“Esta es una vieja historia”, dice Charles Dutoit al comenzar la charla con Página/12. El director suizo sonríe y hace un silencio de esos que preludian el inicio de un cuento que le gusta contar. Habla de la complicidad artística que desde hace mucho la une a Martha Argerich, con quien interpretará, esta noche, el Concierto para piano y orquesta en Sol, de Maurice Ravel. “Ravel es un compositor que desde siempre ambos amamos con pasión y a este concierto lo hemos tocado juntos no sé cuántas veces en todo el mundo”, dice Dutoit. Con precisión recuerda que la primera vez fue en enero de 1959, en Lausanne, y que después de un breve intercambio de ideas acerca de algunos aspectos de la interpretación no tuvo necesidad de dar ninguna indicación. “Hace algunas semanas lo hicimos en el Festival de Granada. Y como siempre no hizo hace falta que nos dijéramos nada, porque este concierto sigue siendo sobre todo una buena manera de reencontrarnos. Martha quería que acá en Buenos Aires hiciéramos juntos también el ‘Tercero’ de Prokofiev, pero yo el lunes me tengo que ir a Tokio y no estaré para el final del Festival ”, agrega Dutoit.

Martha y Charles se casaron 1969, en Montevideo. “Los dos estábamos casados anteriormente y la ley argentina de la época no reconocía el divorcio. Primero íbamos a casarnos en Paraguay, pero durante el viaje se desató una tormenta y el avión tuvo que volver a Buenos Aires. Luego pudimos hacerlo en Montevideo y en octubre de 1970 nació nuestra hija, Annie”, relata Dutoit. En 1973 se divorciaron. Conocida es la anécdota de que el juez decretó el divorcio a las 11 de la mañana y que enseguida fueron a almorzar juntos y después al cine. “¿Usted no va almorzar o al cine con una amiga?”, pregunta Dutoit con el tono de quien ya sabe la respuesta. “Martha es mi gran amiga, la adoro. Estuvimos casados un tiempo, pero no podíamos seguir. Éramos muy distintos. Martha es una persona adorable, pero con horarios bastante personales. Le gustaba levantarse por la tarde y luego pasar toda la noche despierta. Yo tenía otros ritmos de trabajo y me resultaba muy difícil acompañarla en eso”, cuenta Dutoit y continua: “Un día decidimos separarnos y desde entonces quedamos amigos para siempre. Nuestra amistad es también una complicidad artística. Para hacer música Martha es una compañera inigualable”.

El “Concierto” de Ravel se complementa con otra gran obra del repertorio francés: la Sinfonía fantástica Op. 14, de Hector Berlioz. “Hay un hilo muy evidente que une a estas obras y es que no tienen nada que ver con el estilo alemán o el estilo internacional, son productos de la cultura francesa y cada una a su manera están lejos del Romanticismo”, asegura Dutoit. “La Sinfonía Fantástica fue compuesta un año después de la muerte de Beethoven, cuando Berlioz tenía 24 años, por lo que su sonido es básicamente clásico. A menudo se piensa que es una sinfonía romántica y se la hace sonar como tal, en cambio la base de su sonido está en la orquesta clásica, con el agregado de algunos instrumentos que vienen del teatro, como el clarinete piccolo y el ophicleide, que hoy reemplazamos con la tuba. Berlioz inició el desarrollo de la orquestación, arte de la que Ravel será el optimum”, explica el director.

-- ¿Cuál fue la primera indicación que le dio a la Filarmónica para este concierto?

-- Esta una orquesta versátil, con gran capacidad de reacción. Lo primero que hablamos fue acerca de la energía y las dinámicas. Les transmití que el elemento fantástico de Berlioz está en los contrastes, que no se tocan más o menos: se marcan con conviccón. Como pasa también en la música de Mahler, que también fue un gran director y conocedor de la orquesta como Berlioz, a quien podríamos incluir entre los primeros directores de orquesta en sentido moderno.

Apasionado de historia, arqueología y arquitectura, Dutoit es uno de los últimos exponentes de una raza de directores. Sus mentores fueron Ernest Ansermet, histórico director de la Orchestre de la Suisse Romande, y Herbert von Karajan, con quien trabajó en Lucerna y Viena. Entre muchísimas otras cosas, fue director artístico de la Royal Philharmonic Orchestra, colaboró por 32 años con la Orquesta de Filadelfia y durante 25 años fue director artístico de la Orquesta Sinfónica de Montreal. Es director emérito de la Sinfónica NHK de Tokio y pasó por las Sinfónicas de Chicago, Boston y San Francisco, las Filarmónicas de Nueva York y Los Ángeles, como para dar una idea del periplo en el que también realizó más de 200 grabaciones.

-- La orquesta como institución y el director como máxima autoridad, pertenecen al siglo XX. ¿Qué cree que les queda por decir en este siglo XXI?

-- Hay algo de cierto en lo que usted dice. Vivimos en un mundo que cambió profundidad por velocidad y es más importante la información que la cultura. La información pasa, envejece enseguida y deja muy poco. Es eso. En cambio la cultura necesita profundidad, arraigarse y la sociedad no tiene paciencia para eso. En YouTube, por ejemplo, que es algo increíble, los directores jóvenes encuentran una gran cantidad de material, que les otorga soluciones para abordar las problemáticas de cada obra. Pero eso no exige la paciencia de madurar una propia manera de resolver esos problemas. Ven cómo hicieron los otros y enseguida sacan una conclusión rápida, que al final de cuentas no les pertenece. En este sentido, la información es un peligro para los intérpretes, en particular para los directores. Yo aconsejo que vayan a los ensayos de los viejos, porque es en la técnica de ensayo donde se transmite la idea a la orquesta.

-- ¿Siente nostalgia del siglo XX?

-- Tengo la fortuna de haber llegado a los 86 años y sigo dirigiendo. No tengo nostalgia del pasado ni cuidado por el futuro.