Redunda a esta altura de las músicas de raíz contar quien fue Antoinette Paule “Nenette” Pepin Fitzpatrick. Lo es tanto como afirmar que buena parte del rock argentino tiene aquellas músicas como genuina fuente de inspiración. No más que un ejemplo de tal sinergia implica entonces la canción que dos músicos de rock –justamente-- concibieron en homenaje a aquella mujer que tuvo que hacerse el hombre para ser y hacer en un medio hostil para la mujer. Que convertirse en Pablo del Cerro, o sea, para musicalizar desde su piano letras de Yupanqui, entre ellas las de “Guitarra, dímelo tú”; “Indiecito dormido” o “El alazán”.

“Canción para Nenette”, se llama la flamante buena nueva. Diego Castelli y Martín “Vasco” Urionaguena –el dúo Monoblok— los rockeros que la hicieron; y Roberto “Coya” Chavero más Ricardo Mollo, quienes legitimaron con sus participaciones la patriada musical. “Esto nació del profundo amor que tengo por la obra de Atahualpa”, va revelando el Vasco, ex baterista de Viticus y Mad. “Con tanta farándula y personalidades huecas dando vueltas, está bueno redescubrir y poner la lupa en grandes seres como Nenette. Cuando conocí su historia, me dije que el tributo tenía que ir por ese lado”.

Por ese lado fue ambos entonces, y el resultado derivó en la bella pieza citada, que fue masterizada por Oli Morgan en los estudios Abbey Road de Londres. “La historia fue así: el `Vasco` me llamó al celu y me silbó una melodía que era una genialidad del altiplano. Inmediatamente agarré el cajón peruano y me fui desde Tigre hasta su casa en Villa Celina y allí, en el patio, nació la canción”, relata Castelli. Así fue el puntapié inicial de un recorrido sonoro que terminó amalgamando los itinerarios de Nenette y Atahualpa. “El refinamiento avant-garde francesa de ella vino a confluir con la pachamama, lo criollo, lo telúrico, lo gauchesco de Don Ata dentro de ese matrimonio compositivo”, detalla el bajista.

Una canción puede pintar un mundo, y el mundo que pinta esta canción no necesita palabras. Simplemente sonoriza etapas de la vida de Fitzpatrick, en consonancia con las de Yupanqui. Desde su llegada a la Argentina en un barco procedente de París, al abrazo de la tierra en el Cerro Colorado. “La canción es hermosa, realmente”, alaba Roberto “Coya” Chavero, único hijo de la pareja compositiva, cuya intervención en el tema pasó por tocar la guitarra de su padre. “Fue un gran honor participar”, subraya Chavero.

La incursión sónica de Mollo, en tanto, fue a través de la ejecución del arpa judía y el arco electrónico, también llamado e-bow. “Pensamos en invitarlo a participar como algo muy natural: todos sabemos de su respeto por la obra de Don Ata. Y su respuesta fue un sí automático. Solo nos pidió que lo esperáramos un poco porque Divididos estaba calentando motores post-pandemia”, evoca el baterista. “Cuando se sumó ya estaba grabada la guitarra criolla… Teníamos nada más y nada menos que el mismísimo instrumento de Atahualpa extraído de su vitrina en el museo de Cerro Colorado, y tocado por su hijo a manera de guión kármico. Ante ese escenario, entonces, las opciones de Ricardo no eran muy diversas, pero como siempre tiene grandes trucos en la galera, peló la genialidad de meter esa segunda estrofa con el e-bow y también el arpa judía... Me dijo por teléfono `vas a oír en lo que te mandé, que también metí unos acentos de arpa judía que quizás queden bien`! Por Dios que si quedaban bien! Adornó el solo de sintetizadores de una forma genial. En fin, cuando laburás con un músico como Mollo te pueden pasar estas cosas. Le dijimos que hiciera lo que quisiera, y el tipo agarró la libertad que le fue ofrecida y la llevó a una dimensión impensada".

La decisión del dúo de componer la pieza en forma instrumental tuvo que ver esencialmente con buscar un sonido que pintara el largo viaje de Nenette, y lo ensamblara con el de su pareja. Lo universal y lo autóctono, en suma, que también se manifiesta en el ensamble entre instrumentos del altiplano con batería electrónica, cello, violín y oboe, a cargo de una banda que completan Juan Pablo Ezquerra en teclados; y Claudio Ponce más Armando Alvarado en vientos andinos. “Todo ese quilombo copado hizo que nos inclináramos hacia la ausencia de letra… la decisión de que fuera instrumental fue bastante natural”, retoma la palabra Castelli, bajista de MAD. “Podríamos haber intentado contar algo con una letra, pero la verdad es que la melodía nos hizo volar de entrada y vimos que a la gente a la que se la hacíamos escuchar le generaba como un viaje mental. Eso nos llevó a dejarla así y que cada cerebro decida a dónde ir”. “Así es –asiente Chavero hijo—. Cuando el músico logra con una melodía traducir un paisaje, se convierte en una arcilla para otros músicos, que logran con su don transformarla en una nueva expresión sin alterar su esencia. Fue lo que pasó con esta ´Canción para Nenette`”.