"No es el apego a las cosas, sino el amor al color que pasa por ellas", se escribió sobre la obra del pintor Juan del Prete en un texto que atesoró su compañera, también artista, Eugenia Crenovich, más conocida por su nombre artístico: Yente. La pareja de pioneros argentinos del arte abstracto se halla en alza en forma póstuma, y la tendencia sube. 

 Juan Del Prete: Composición con planos, 1981.

La familia cuida el legado y establece saludables vínculos con instituciones y ámbitos privados, lo cual redunda en que podamos seguir redescubriéndolos. Además del placer que fue para el público salir de la pandemia yendo a visitar la muestra conjunta en el Malba este año, ahora en agosto y septiembre dos espacios de Rosario y Buenos Aires se confabularon amorosamente para organizar una doble exposición de collages y de pinturas de Juan Del Prete, inaugurada en forma simultánea. Para vos, Norma mía (en Buenos Aires) e Iván Rosado (en Rosario, un recoveco secreto de Córdoba y Callao que abre de tarde los jueves y precisa sus coordenadas a quienes pregunten en Instagram en y por editorial_ivan_rosado) abrieron el 12 de agosto sendos portales a otra historia posible del arte argentino. Allí, abstracción y figuración no se repelen como el agua y el aceite, sino que confluyen en obras parisinas de comienzos de los años '30 que parecen estar siendo pintadas mañana. Como decía el saxofonista ficticio Johnny Carter en el parisinísimo cuento "El perseguidor", de Julio Cortázar: "Esto lo estoy tocando mañana". Los collages italianos de los '60 son fáciles de situar en el rostro imaginario de su época, pero en las pinturas hubo que aguzar el ojo para ver que ese trazo en "31" era un tres...

¡Y lo era! Hay que remitirse a la documentación histórica que sigue publicando el sello Iván Rosado, editores ya de tres hermosos libros sobre Yente y Del Prete, a los que se sumó en estos días un completo catálogo en formato fanzine coeditado con Para vos, Norma mía. Allí, además de reproducciones color de lo expuesto en ambas muestras, se reedita una nota de 1979: la entrevista a Del Prete que le hiciera Hugo Ferrero para la edición de mayo y junio de ese año de la revista de arte Horizontes, que la publicó en su número 4 (año 2) bajo el melodramático título "La soledad de un pionero". Reeditado sin las preguntas, el reportaje deja fluir la voz herida del autor en un lamento por esa otra historia del arte que no fue, por esa crítica que entronizó propuestas más rígidas que la suya y la de "la Yente". El título de la doble muestra, Locuras, traduce lo que el pintor deja sin traducir en la cita: "La pazzia de la pintura me dio hacia los 20 años, en 1917...".

Locuras: obras que obligan a repensar el canon, creaciones fruto de una carrera en zig zag que rompe todo preconcepto sobre el relato moderno de la historia del arte como una línea recta, apuntada en el sentido del progreso indefinido. Juan Del Prete juega, experimenta, mancha todo con colores en los años '30 y desde su hibridación sensible entre lo abstracto y lo figurativo les lanza guiños a Picasso, al cubismo, a todo lo que se cruza en su camino. Incluso cuando aborda la geometría, carece de toda solemnidad: la composición vibra como a punto de caer, la forma tiene algo de lo animal y de lo vital. Es como si estuviera de vuelta de toda la historia del arte geométrico, cuando este recién empezaba. Años más tarde, en la segunda mitad de siglo, en Italia, se apropia de unos recortes de revistas y hace collages. Su paleta pictórica se mantiene fiel a los orígenes boquenses, en unas exquisitas y moduladas gamas de rojos y verdes donde campea el gesto: la pincelada que al mismo tiempo representa y no, o que construye y deshace.

En la contratapa del catálogo, se reproduce la ficha (catalogada a mano en fibra roja con el número 2) que Yente confeccionó y donde pegó un texto crítico sobre la obra artística de su compañero, junto a una foto de él joven. "En esa labor ininterrumpida de más de cuarenta años, su trayectoria va dibujando una línea que avanza, va de lo figurativo a lo abstracto, de éste a aquel, una y más veces, a ratos se detiene, sólo para tomar nuevo impulso... aparece el pase de lo figurativo de los años 40-43 al  geometrismo del 47-49 o el de este no-figurativo, riguroso, simple, a los violentos estallidos de color del 53 y los salpicados posteriores. A un largo período no-figurativo, del 32 al 39, suceden los desnudos del 40 o las naturalezas densas del 43", ¿escribe Yente? La pintura del 31, que tanto vértigo nos había causado en la muestra de Iván Rosado ("¿Pero eso es un tres?"), corresponde al momento bisagra de Juan Del Prete en París, a donde llega -le cuenta a Ferrero en la nota- gracias a la venta de una obra. Conoce a Jean Arp, y lo entusiasma con los collages no figurativos que había hecho en el hotel con los papeles de colores que usaba la conserje -verdulera en la planta baja del edificio- para envolver la fruta.

"Te la pasás en tu habitación cocinando", le reprocha un músico afroamericano a otro en la película 'Round Midnight. "Sí, pero lo hago en París", responde el otro, en bata y sin soltar la jambalaya. "Cuando fui a París yo ya era un pintor formado", aclara Juan, para desmentir el mito de la iniciación parisina. Venía de la Mutualidad de Bellas Artes y se había formado en La Boca, junto al Riachuelo, como parte de la escena bohemia de un taller al que se refiere como El Bermellón. "En el 25 mandé por primera vez al Salón y los críticos de vanguardia me vieron como una revelación", recuerda. Sin embargo, cuando regresa de París en 1933, se siente incomprendido. Para el público de Buenos Aires, sus aventuras avant-garde eran mera locura. Se une a Yente en 1936 y forman una "soledad de a dos". A mediados de los 40, se les arriman quienes luego se emplazarán como representantes del arte abstracto en Argentina. El relato de Del Prete acusa el ninguneo. "Lo que quizás no les perdono es que nos hayan hecho el silencio a Yente y a mí", dice.

Queda pendiente el trabajo de investigación que cruce documentos para avalar el rencor del artista, o refutarlo. Lo que sí queda claro es que sus obras más antiguas resultan ser las más modernas. Si ayer las ignoró Buenos Aires, hoy cuelgan sobre unas paredes rosadas en Rosario, como si el bermellón desaturado y los grises de color en que pintó su dinámica superficie Juan Del Prete le hubieran sido encargados desde el futuro. A noventa años de pintadas, aquellas pinceladas rosa salmón siguen frescas.