Una gran cantidad de repudios al intento de magnicidio que sufrió el jueves por la noche Cristina Fernández de Kirchner hicieron referencia al Nunca Más que surgió para repudiar el terrorismo de Estado de la última dictadura cívico militar. Desde referentes del oficialismo y la oposición, funcionaries de gobierno hasta militantes de organismos de derechos humanos y emergentes de la cultura utilizaron la frase para reflexionar sobre un consenso social y político de “paz” y de “no violencia” que el atentado contra la Vicepresidenta habría quebrado. Para la historiadora, y investigadora principal de Conicet Marina Franco, no es la primera vez que aquel pacto social se quebra, aunque “de ninguna manera significó el fin de la violencia política”. “El intento de magnicidio de Cristina no es un regreso a una violencia política que había quedado atrás con el ‘Nunca Más’, sino una violencia política que adquiere una magnitud que nos sorprende a todos”, amplió Franco, docente de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-Unsam), que en esta entrevista también reflexiona sobre el contenido basal del odio al que se le atribuye el hecho.

–¿Se puede pensar al Nunca más como aquel acuerdo “inquebrantable” sobre el fin de la violencia política? ¿Por qué fue quebrantado?

–El Nunca Más en la historia argentina tiene un enorme peso simbólico. Es el pacto social con el que se sale de la última dictadura y ser recompone la vida política común en la Argentina en el sentido de la no violencia. En aquel momento, la ‘no vioencia’ significó un fin al terrorismo de Estado y estatal, y también un fin a la violencia de las organizaciones de izquierda. Está clarísimo que en la Argentina en los últimos 40 años la democracia y el acuerdo que simboliza el Nunca mas se han fragilizado muchísimas veces y que la violencia política no terminó. Violencia política es el asesinato de José Luis Cabezas, es el asesinato de Santiago Maldonado, la desaparición de Jorge Julio López, los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, la detención arbitraria de Milagro Sala. No salimos del Nunca más a una sociedad completamente libre de violencia. Salimos a una sociedad con un consenso de no violencia física en las formas de convivencia mínimas de la democracia, pero de ninguna manera aquello significó el fin de la violencia política. Hay que tomar al Nunca más como un peso simbólico y como lo que nos permitió y permite esa unidad mínima para vivir en democracia que se reactualiza como discusión cada vez que es puesta en cuestión. El pacto simbólico del Nunca más hace mucho tiempo que viene fragilizado.

–¿La violencia política de hoy es la misma violencia política de los 70 y de épocas anteriores?

–No es la misma violencia de los años 70 y décadas previas. Al mismo tiempo hay que pensar que la violencia que rerpesenta un intento de asesinato es el paso a la violencia física que se inscribe en otros tipos de violencia que existían y que han vuelto a existir desde hace muchos años. En la cadena de hechos que fragilizaron el pacto del Nunca más, el intento de magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner no es un regreso a una violencia política que había desaparecido, sino una violencia política que adquiere una magnitud que nos sorprende a todos. Si nos ponemos a observar en detalle, vemos un crecimiento de la violencia política en los últimos años que pasó de expresarse en actos menores, como actos verbales, a amenazas de muerte en movilizaciones y redes sociales, hasta llegar a lo que sucedió el jueves.

–Hubo una responsabilización a referentes políticos y medios de comunicación por fomentar discursos de odio haciendo hincapié en que el intento de magnicidio había sido producto de esos discursos. ¿Cómo opera ese odio?

–La contrucción y la circulación de los discursos del odio involucra muchas variables distintas, las ciencias sociales desde hace años los analiza, con resultados muy diversos y complejos. Se trata de un fenómeno multidireccional, por lo que hay que evitar entenderlos solo en un sentido, como si solo estuvieran dirigidos contra el kirchnerismo nada más, aunque está claro que en este caso el kirchnerismo y Cristina son el blanco directo de un fenómeno enormemente virulento y focalizado. Por otro lado, su construcción proviene desde diversos niveles: las élites y partidos políticos que la representan, los medios de comunicación hegemónicos, el Poder Judicial, pero también dimensiones capilares de origen popular que podemos verificar en las redes sociales. Y esos niveles se retroalimentan mutuamente. El malestar económico agudiza enormemente la confrontación sobre todo en esta última dimensión; genera un fermento para la emergencia de lo que estamos llamando el ‘loco suelto’, que de ninguna manera es un loco suelto. Son en realidad la emergencia de una construcción social y política acumulada y retroalimentada por arriba y por abajo. Son fenómenos sociales totalmente lógicos para el momento histórico.

