“¿Quién vendrá a llamar a mi puerta? Puerta abierta, se entra. Puerta cerrada, un escondrijo. El mundo llama del otro lado de mi puerta”, en La poética del espacio, Gastón Bachelard inicia con esta cita alegórica el capítulo que le dedica a pensar la casa. Su casa, mi casa, tu casa, las demás casas. Universos significativos resumido en un punto donde resguardarnos de la intemperie climática y existencial. La casa usurpa una porción del espacio delimitando una lábil frontera con el mundo.

La poética espacial de este filósofo plantea interrogantes sobre la relación adentro-afuera y señala la dimensión política de la casa, su juego de fuerzas entre lo público y lo privado. Nos identificamos con nuestra morada y si así no fuese no habitaríamos, deambularíamos por la vida como juguetes del viento. La ética estética doméstica señala un derrotero en el pensamiento sobre la vivienda y sus afecciones. El análisis revela una relación de ósmosis entre el espacio íntimo y el espacio del afuera.

Pero, ¿qué es el espacio? Intuitivamente es un recipiente infinito que nos contiene y nos habilita a construir lugares. Los lugares son hiatos en el espacio que se oculta cual tímida violeta bajo el edificio construido o erigido sobre la materialidad territorial. El espacio es la expansión que contienen toda la materia del universo. Ocupando espacio edificamos, es decir, delimitamos lugares. La casa, el puente, la cabaña, el palacio, el prostíbulo, la escuela. A veces se construye, a veces se erige.

Hay diferentes maneras de erigir. Un monumento se erige para evocar un hecho, un personaje, una insignia patria. Es un lugar de paso. No se habita en lo erigido alegórico. Por el contrario, se puede sobrevivir y quizá habitar en un refugio de montaña, que se erige para quienes necesiten algo similar a una casa para tomar resuello. No todo lo edificado tiene el mismo destino. La estación de tren o el aeropuerto son edificios. No son construidos, sino erigidos. Únicamente cuando la función es habitar se puede decir con propiedad que lo obrado (precario o sofisticado) es construcción, acoge.

Construir, en algunas lenguas indoeuropeas originarias, significa edificar y habitar. Ahora bien, ¿se habita en el aeropuerto o en la estación de tren (a pesar de que son edificios)? Se trata de espacios convertidos en lugares, pero de tránsito. Una selva virgen ocupa un espacio sin lugares, si se construye una choza el espacio deviene lugar.

Se puede residir sintiéndose en casa, aunque se viva en varias (hijes de familias no típicas, por ejemplo). Nuestra existencia transcurre tratando de sentirnos “como en casa”. Caracol, tortuga, imaginariamente nos desplazamos con nuestra casa a cuestas. Fuera del propio domicilio también podemos habitar, un “habitar en el camino” (Heidegger). Una extensión de la casa.

En casa sentimos seguridad. Pero también en casa -como en cualquier ámbito humano- asecha el peligro. Sigmund Freud, en “Lo siniestro” no atribuye ese sentimiento de horror y extrañeza a una afección exterior a la casa, ni al silencio, ni a la soledad, ni a la oscuridad, ni a lejanos supuestos peligros, sino a lo más cercano y familiar. Huésped -quien hospeda y a quien se hospeda- denota así mismo hostilidad. Los espectros externos no existen, solo los fantasmas familiares persisten.

“A Lestrigones y a Cíclopes nunca temas, no hallarás tales seres en tu ruta, si alto es tu pensamiento y limpia la emoción de tu espíritu y de tu cuerpo. A Lestrigones y a Cíclopes, ni al fiero Poseidón hallarás nunca, si no los llevas dentro de tu alma, si no es tu alma quien ante ti los pone” (Kavafis).

Cuando era niña sufrí terror nocturno (¿quién no?) ahora me doy cuenta que me lo habían introyectado en mi propia casa. A mi hermana mayor y a mí nos hacían pelar dientes de ajo. Mami se arrodillaba en el piso del dormitorio y los introducía en las grietas de madera vieja y chirriante. Era para espantar a una serpiente que tenía su guarida debajo de la cama matrimonial. Durante la noche, cuando ella se dormía con mi hermanita bebé chupando la teta, la culebra reptaba, desplazaba a la nena del pezón y le metía la punta de su cola en la boquita. Si eso seguía así, la niña moriría de inanición porque la leche se la tomaba el reptil mientras ella le chupaba la cola. Así nos decían, ¿cómo sentirse a resguardo sobre un nido de víboras?

Un cuarto propio (1929) de Virginia Woolf, deja en claro que hasta la distribución por sexo dentro de una casa es coercitiva para las mujeres. Reclama un cuarto propio -simbólico y concreto- para la mujer. Por otra parte, desde una perspectiva machista y proxeneta, un hito de arquitectura y sexo fue Hugh Hefner y el penthouse de heterosexual soltero, blanco y exitoso mimado por alguna conejita pin-up de Playboy. Arquitectura vinculada al sexo, tema abordado así mismo por Paul Preciado -en este caso con actitud crítica, feminista y testimonial- en Pornotopía y en Un apartamento en Urano.

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Existen publicaciones de mujeres preocupadas por la morada con perspectiva de género. En La casa como laboratorio, Verónica Gago y Luci Cavallero proponen leer la casa a partir de las marcas que ha impuesto la reorganización empírica y logística de la pandemia, que la redimensionó como terreno de lucha crucial, tanto por la intrusión de nuevas tecnologías financieras como de la reorganización de las jornadas laborales. “En la casa se acumulan también disputas políticas que impactan incluso en las políticas públicas. La casa es un espacio que condensa el aterrizaje de formas financieras novedosas (haciendo de la casa pandémica un laboratorio financiero) e intensificando el trabajo (pago o no)”. Este reposicionamiento de la casa nos remite nuevamente a una de las hipótesis de inicio. Si habitar es construir, al reacondicionar las estrategias domésticas construimos sobre lo edificado. Reciclamos, volvemos productivo lo que el poder hegemónico había decretado improductivo. Ilustro el concepto con esta pequeña e iridiscente poesía de Adélia Prado. “En una ocasión, mi padre pintó toda la casa de anaranjado brillante. Durante mucho tiempo vivimos en esa casa, como él mismo decía, constantemente amaneciendo”.