Tal vez en el principio fue el deseo o la necesidad de contar una historia. ¿De ahí nació el lenguaje? Después (mucho después) aquel narrar, fibra de lo humano mismo, devino en la novela y el cuento, mercancías del ocio alfabetizado en el infierno industrial: literatura es una palabra que el escritor rosarino Javier Núñez parece asir con pinzas... pero con esas que se usan para asir vidrio caliente, en su breviario El pulso secreto de las cosas.

Publicado este año en Santa Fe por Palabrava en la colección Rosa de los vientos, El pulso secreto de las cosas se enriquece con hermosas ilustraciones en blanco y negro de la artista visual rosarina Jorgelina Giménez y con el atractivo diseño de la colección por Álvaro Dorigo y Noelia Melit. La colección ya es una garantía de calidad, con un catálogo de obras literarias que configuran un mapa contemporáneo de la región. 

A Javier Núñez se lo conoce bastante porque es un autor prolífico, muy consciente de sus temas recurrentes y de su rol social de escritor, con premios y publicaciones no solo en Rosario y Córdoba sino en México, donde obtuvo un importante galardón y una firme proyección latinoamericana gracias a su primera novela, La doble ausencia (editada en México y en Argentina) y a las crónicas mexicanas que fue publicando en Rosario/12 y en su propio blog mientras acudía a recibirlo. Núñez se declara un lector voraz, de esos que hacen de las lecturas una serie más de experiencias vividas. Paul Auster se halla a la cabeza de su lista, que incluye a autores hispanoamericanos y a la novela negra estadounidense. De este último género, más precisamente de la novela El halcón maltés de Dashiell Hammett, Núñez extrae la increíble historia de Flitcraft, el hombre que huyó de su propia vida sin matarse, a partir de un encuentro con el azar. 

La tesis de El pulso secreto de las cosas, si es que tiene alguna, es que cuando el azar novelesco es inyectado en la existencia, esta se carga de (Núñez no usa este término) literaturnost, palabra de la crítica rusa más o menos traducible como "literaturidad". Una vez, hace década y media, escribió Daniel Link en su blog que el blog se trataba de "lo novelesco sin la novela". La definición es aplicable a este pequeño y amable libro de ensayos breves. Ni novelas ni cuentos, los relatos de no ficción que el autor agrupa en cuatro secciones (Escribir I, Amar, Escribir II, Vivir) responden en parte a un pedido de la industria cultural y en parte a su búsqueda de literaturnost en la vida misma. Más que entradas de un diario personal, algo menos que crónicas (no se propone aquí el autor el alerta a lo "otro" del cronista; falta esa tensión distante), estos breves ensayos literarios autobiográficos operan como excusas mínimas para el desarrollo de una prosa muy bella y personal, una prosa cuyo tempo melancólico y sensual es imposible disociar de la música de Bill Evans -a quien se hace referencia en sus páginas como un soundtrack importante de los no-acontecimientos aquí narrados- y también funcionan como notas al margen y subrayados al pie de la existencia misma, cuyo reencantamiento buscan.

El reencantamiento de la existencia es producido por los encuentros casuales: dos que se cruzan en un aeropuerto, de uno de los cuales solo retorna el corazón; o una lectora que le lleva al escritor -tomándolo de la vida- el argumento ya explorado en La doble ausencia: "la búsqueda que hace el hijo de un escritor que había quemado todos sus papeles personales antes de que el río lo tragara para siempre". El escritor Núñez no deja de expresar cierto temor ominoso ante su rol de narrador de la tribu, como si eso de andar auscultando el pulso secreto de las cosas lo acercara a una fibra íntima de la vida misma  y eso lo expusiera, más que a otros, al relámpago de la locura o la muerte. "Escribir es una maldición que salva", cita de memoria a Clarice Lispector, cuyas bellas crónicas también brindaron el pequeño milagro de florecer en las páginas de un diario.