–El odio de los discursos actuales ¿es igual al de los ‘70 y épocas anteriores en Argentina? Es decir, ¿es un odio que resurge?

–Diría tajantemente que no se trata del mismo odio, porque cada epoca tiene que entenderse en sí misma, en sus propias lógicas y con los elementos y los detonantes que operaron y operan en cada momento. Desde esa lógica, lo que sucedió en los 70 es completamente incomparable a lo que pasa hoy. Entonces, hubo una construcción de un enemigo en la llamada subversión que debía ser exterminada directamente, algo que llevaron a cabo las Fuerzas Armadas. pero entonces hablamos de un momento de violencia sistemática y masiva de parte del Estado, algo que no sucede hoy. Dicho esto, sí hay algunos elementos recurrentes o comunes que uno puede identificar en la construcción de los discursos del odio en la Argentina. En primer lugar, la permanencia del conflicto peronismo y antiperonismo. Evidentemente es un dato recurrente en diversas épocas, aunque tal vez la actual sería más comparable con los años ‘50, la caída del peronismo y los años posteriores. En los años 70, hay un ingrediente que complejiza esta dicotomía, pues el propio peronismo construye discursos de odio hacia dentro del movimiento, contra su propia llamada izquierda peronista. El segundo elemento recurrente diría yo es la dimensión de clase. No estamos hablando de un odio solo frente al kirchnerismo o frente a Cristina. Acá hay un odio de clase, como entonces. Hoy se explican claramente en la discusión en torno de los planes sociales, uno de los perfiles del sujeto que intentó matar a Cristina Kirchner. Y asociado a esto, la tercera dimensión recurrente es la racial: la consideración de los sectores populares como racialmente inferiores. Estas tres dimensiones son de muy largo plazo en la historia argentina. Las últimas dos se pueden retrotraer a todo el siglo 20 y antes también. Están en la base de los discursos del odio y de las formas de violencia política, estatal y social en el país porque también explican casos de gatillo fácil.

–¿Cuáles son los componentes nuevos de los discursos sociales de hoy?

–En primer lugar, ahora no está en juego el orden capitalista. No es esa la discusión que sí lo era en los años 70. En segundo lugar, los discursos actuales del odio no se perciben como discursos violentos. Más bien, se construyen desde la defensa de la libertad de expresión y no perciben en ellos un acto de violencia. Por lo tanto no perciben que puede haber de ahí un pasaje a la violencia física directa, como si la violencia verbal no lo fuera. Luego, hay un contexto mundial de crecimiento extraordinario de las derechas y de su paso a la acción y movilización social. Las derechas dejaron de ser solo elites políticas para convertirse en movimientos con una fuerte presencia popular, con una transversalidad en diferentes clases sociales y capacidad de mover y activar socialmente que es absolutamente novedosa. En este fenómeno mundial hay que pensar la tracción de (el presidente de Brasil, Jair) Bolsonaro o de (el ex mandatario de Estados Unidos Donald) Trump y de otros movimientos populares de derecha de tenores similares. La otra novedad global vinculada a la anterior es que este crecimiento de las derechas ha dado lugar a esta dimensión popular que permiten también sujetos o grupos que se perciben como radicalizados e irracionales, como si no fueran posibles de ser comprendidos lógicamente.

–A partir de este panorama, ¿se puede pensar en un acuerdo de todo el arco político como una vía eficaz para ponerle fin a esta escalada de violencia, tal como se le reclamó al gobierno de Alberto Fernández?

–La cuestión es que el fenómeno de la violencia política y los sectores ultraradicalizados exceden a las conducciones de los partidos. Diría que, hacia la derecha, hay un fenómeno que va más allá del propio discurso de los dirigentes partidarios, que sí se nutre de los discursos referentes políticos, de periodistas y de lo que circula en redes, pero que los excede. En ese sentido, es difícil pensar en qué efecto podría llegar a tener un posible gran acuerdo entre partidos. No obstante, me parece que es imprescindible y absolutamente fundamental que suceda. Es el primer paso que hay que dar en tanto mensaje hacia adentro de los propios partidos y hacia la sociedad toda. Porque ahí sí funciona la construcción simbólica del Nunca más. Me hubiera gustado que la plaza del viernes (en referencia a la movilización masiva hacia Plaza de Mayo e innumerables puntos de concentración en todo el país) fuese más amplia, que quedase menos vinculada al kirchnerismo de lo que sucedió, que el fenómeno fuese más basto.