El pasado 4 de septiembre algo murió del otro lado de la cordillera. Hubo llantos y abrazos de consuelo en cada una de las esquinas de todas las ciudades de Chile, porque no solo se perdió la posibilidad de cambiar de una vez por todas la constitución forjada en la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet, sino que parecería que los sueños de tantxs, cristalizados en aquella llamarada encendida en la revuelta del año 2019, han quedado en el olvido.

Muchxs de nosotrxs nos sentimos algo ingenuxs, desoladxs y profundamente confundidxs. Pensábamos, como siempre, que las encuestas estaban manipuladas, pensamos que la revuelta aún seguía ardiendo en las hornallas chilenas y que los cientos de miles de personas que llenaban el cierre de campaña de la opción del Apruebo por la Nueva Constitución, en comparación al minúsculo número de asistentes al evento del Rechazo, eran un síntoma de que teníamos la elección ganada.

Pero no fue así, y el golpe de la derrota nos dejó aún más aturdidas. Pero dentro del estruendo tal vez algo hemos aprendido. Durante esta última semana hemos aprendido tanto en Chile como en Argentina que la ultraderecha no necesita llenar las calles para su juego sucio, no necesita lograr que una Alameda entera cante aquello de que el pueblo unido jamás será vencido con los ojos llorosos. No necesitan buscar en los intersticios de la memoria, no necesitan ni verdad, ni justicia, porque trabajan con la mentira y la pantomima y sin ningún tipo de escrúpulos; y tanto en Chile como en Argentina han demostrado estas últimas semanas tener un enorme desprecio por la vida.

En Chile la derecha desatada festejaba con banderas y bocinazos que la constitución del tirano seguirá rigiendo nuestras vidas y causando la miseria neoliberal que la prensa vende como la panacea del orden y consumo. Mientras que la derecha pobre y enclosetada, esperaba en sus casas avergonzada de portar las banderas amarillentas del Rechazo, mirando entre sus cortinas con recelo a sus vecinos que salían a las calles los días previos a la elección con las banderas multicolores del Apruebo, que era una opción de orgullo y no oprobio.

Eso cambió, porque el domingo 4 se septiembre a la noche, uno de los quiebres más grandes a los que nos debemos enfrentar es que habrá mucha gente que no volverá a sentir vergüenza de votar por la derecha. Mucha gente que ya no sentirá vergüenza de pronunciarse en favor de la violencia, de la injusticia, del egoísmo y de la desigualdad. Mucha gente que se sentirá con el desparpajo de vitorear el odio hacía nuestras comunidades, henchidas por el borramiento de nuestra historia y libres en hacer de la muerte una práctica política. Tal vez esa fue una de las peores derrotas en estas elecciones en Chile.

Empecé a escribir hace unos días diferentes ensayos pensando que ganaría el Apruebo, imaginando ese nuevo Chile que existía en nuestros deseos hasta hace algunos días atrás. Empecé a escribir llena de esperanza, de una esperanza que como a tantxs, ahora me hace sentir ingenua y confundida. Algo ha muerto dentro nuestro, pero algo debe de morir para que nosotrxs mismxs seamos el compost viviente de los nuevos sueños que vendrán.

Hay muchísima gente en Chile que seguirá en las calles, que de hecho nunca se ha ido, y seguirán buscando nuevamente entre los escombros las semillas de ese otro mundo posible, imaginando otras utopías, otras formas de rebeldía, y aprendiendo de nuestros propios errores. Aunque tengamos que usar de abono la mierda de la derecha y con nuestras propias lágrimas regar aquel brote que algún día será bosque.

El domingo a la tarde un grupo de chilenxs residentes en Buenos Aires se encontró para esperar juntxs la elección. Había música, comida típica y decoración como si fuese un adelanto incipiente de las fiestas de mediados de septiembre, pero de a poco la alegría se fue transformando en tristeza y mientras todo se oscurecía desde una pared una guirnalda tricolor hecha a tijeretazos colgaba mirándonos en forma de lágrima. Nos abrazamos mariconxs, tortas y travestis y nos conocimos y reconocimos en un abrazo que nos hermanaría en la tristeza y desconsuelo. Nos preguntamos por nuestras familias y amigxs que desde el otro lado de los Andes escuchan las risas nefastas de la derecha y sus cobardes bocinazos, porque ellos nunca saldrán del todo a la calle, porque una parte de la calle, la que tocamos con nuestros pies descalzos seguirá siendo nuestra.

Seremos por un momento una serpentina solitaria colgando después de una fiesta que devino en velorio mirando como la algarabía de los sueños se transformó en silencio y llantos, pero solo por un momento, porque tarde o temprano aquella guirnalda de papel volantín volverá a ser hoguera.