(ATENCION: este artículo contiene SPOILERS)

Y al final, el que parecía un personaje pintoresco más de una galería abigarrada terminó teniendo un espesor y una vida propia que eliminó toda sospecha de spinoff oportunista. Jimmy McGill se convirtió en Saul Goodman, pero Saul Goodman cerró el círculo volviendo a convertirse en Jimmy McGill, despidiéndose en silencio de Kim con una condena de 86 años en sus espaldas. "Bueno, quién te dice, quizá con buena conducta..." se sonríe torcido por enésima vez el boga, apoyado en la pared, fumando con su único amor como en los primeros episodios. Joder, cómo vamos a extrañar a Saul, a Jimmy, y a Kim y a Ehrmantraut y a Gus Fring y los Salamanca. Cómo olvidar a semejante equipo de actorazos que hizo todo creíble. Hasta el más sutil gesto.

Será difícil encontrar otro ejemplo similar. Better Call Saul estableció una narrativa y un estilo visual deudor de Breaking Bad -y sus personajes, claro- pero escaló sus propias alturas. Los últimos episodios fueron casi enteramente en blanco y negro, dándole el necesario aire noir a una historia que, como la de Walter White, se sabía que no podía terminar bien. Otro de los múltiples corazones de "Saul Gone", precisamente, estuvo en el último cameo de Heisenberg, uno de esos diálogos entre el abogado y el rey de la meta azul que caracterizó a dos series que eludieron todas las triquiñuelas de la ley de la plataforma. "La máquina del tiempo es una idea ridícula, hablemos de remordimientos", dice Walt, una pista de los desenlaces de la serie.

El remordimiento, por supuesto, es lo que condujo a los personajes centrales en el epílogo de Better Call Saul. A lo largo de seis temporadas, los protagonistas surfearon a sus anchas un mar de peligros, provocando catástrofes en vidas ajenas casi sin detenerse a pensarlo. Es curioso cómo se pudo sentir empatía por personajes de moral tan dudosa, pero en eso estuvo la genialidad del creador Vince Gilligan, que hizo que fueran sus  mismas criaturas las que sacudieran al espectador. Se les perdonaba casi todo en función de que debían desenredar una compleja trama de problemas que involucraba a gente muy peligrosa. Pero de a poco fueron mostrando la faz humana, la necesidad de calmar la conciencia aunque eso significara su propia condena. 

Saul no podía tener otro destino. Su gris existencia como "Gene" era demasiado para él, la sangre tiraba, necesitaba algún modo de estafa para sentirse vivo. Aun atrapado, intentó volver a ser el doctor Goodman, y tuvo todo a mano para traducir su cadena de delitos en solo 7 años y medio de condena. Pero no quiso arrastrar a Kim con él, y entonces fue la hora de volver a ser McGill. Y al cabo, y quedó claro en esa escena en el transporte en que uno a uno los prisioneros reconocen a quien fue su héroe, la cárcel era el único lugar seguro para él. Amasando pan como al principio, pero algo menos atormentado. Alejado de la tentación de dar vuelta a un incauto. Curiosa paradoja, pero muy atinada para la conclusión de una serie que se sitúa con comodidad entre lo mejor de la era moderna: esta vez, Jimmy consideró que lo mejor no era llamar a Saul. Y sus trajes escandalosos, y sus corbatas ofensivas a la vista, quedaron para siempre en el ropero. Hasta eso vamos a extrañar.