La reja es verde. Pero está cubierta de una enredadera de jazmines, así que la fragancia de las pequeñas flores blancas inunda la calle.

Una vez tuvimos un jazmín del cabo, que había traído Andrea, por los versos de Eladia Blázquez: "Mi barrio fue una planta de jazmín…", de El corazón mirando al sur que ella me cantaba. Pero ese no prosperó, en cambio el otro cada año estalla de pimpollos como estrellitas.

Cuando riego el jardín, hay un casal de horneros que debe estar anidando cerca por la dedicación con que juntan con sus picos el barro y se lo llevan en viajes incesantes. Me gusta colaborar con este plan de vivienda, y si me agrando me hace sentir parte de un proyecto del universo.

He recibido plantas de regalo en distintas épocas, de mi madre, de la madre de Eneri y así están sus presencias en los malvones rojos y blancos. El último fue un macetón que trajo Anahí. ¨Te dejo la tierra que es buena, pero el palo que quedó, podés tirarlo porque la planta se secó¨. Como me demoré, cuando fuimos a verlo, el supuesto palo tenía un brote y fue creciendo hasta que floreció. Es una hermosa y vital Santa Rita de color bermellón. Otro regalo.

No me opongo a que se lleven las florcitas del jazmín que están del lado de la acera. Es un modo de retribuir la generosidad con que se da: que otros también las disfruten. En esta época caen las flores del lapacho, y también es una celebración.

Lo de dar y recibir plantas me remite a algo parecido con el consultorio. Hasta que pude inaugurar el propio, hubo un par de amigas que me facilitaron en préstamo el que ellas, que se habían recibido antes, ya tenían en marcha. A la vez lo facilité a otras que empezaban, hasta que organizaran su lugar. Y no es banal, porque ese espacio condensa muchas cosas. También las de dar y recibir… Pensemos que es el espacio físico al que quienes llegan me traen las versiones del mundo que registro y en las que trabajamos. También los relatos de sus emociones y proyectos. En el que conocí tantas facetas de las historias de quienes llegaban, como de los sucesos del mundo que me contaban.

A veces he tardado en comprender si lo relatado es una descripción fiel, una versión caprichosa, una broma o una mezcla de todo ello. Pero es fantástico escuchar toda esa riqueza sorprendente y a veces fascinante.

Tengo en mi consultorio una colección de cajitas, estuches, cofres. De distintos tamaños y diversos materiales, piedra, loza, madera, cerámica. Me gusta imaginar que hacen juego con el propósito de resguardar y atesorar tantos relatos, tantas historias, tantas palabras. Una vez le obsequié una de esas cajitas a la hija de Livia, que había venido con su hija. Tenía la forma de un pato y la niña se había interesado en él. No sabía en ese momento que Lupe me regalaría el título de nuestro libro, cuando pensando (y divagando?) en voz alta dijo a su mamá: ¨Al fin qué es la vida… La vida es una insistencia¨. Se trata de una niña muy ingeniosa, al punto que su madre me contó que piensa poner en marcha un club que se llamará ¨Boludos por Lupe¨.

Y entre las insistencias de las que hablo, además de la del libro, estuvo esta, la de escuchar en este espacio del consultorio. Cobra más sentido si la pienso en retrospectiva. Asociada no solo al quehacer y al oficio, sino también al ser. Al ser de este modo.

Y vale considerarla desde este tiempo, en que me piden que pueda dar cuenta de ese ser y ese hacer. A partir de un pedido de Arte de Curar, que solicita para octubre un papel, un documento en donde se deje constancia de que estoy viva, me pongo a reflexionar. Lo pide mi obra social y debo gestionarlo. Además recuerdo el tema de la sobrevivencia, como un tema que he transitado en otras oportunidades.

En aquellas oportunidades, era para referirnos a esa cuota de muerte que en las situaciones penosas se abate sobre nosotros, pero que logramos remontar cuando la vida insiste. Soliloquio o diálogo, esas insistencias a las que nos remitíamos, tenían algo de poético. Como el deseo de encontrarse con viejos interlocutores. Las amigas que se van yendo despacio… el cansancio que se suma…

Pero también hay poesía en el jazmín de la reja abriendo sus flores perfumadas. Los horneros buscando en el jardín, la continuidad de su tarea y la vida pulsando.

Esta vez la interpelación del Arte de Curar no es poética, se trata de algo más concreto y se impone como exigencia y llamada de atención. ¿Qué de mí vale como para dar cuenta de una vida? Vida que como supervivencia está llegando a necesitar un certificado, emitido por una autoridad competente que lo acredite.

Es todo un tema porque me lleva a un balance. Si lo vivido justifica una continuidad, si los proyectos ameritan el despliegue para otros tiempos que se sumen.

En fin, vale preguntarse cuánto de este certificado reflejará de mí. Cuánto deberé pensar para dar argumentos a la prolongación de mi vida y a la postergación de la muerte.

El que ya me lo hayan solicitado es un alerta. Tal vez para darle un significado más profundo al tiempo que me espera. Algo así como la oportunidad de dar cuenta del empleo de ese tiempo.

Y el advenimiento de los jazmines y los horneros se toca tangencialmente con la demanda de ese certificado, como extremos de un continuo.

La colección de cofres me ayuda. La miro y en un racconto sumo cuánto de lo vivido, mío y de los otros, albergan.

También tengo una colección de pesebres. Pero esa es otra historia.