata de lograr es que la persona tenga una experiencia fuerte, en la cual desaparece la sensación de tiempo, de individualidad. Se produce una unión con todas las cosas, de incorporarse a lo sagrado, que les cura sus síntomas previos”, explica Ain Stolkiner a Página/12.

Un 40 por ciento de los pacientes que se internan con cáncer desarrollan depresión o ansiedad; pero no cualquier depresión o ansiedad, sino una muy especial, relacionada con enfrentar a la muerte. Los fármacos que se les prescriben no funcionan de manera eficaz.

En el Borda se prevé hacer algo similar, pero además le sumarán un aspecto adicional: la meditación. Hay evidencias de que puede potenciar la posibilidad de tener esa experiencia mística que tanto se busca. “Los efectos que tendrá el psicodélico se relacionan con la mentalidad y con la estabilidad durante los días previos. Nuestra idea es que 50 personas realicen una preparación intensiva de tres días antes de que le suministren psilocibina y en las otras 50 seguir el protocolo tal cual lo hicieron en Johns Hopkins, es decir, replicarlo”, relata Stolkiner. A la fecha, aguardan la llegada de la psilocibina desde Estados Unidos o Canadá. De concretarse, el equipo científico será protagonista de un nuevo punto de inflexión.