En estos días se viralizó en las redes sociales un fragmento de Mauricio Macri intentando explicar por qué no se recupera el consumo. En su dificultosa respuesta el líder del PRO apeló a una versión infantil y perimida del monetarismo criollo que delata incomprensión de los procesos económicos. La pregunta que provocó la escena fue realizada por un periodista del grupo Clarín y refleja el malestar de buena parte del poder económico por la recesión y el estancamiento sin fin. El ajuste purificador no estaría cumpliendo los objetivos esperados y la sociedad no sólo no ve la luz al final del túnel, sino tampoco el fondo del pozo.
Según comenzó a escribirse a regañadientes en la prensa del régimen el “desconcierto” y “un aire de escepticismo” invadieron las almas de los economistas del gobierno y los más cercanos. La economía no reacciona y, frente al escenario adverso, aparecen dos posiciones bien marcadas, los guerreros y los nuevos escépticos.
Los primeros y más conocidos son quienes cuando los planes neoliberales fracasan acusan por la falla a la mala aplicación o a la falta de decisión de ir al hueso. Son quienes hoy sostienen que el gobierno eligió un camino “gradualista”, una afirmación por lo menos extraña cuando se provocó un shock de precios relativos que indujo una recesión. Se supone que no ser gradualista sería mochar de un saque el gasto estatal provocando un caos social. Algo bastante insólito, pero que se repite con impunidad. Pero el carácter guerrero no reside en la contumacia neoliberal, sino en que siempre van por más. La nueva obsesión es ahora la flexibilización laboral y los costos del trabajo. Pero una vez que ello se consiga tampoco alcanzará. Siempre se correrá el arco.
El dato más nuevo son los escépticos, los que dicen sentirse “desconcertados” porque “la realidad” y “los hechos” no acompañan al plan económico. Las expresiones están entrecomilladas porque son textuales. En un diario del pasado domingo puede leerse: “Quizá lo que más desconcierta a Macri sea que, pese a haber dado pasos esenciales para liberar la economía de los obstáculos que regó la anterior administración, y de que entiende que ha creado las condiciones para el crecimiento, los efectos no son los previstos. La realidad no acompaña”. Este martes, para otro autor la sorpresa se vuelve teórica: “La dinámica esperada para la recuperación indicaba que, una vez digerido el impacto que provocaron sobre el bolsillo la devaluación del peso y la suba de tarifas, los salarios comenzarían a ganarle a la inflación, lo que provocaría una recuperación del consumo. A su vez, la eliminación de regulaciones absurdas que trababan la producción dispararía un proceso de aumento en la actividad de numerosos sectores, y la baja en el costo del capital comenzaría a impactar sobre la inversión. Los hechos están desafiando esa lógica”.
Dicho de otra manera, no es que el plan económico esté mal, que no funcione porque su teoría es errónea o porque sus supuestos y descripciones del comportamiento de las variables y de los actores son equivocados, sino que el problema está en “la   realidad”.
Unas pocas pistas modestas muestran en cambio que la culpa está en otra parte. Si se provoca una poda de salarios por vía de la devaluación y las tarifas, no hay razón ni mecanismo para que “después de un tiempo” los salarios comiencen a ganarle a la inflación. Si el consumo cae y aumenta la capacidad instalada ociosa, no hay razón ni mecanismo para que aumente la inversión. No existe ningún “principio de sustitución” entre consumo e inversión. Si los socios comerciales están en recesión o si se provocan peleas innecesarias con los principales compradores del exterior las exportaciones caen, no importa la devaluación. No son opiniones, es teoría. No importa la voluntad, sino la causalidad.
La gran pregunta que desvela a los desconcertados economistas de la Alianza PRO es el viejo ¿qué hacer? Y lo realmente llamativo son las respuestas publicadas: “La discusión que se instaló es si conviene apostar todas las fichas a la inversión –estructural, pero siempre lenta y costosa–, o aplicar una disimulada dosis de kirchnerismo responsable y alentar el consumo que redinamice la rueda económica”.
Por supuesto, a diferencia del kirchnerismo clásico, el kirchnerismo responsable se basaría en el análisis técnico: “Un relevamiento de Isonomía (…) detectó que el concepto ‘consumo’ fue profundamente revalorizado durante la década kirchnerista como un factor determinante en el humor social”. Sí, leyó bien, contrataron una consultora para eso. El problema es que para hacer kirchnerismo responsable deberían explicarle al hijo de Franco que, efectivamente, cuando existe voluntad política, es posible aumentar el consumo poniendo plata en el bolsillo de la gente. Esa mentira que el kirchnerismo, a secas, impulsó durante 12 años.