Lo primero que impacta al visitante, tras bajar por la gran explanada que antecede el acceso al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, emplazado en el tradicional Barrio Yungay a unas cuadras de la actual residencia del presidente Gabriel Boric, es el último discurso de Salvador Allende (“Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino (…) Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”) y los bandos militares transmitidos por radio donde se advertía del “castigo” y de eliminar el “yugo marxista” junto a una gran pantalla que muestra al Palacio de La Moneda siendo bombardeado.

A 49 años del golpe

Registros que durante los gobiernos de Sebatián Piñera y las candidaturas del ultraderechista José Antonio Kast fueron cuestionados ya que, según el relato de ese sector chileno habría un “contexto” que explicaría tanta brutalidad. Algo que hasta el día de hoy, a 49 años del acontecimiento, a nivel interno grandes sectores de la derecha lo justifician bajo el argumento que los ejecutados políticos “no eran blancas palomas” y que la intervención de EE.UU. es “un invento de la izquierda global”.

Su director ejecutivo, el historiador y experto en Participación Ciudadana, Francisco Estévez, incluso debió que retirarse de un programa televisivo en 2018, tras saber que compartiría espacio con Kast. Un personaje que, aunque en Chile es legitimado por el sistema político y los medios masivos, es dueño de un discurso de un negacionismo inquietante: afirma que algunos presos por violaciones a los derechos humanos “no eran tan malos” y defiende abiertamente el gobierno de Pinochet. “Desde luego los negacionistas no aceptan que la tolerancia tal como la entiende Naciones Unidas tiene un límite de inclusión y otro de exclusión, y en ambos casos ese límite son los derechos humanos”, se justificó Estévez ante la furia del ex candidato presidencial

Desde su oficina, al lado del gran Centro de Documentación donde se alberga una invaluable colección de revistas, documentos, folletos, videos y publicaciones de chilenos en el exilio, defiende este tipo de decisiones que establecen un límite más aún en la actualidad, en medio de las consecuencias del Estallido Social de 2019 (con sus más de 300 víctimas de traumas oculares y decenas de fallecidos producto de la violencia estatal ), un proceso constituyente y los 50 años del golpe del próximo año. “Hay determinados momentos de encuentro de la memoria que son intergeneracionales. Momentos en que se comprenden procesos mayores, porque esa memoria se sitúa históricamente. Es lo que sucede ahora y se va a hacer más fuerte con los motivos de los 50 años del Golpe”, señala.

Pero distingue dos dimensiones diferentes: “el próximo año se conmemorarán los 50 años de la represión del golpe que inició la violación terrible y sistemática de los derechos humanos. Pero también son cinco décadas de gestos de enorme dignidad. Uno no puede pensar en estos hitos solamente a partir de lo que fue el golpe, sino del último discurso de Allende, con toda su visión de la democracia, resistencia y valores. También de cómo se empezó a luchar para recuperar la democracia y qué hacer para relacionarse socialmente en la defensa de los DD.HH. Tienes que pensar que mientras los aviones estaban bombardeaban La Moneda había acciones de gran dignidad en las personas. Y es muy importante mirarlo con esa perspectiva."

El derecho humano a la memoria

La museografía del lugar tiene una estructura ascendente que, de alguna manera, alivia el dolor de los visitantes —muchas veces sobrevivientes o sus familiares— al encontrarse con las imágenes de los miles de muertos y desaparecidos, pasando por artefactos reales de tortura usados por el régimen hasta dibujos de los hijos a sus padres en cautiverio, donde les preguntaban por qué no vuelven a casa para luego, al subir al siguiente piso, comienzan a emerger los actos de solidaridad internacional y la lucha callejera (y política) por recuperar la democracia, incluyendo el plebiscito de 1988 cuyo resultado Pinochet pretendió desconocer en un primer minuto.

—¿Cómo crees que los chilenos se han relacionado con estos acontecimientos en los últimos años?

—Hay que partir de la idea que el derecho a la memoria es un derecho humano. Mas aun: es un derecho ciudadano y así nos habría gustado que quedara escrito en la nueva constitución. Porque hay que entender la memoria más allá de lo individual, hay memorias sociales, culturales o políticas que comprometen a una generación y a un país. El ejercicio de ese derecho debe ser defendido. Cuando vino el Golpe, se castiga y persigue el derecho a la memoria: la quema de libros, el prohibir celebrar el Día del Trabajo. Es decir se impidió la construcción de diálogos y que la memoria va cambiando.

—¿En qué sentido cambia la memoria?

—El Museo tiene ya 12 años. Y luego nos preguntamos, ¿cómo está presente la memoria de las luchas de las mujeres? ¿y la de los pueblos indígenas? ¿y en las diferentes provincias de Chile? Tu miras las listas de las personas detenidas y una parte significativa tiene apellido indígena. Entonces es una historia con la que el Museo debe encontrarse, porque no hay una memoria petrificada, sino que conversa con el tiempo en que uno vive. Por eso acá hablamos que el “nunca más” debe dialogar con el “más que nunca”. Cuando las personas visitan el Museo y ven en el corazón de la muestra principal la foto de los detenidos y ejecutados y ves sus rostros, su mirada, parece estar diciéndote: “gracias por estar aquí acordándote de nosotros, pero ¿qué estás haciendo ahora en este momento por algo que me correspondió hacer a mí? ¿qué haces por tener una sociedad más justa y más democrática?”

 El proceso constituyente

Este museo forma parte de una red mayor de centenares espacios de memoria en el país que también se conectan con el resto de los países latinoamericanos que experimentaron los mismos sucesos. “Pensemos en la Operación Cóndor”, dice Estévez. Consultado sobre el proceso constituyente, donde el domingo pasado la opción que buscaba aprobar la Constitución que reemplazaría a la de Pinochet, se apresuta a aclarar que “el proceso constituyente no fue rechazado, sino la convención. El proceso va a continuar. se está discutiendo la forma. La alternativa de que haya una nueva constitución es mayoritaria”

—¿Cómo se entiende el triunfo del “Rechazo”?

—Hay un rechazo a la situación actual del país. una crisis socioeconómica que tiene una inflación muy alta, la más alta en 30 años y hay también una crisis de sociabilidad con un aumento de la delincuencia que el gobierno de Boric recibió del anterior. El rechazo no es al texto mismo, un cuestionamiento a la clase política, a la dirigencia en general. Y también, claro, a una propuesta que no se supo interpretar la mayoría de los cambios del país. Hay un consenso en los grandes valores de la democracia, justicia social y derechos humanos, el desencuentro fue en los tiempos políticos, al no interpretar los tiempos culturales sostenibles para la mayoría. Por ejemplo la plurinacionalidad requiere una conciencia que la sustente y eso requiere el protagonismo indígena en las regiones geográficas donde se aspira ese reconocimiento constitucional. Pero se requiere con urgencia histórica una nueva constitución.

—¿Será posible antes del 11 de septiembre de 2023?

—Para los 50 años del golpe no vamos a tener aún una nueva constitución. La que había para el golpe era la de 1925 que fue demolida por la intervención militar. La dictadura levantó una nueva constitución muy autoritaria que, aunque tuvo reformas importantes, no alcanzan para el país que estamos y la democracia que queremos, con un compromiso absoluto con los derechos humanos. Y para eso se necesita diálogo, consultas, opiniones. Ésa es la clave. Y también considerar el Estallido porque es parte de nuestra historia y memoria.  Conmocionó al país con un mensaje potente que se escribió en las murallas y en las paredes. Y necesitamos que sea respondido constitucionalmente desde nuestra vivencia y sociedad.