En una entrevista concedida la semana anterior a periodistas del diario italiano Avvenire el papa Jorge Bergoglio aseguró que “no me quita el sueño” las críticas que recibe de los ultraconservadores porque “yo sigo el camino de los que me han precedido, sigo el Concilio”. Y ayer Francisco dio un nuevo paso en el mismo sentido –que sin duda le acarreará nuevos reproches conservadores– al autorizar a todos los sacerdotes a perdonar el aborto, algo hasta ahora privativo de los obispos. Lo que desde fuera de la Iglesia Católica puede resultar un decisión intrascendente, significa un cambio significativo de la actitud por parte de la autoridad eclesiástica. Si bien Bergoglio se mantiene en la posición ortodoxa respecto de la doctrina (insiste en el aborto como “pecado”) afirma también que la “misericordia” está por encima de toda norma y no hay nada que pueda impedir la reconciliación con Dios y con la comunidad. Para Francisco –y esto es lo que más crispa a los conservadores– la “ley” y el “precepto” pasan a segundo plano cuando se trata de la cuestión humana porque “quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina”.
Bergoglio sabe que estas decisiones, que asume a título personal por su condición de pontífice pero con las que cree interpretar a buena parte del episcopado y de la comunidad católica, irrita a los grupos más conservadores que ya no están dispuestos a seguir soportando sus decisiones y que festejarían cualquier circunstancia que obligue al argentino a alejarse de su condición de pontífice. El primer paso ha sido –por parte de algunos– desconocerle el derecho de adoptar las medidas que Francisco sigue tomando. En ese contexto, lo dispuesto ayer sobre el tema del aborto puede ser leído por los conservadores como una nueva “provocación” del papa. Bergoglio ha dicho que estas críticas lo tienen sin cuidado. Quienes suelen conversar con él aseguran que está convencido de que los pasos que está dando son en cumplimiento de una misión que Dios le ha confiado al frente de la Iglesia.
Al margen de las disputas internas las medidas adoptadas por Bergoglio apuntan a seguir ensanchando las fronteras de la Iglesia Católica, dejando de lado las intransigencias de la normatividad para ingresar por el camino del diálogo y la consideración de los problemas y de las situaciones problemáticas que enfrentan los seres humanos. Para ello eligió la senda amplia de la “misericordia”, tema central del año jubilar que acaba de concluir. Con ello no necesita contradecir la doctrina, mientas flexibiliza los preceptos en atención a la comprensión de los problemas y las situaciones particulares. Y esto sirve tanto para intentar atraer a los católicos que tomaron distancia de la Iglesia por diversas razones, como también para persuadir a los que siempre estuvieron por fuera, aunque el papa sostenga que la Iglesia no es un equipo de futbol que “necesita hinchada”. En todo caso para dialogar con el conjunto de la sociedad, Bergoglio continúa insistiendo con su mensaje político y social. Ayer pidió que la lucha por la justicia y por la vida “no sean solo palabras bonitas” sino que se conviertan en un compromiso concreto.