En su editorial, Cynthia García reflexionó sobre la necesidad de llevar a cabo un duelo ante el sufrimiento que implicó la pandemia del coronavirus.

El editorial de Cynthia García

Quiero retomar lo que planteábamos este miércoles sobre esta especie de trauma, símil posguerra, que estamos transitando producto de la pandemia. Hay una cantidad de cosas que nos ocurren: nos sentimos raros, extraños por momentos.

¿Qué decimos y que callamos en estos tiempo? Vieron que el trauma implica a veces no poder decir. No poder ir o volver hacia tal o cual lugar, momento o situación. ¿Cómo se dice el trauma? ¿Cómo se habla de él?

En términos de la socióloga francesa Francois Dewain, es necesario saber cuáles hilos se nos rompieron, cuán rotos estamos, qué nos pasó como humanidad, qué aún nos pasa con este flagelo civilizatorio que puso en crisis el poder sanador de los abrazos.

¿Cuánto nos duele hablar sobre los muertos, sobre las personas que perdieron la vida, sobre nuestras pérdidas? Me gusta mucho esa idea que la película infantil Coco retoma para la comprensión masiva, que la verdadera muerte es el olvido. Pero para llegar allí, a esa otra orilla donde podemos reposar en el recuerdo de quienes no están, primero debemos atravesar el sinuoso camino del duelo.

Habrá que hacer un buen trabajo de duelo.

El psicoanalista Gabriel Rolón tiene un libro sobre el duelo. Dice Rolón que si negamos y tenemos una defensa maníaca negadora, lo que sucede es un hecho patológico que puede llevarnos, por ejemplo, a la melancolía, que es la pasión por lo perdido.

Es muy fuerte la imagen: imaginen un pasillo donde hacia atrás tenés lo perdido y hacia adelante tu propia muerte, hacia los costados de ese pasillo, nada. Ese atrás pandémico y la inevitable propia muerte el melancólico no puede salir de ese estado.

Sería peligroso que estemos como sociedad operando en esos terrenos de la negación, no diciendo, clausurando la circulación de la palabra en relación a lo que nos sucedió y a lo que nos está ocurriendo.

Frente a cualquier hecho traumático lo que hay que hacer es liberar la circulación de la palabra. La catarsis, que se diga, que se hable del asunto. Que no se anquilosa, que no se petrifica y que no se enquiste.

El horizonte nos lo muestra la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. La memoria es una memoria en movimiento, es circulación de la palabra en relación a la tragedia. Entendemos el mensaje en relación al duelo porque además esta pandemia con sus características específicas y lo que ya hablamos del distanciamiento social nos erradicó de los rituales de las despedidas.

Los rituales cristianos, judíos, musulmanes en relación a las pérdidas, son indispensables para precisamente generar ese circuito por el duelo. Son los umbrales del duelo.

Dice Rolón sobre los ritos de acompañamiento: "Hay muchos elementos que te ayudan a procesar un duelo, como los abrazos. La sociedad y el grupo social siempre ha cumplido un rol. Los velorios no son porque sí. No hay que rehuir al duelo. No hay que escaparse de eso. Es una batalla dolorosa que uno lleva adelante para ponerse de pie. No hay que verlo solo como un momento ligado a la muerte. Es algo que tiene que ver con la vida. Es la lucha que da alguien que no se quiere morir con lo que perdió".

¿Necesitaremos hacer un duelo colectivo? Tal vez. Es para pensarlo.

Quiero terminar con una vivencia personal que puede iluminar lo que trato de decir:

Hace unas semanas hubo un concierto en esa maravillosa sala que es la ballena azul del Centro Cultural Kirchner. Estaban Liliana Herrero, Teresa Parodi, Juan Falú y la música transcurría junto a los textos de Horacio González. Ese día se cumplían dos meses de la muerte de Horacio por coronavirus.

Todo el tramo fue hermoso y doloroso, se nos mezclaban las lágrimas con los aplausos. El final fue un aplaudir y llorar de pie con toda la sala y su acústica, cantando y recordando a Horacio y a todos los que no estaban.

Cada quien estaba con su pérdida y con la de todos a la vez. Llorábamos, cantábamos y aplaudíamos junto a Liliana, quien cantaba y lloraba y sonreía. Como un abrazo, un mantra y una letanía toda la sala y ellos mismos repetíamos a capela. "Sé que aquí está quien no está. Vive en cada canción que se pueda cantar".