Hay varios puntos en común en las películas El limonero real, dirigida por Gustavo Fontán y La larga noche de Francisco Sanctis dirigida por Andrea Testa y Francisco Márquez. La primera y que interesa para esta nota es que el director de sonido es el mismo en ambas: Abel Tortorelli. El segundo punto en común es que las dos películas tienen un solo protagonista que transita espacios abiertos pero ominosos. En El limonero real la sombra del hijo muerto acompaña al protagonista en todo su derrotero; en La larga noche de Francisco Sanctis el protagonista es acompañado por el estado imperante de una dictadura cruel que se insinúa a cada paso. El tercer punto en común es que en las dos historias terminan frente al umbral de una puerta. Ambas están basadas en novelas argentinas.

¿Entonces quién es el tercero que nos acompaña a nuestro lado? El sonido en toda su dimensión.

En ambos trabajos, Abel Tortorelli como director de sonido, construye un relato perceptivo sonoro profundamente orgánico del universo. A los directores no les hizo falta "musicalizar" las imágenes porque la yuxtaposición sonora que construye Tortorelli brinda elementos al espectador para acompañarlo a que arme su propia sinfonía. 

Charles Chaplin decía que "el arte cinematográfico se parece a la música más que a cualquier otro arte". La música diégetica es la que pertenece al mundo donde ocurren los acontecimientos narrados y por ende el protagonista escucha lo mismo que el espectador. Como ejemplo de lo que quiero exponer está la secuencia de la planta de energía eléctrica en La larga noche de Francisco Sanctis. Esa planta generadora de energía es la que irradia hacia el exterior sus sonidos singulares e inquietantes. La interpretación que realiza Tortorelli hace que se vuelva música, una auténtica sinfonía del horror. El último movimiento de la sinfonía que le anuncia a Francisco Sanctis que el desenlace está cerca. Que ya no puede volver atrás. Que las acciones de los hombres tienen consecuencias. Que esas miradas en el bar ya las puede dejar atrás, olvidarlas. Miradas desenfocadas en una acción ambivalente que observaban a Sanctis como pidiendo que actúe a la vez que censura sus acciones. Este movimiento pendular, de tic-tac de un lado hacia el otro, es el que se encuentra el protagonista en toda la película. Intervenir, no intervenir. Observar o cerrar lo ojos. Al final del recorrido Sanctis logra desprenderse de esa mirada externa cuando al no tener con que pagar el taxi, entrega su reloj al conductor con decisión. Ya dejó el tiempo atrás. Yo recuerdo que cuando era un niño, en los años 70, creía que tener un reloj significaba que uno se había convertido en un hombre. ¿Qué es lo que nos permite relacionar correspondencias auditivas?

En ambas películas el campo sonoro ha sido estallado; por el duelo singular en El limonero real y por el duelo social en el caso de La larga noche de Francisco Sanctis. Tortorelli se aventuró más allá de cualquier construcción sonora convencional para realizar una sinfonía minimalista e inquietante. Una verdadera obra de música conceptual.

En ambas películas Abel Tortorelli realiza una operación de tercera dimensión total y universal del mundo y paradójicamente vuelve extraño el universo que habitamos. La profundidad sonora que nosotros percibimos como espectadores no es una alucinación auditiva aunque por momentos lo parezca. Es esta tercera dimensión, más plena, vigorosa, integra; que nos implica como espectadores activos para ser parte de ese mundo extraño y familiar a la vez. Llegamos a amar a esos personajes por sus ambientes sonoros, los acompañamos hasta el final de su recorrido, el umbral de una puerta. Tortorelli logró con el sonido no solo hacer música sino que consiguió lo que todo cineasta anhela: el control total del universo (sonoro).