La arqueología se ha definido tradicionalmente como la ciencia que se dedica a estudiar el pasado de la humanidad a través de los restos materiales. No obstante, hace tiempo que los conocimientos generados no están destinados a llenar las vitrinas en los museos sino que, por el contrario, se orientan a brindar herramientas útiles a los problemas actuales. La arqueología es una disciplina social encauzada a comprender, en diversas escalas temporales, los eventos ecológicos, sociales, económicos y políticos del pasado, a fin de brindar esos saberes a las comunidades para alentar el desarrollo en la justicia social.

Con este compromiso, desde 2006, un proyecto arqueológico investiga la historia prehispánica de la quebrada de Miriguaca, localizada en el Departamento de Antofagasta de la Sierra. El proyecto Miriguaca articula el trabajo de investigadores de las universidades de Catamarca (UNCa), Tucumán (UNT), Jujuy (UNJu) y Buenos Aires (UBA), y el CONICET, lo que permite abordar una diversidad de temáticas relacionadas con los grupos que habitaron la quebrada en el pasado. Antofagasta de la Sierra se ubica en la puna catamarqueña y es una de las regiones más áridas de la Argentina. En nuestros días, esta región es vista como un entorno difícil para ser habitable y, principalmente, para el desarrollo de actividades agrícolas. Esta percepción, se contradice con las evidencias arqueológicas que muestran que el área no sólo tuvo una prolongada ocupación humana a través del tiempo, sino también que allí se generó un importante desarrollo agrícola prehispánico bajo condiciones ambientales similares a las de hoy en día. Recientemente, el equipo ha abordado la cuestión del manejo del agua en la Quebrada Miriguaca. Las evidencias arqueológicas registradas muestran la existencia de diversas hidrotecnologías que, a diferencia de otras áreas andinas, se caracterizan por ser sencillas y no presentar grandes monumentalidades. No obstante, a pesar de esta sencillez tecnológica se registra un manejo del recurso acabado, que garantizó el agua para la agricultura. Las redes de riego prehispánicas se conformaron, en su mayoría, por canales cavados en la tierra o canales con simples muros que permitieron manejar el agua y superar las limitaciones tanto geomorfológicas como climáticas. Algunas redes tuvieron diseños particulares, como los canales trasvase, que permitieron incrementar y asegurar el agua canalizando el agua de dos ríos.

También, se ha hallado una represa prehispánica que habría almacenado al menos 370 metros cúbicos de agua, como para recomponer el caudal perdido a lo largo del recorrido de los canales y, de este modo, extender el riego a zonas más lejanas. A través del estudio de los microfósiles, como las diatomeas, recuperados de los sedimentos que rellenan la represa arqueológica, se pudo ver el tipo de agua y la forma en que fue utilizada en el pasado. De esta forma, se observó la experticia técnica puesta en la construcción de las hidrotecnologías para desarrollar la agricultura en unas 800 hectareas en el desierto. Entonces, desde la Arqueología podemos ver cómo a partir de tecnologías simples y eficientes, se generaron oasis agrícolas, evidenciando la magnitud que puede tomar la construcción social en los paisajes puneños. En consecuencia, la revalorización de estos saberes ancestrales no sólo nos brinda claves para dar respuestas a los riesgos climáticos a los que hoy nos enfrentamos, sino también visibiliza el potencial que cobija la agricultura andina.


*Investigadora docente en la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu). Doctora en Arqueología (Universidad de Buenos Aires). Investigadora asistente en CONICET.