Resuchi, Puntorero y Hoster, esas eran las tres figuritas difíciles en una de las colecciones que más recuerdo de mi infancia. Repetí esos nombres miles de veces hasta encontrarlos y llenar aquel álbum del año 1964. De los tres sólo Puntorero alcanzó fama como futbolista. Volante ofensivo de Chacarita y Atlanta, fue uno de los escasos jugadores amado por ambas hinchadas, rivales de toda la vida. “Manija”, como lo apodaban, contaba sorprendido que los chicos lo buscaban en los entrenamientos para pedirle su figurita: “Nunca la tuve, fui una figurita difícil hasta para mí mismo”, decía divertido.

Los otros dos, Resuchi y Hoster, si la memoria no me falla, jugaron en Vélez y Sarmiento de Junín pero su rastro se perdió con el tiempo y solo los recuerdan aquellos que repitieron sus nombres buscando llenar el espacio vacío de aquel álbum llamado “Fulbito”, de la editorial Starosta

Algunos paquetes de esa colección traían vales que se canjeaban por premios. Uno de los más importantes era unas sandalias marca Skippy, odiada por los chicos porque eran de un plástico flexible que hacía traspirar mucho los pies. Era imposible correr con las Skippy puestas, la transpiración hacía que se salieran y dejaban marcadas “las patas” con tiras marrones, azules, rojas o del color que nos tocara en suerte. Pero como eran indestructibles y baratas fueron amadas por nuestros padres, a los que no les sobraba nada en ese Almagro de los sesenta, mientras Álvaro Alsogaray, ministro de economía de Frondizi y padre de la tristemente célebre María Julia, aconsejaba que “había que pasar el invierno” y realizaba un ajuste parecido a los de ahora.

Recuerdo la tarde en la que el “Colorado” Eduardo, el amigo con el que juntaba las figuritas a medias, atravesó corriendo el zaguán de mi casa de la calle Yatay, llegó al patio donde yo merendaba y con su mano abierta me dijo ”la conseguí, la conseguí “, mostrando el círculo ajado y redondo con la cara de Puntorero, que era la única que nos faltaba para completar aquella colección. A Resuchi y a Hoster ya los teníamos, luego de que el Colorado y yo uniéramos nuestros recursos para cambiarlas por otras cien que teníamos repetidas y que entregamos al pibe que poseía ese tesoro. Casualmente, era sobrino de un laburante de la imprenta donde se estampaban. Era el tío que todos queríamos tener, porque llegaba cada tarde a su casa con paquetes que les regalaban en la fábrica y que su sobrino se encargaba de repartir por el barrio a diferentes precios o condiciones. El “Colorado” nunca me contó como hizo para conseguir a “Manija” Puntorero, pero mucho no me importó porque ahí mismo mi padre, el Capitán Soriani, nos llevó a ambos al negocio donde cambiaban el álbum completo por una pelota de fútbol, “la número cinco” con la que habíamos soñado desde un año antes, cuando empezamos a coleccionarlas.

La pelota duró dos horas, la pisó un camión de la perrera el día que la estrenamos en el parque Centenario. Esos camiones, impensables hoy, recorrían los distintos barrios levantando perros callejeros para luego matarlos en el Instituto Pasteur, con la excusa de combatir la rabia. Por supuesto que no todos eran perros vagabundos, y en ese caso sus dueños debían apurarse para llegar al Instituto y rescatarlos antes de que fueran sacrificados.

Mi amigo y yo nos quedamos sin el premio y sin el álbum que habíamos tenido que entregar a cambio, pero seguimos en las veredas del barrio jugando “a las figus”, sobre todo a las dos pruebas que más nos gustaban: “hacer espejito” o “voltear espejito”. Eran juegos que precisaban alguna destreza que no todos tenían. El primero consistía en tirar la figurita en cuclillas desde el cordón de la vereda y que esta quedara “parada” contra la pared. Y el segundo era lo contrario, se colocaba la “figu” parada, apoyada contra la pared, y se tiraba desde el cordón tratando de hacer blanco en ella para voltearla.

Luego vinieron otras colecciones. Algunas las recuerdo y otras no, pero prefiero escribir desde mi memoria emotiva, sin consultar a Don Google, que casi todo lo sabe pero nada lo conmueve.

En todo caso algún lector memorioso podrá ayudarme a completar o corregir la data, y todo aporte será bienvenido.

No recuerdo haber llenado ningún otro álbum, pero sí que en el año 74, mientras hacía el servicio militar, volví a juntar figuritas junto a un compañero de “colimba”, el “Pájaro” Martinengo. En diciembre de ese año fui detenido por mi militancia política en organizaciones de izquierda y el álbum quedó inconcluso. En una carta que mi padre, el Capitán Soriani, me escribió años después, y que recibí en el Penal Militar de Magdalena, mi viejo decía: “...pasó por casa un ex compañero tuyo de colimba, un tal Martinengo, quería saber cómo estabas y me pidió que te contara que nunca pudo llenar el álbum que coleccionaron juntos. Le faltaba la de un jugador de la selección de Zaire cuyo nombre ahora no recuerdo. Te diré que no supe bien cómo tratarlo porque vos no lo mencionaste nunca a este Martinengo y, en estos tiempos, uno desconfía del mundo entero. De todas maneras dejó un teléfono. El sábado te iré a visitar y me dirás si es en verdad amigo tuyo o se trata de algunos de los “pícaros” que siempre merodean en circunstancias como las que estamos viviendo…”

Muchos años después, siendo padre, buscaba figuritas con mi hijo Joaquín en el parque Rivadavia y me enteré de que el jugador de Zaire era un marcador de punta que se llamaba Mukombo y que fue una de las figuritas más difíciles de conseguir en toda la historia de las colecciones.

El domingo pasado, supe que se puede comprar el álbum de Qatar 2022 completo por cien mil pesos, o toda la selección argentina, con Messi incluido, por “solo” veinte mil. Hasta existe un servicio llamado, justamente, “de álbum completo” que la editorial Panini ofrece a los coleccionistas para el que quiera o pueda pagarlo. En las actuales colecciones no existen “las difíciles”, y la adrenalina de buscarlas fue suplantada por las leyes del mercado.

 

No volví a ver al “Pájaro”, mi compañero de colimba, pero quizás lo encuentre una mañana de domingo en el mismo parque de siempre buscando, como todavía hago yo, a ese lateral de Zaire, Mukombo, para completar el casillero que nos quedó vacío en aquel álbum del Mundial de Munich del 74.