Un día de verano de 1994 Joyce Fante me hizo pasar a su amplio y caótico rancho de Point Dume, en Malibú, California. Desde que nos conocimos, a principios de aquel mismo verano, me había abierto la puerta tres o cuatro veces, siempre dándome la bienvenida con una valiente sonrisa. Luego nos sentábamos en el patio o a la mesa del comedor, tomábamos café y hablábamos de su vida con John Fante, de los primeros días de su vida conyugal en Los Ángeles, Manhattan Beach, Roseville y San Francisco, y luego de los años que habían pasado aquí, en Cliffside Drive, donde la pareja había criado a sus cuatro hijos y donde Joyce se había quedado tras la muerte de John, en 1983. Desde entonces ocupaba su tiempo leyendo, escribiendo un diario y animando al mundo a que reconociese que John Fante era uno de los grandes escritores del siglo XX; y cuando iba a visitarla, me contaba anécdotas que yo sabía que el mundo también querría escuchar, anécdotas para la biografía que quería escribir.

Pero aquel día parecía haber cambiado algo. Tras recibirme en la puerta principal, me condujo hasta un pequeño y oscuro porche de servicio que olía a polvo, después de cruzar el comedor y la cocina, donde su enorme gato gris estaba instalado y vigilaba. Quería enseñarme algo.

Trataba de adaptarme a la oscuridad cuando encendió la bombilla desnuda del techo y vi los únicos objetos que se veían en aquella habitación: cuatro altos archivadores negros de metal pegados a la pared, cada uno con cuatro cajones hondos de tamaño oficinesco. Joyce me animó con un movimiento de cabeza. Cuando acerqué la mano, el cajón superior del archivador más cercano se abrió emitiendo un susurro. Estaba lleno de sobres, cartas, carpetas, cuadernos y fajos de folios escritos a mano y a máquina. El segundo cajón contenía más de lo mismo, y también el tercero y el cuarto, y todos los demás. Mientras repasaba por encima el contenido de cada cajón vi fotografías, fes de bautismo, contratos de estudios de cine, declaraciones de renta, cheques anulados, copias de papel carbón, ejemplares viejos de The American Mercury, informes médicos, cuadernos de direcciones, álbumes de recortes, libros de oraciones, incluso un sobre sellado con la etiqueta “Pelo de John Fante”: en suma, todos los testimonios que podían esperarse de la vida de una persona, y todos allí, al alcance de mi mano, en aquel cuarto.

Era casi un sueño.

Pero no solo un sueño. Porque cuando levanté la cabeza para mirar a Joyce, sus ojos me dijeron que, después de las conversaciones que habíamos sostenido, era libre de comenzar a explorar. Entonces me acordé del prólogo que había escrito Charles Bukowski para Pregúntale al polvo cuando Black Sparrow la reeditó en 1980, me acordé de que contaba que había descubierto la gran novela de Fante en la Biblioteca Pública de Los Ángeles. Bukowski se había sentido en aquel momento como un hombre que encuentra oro en el basurero municipal. Y allí estaba yo ahora, en la mina de oro...

Escribo esto en el verano de 1999. Para escribir la biografía de John Fante pasé varios años revisando los archivadores de aquel cuarto, investigando cronologías, uniendo fragmentos de manuscritos, rellenando lagunas grandes y pequeñas que aparecían en la trayectoria vital de un escritor que muchas veces ocultaba sus datos biográficos. Aprendí cosas sobre Fante, no siempre agradables, que nunca habría sabido si no hubiera consultado aquellos archivadores. Y algo no menos importante: encontré las historias de este libro.

En contra de la opinión que dice que Fante no guardaba nada que no pudiera usar, descubrí que, además de guiones de cine, guiones de televisión y apuntes para guiones, pocos de los cuales llegaron a producirse, guardó docenas de cuentos inéditos, junto con otros que habían aparecido en revistas pero que después de su muerte no se recopilaron. Ni siquiera Joyce Fante conocía la totalidad de los escritos de John Fante. Por fin, gracias a su apoyo y al entusiasmo de John Martin, director editorial de Black Sparrow, Hambre recoge diecisiete “nuevas” historias de John Fante, además del prólogo completo que escribió para Pregúntale al polvo.

Aunque cada pieza es una revelación por sí misma, visto en conjunto, el contenido de este volumen reforzará la fascinación que John Fante sigue ejerciendo en la imaginación de los lectores de todo el mundo. Hace cinco años tuve el privilegio de entrar en un cuarto oscuro y polvoriento. Ahora vuelvo a ser un privilegiado, esta vez por contribuir a dar a conocer el último libro de John Fante: en cierto modo el más joven y el más hambriento. 

Prólogo a Hambre de John Fante, que acaba de distribuir Anagrama.