En estos últimos días tuve la dicha, entre otras cosas, de releer un texto maravilloso de Daniel Moyano titulado “Para que no entre la muerte”. Dicho texto es un cuento, uno más de los que nos sabe regalar Moyano, un texto impregnado de ese realismo doloroso y marginal, empapado por la pobreza, entre otras cosas, la resignación también, y el aprender a vivir con muy poco, casi nada, en el colmo más colmo de las miserias. 

En una época en la que los “planeros” no existían, en un lugar no mencionado, en donde sólo hay piedras y la proximidad del río, un viejo con las hijas y un nieto se instalan ahí con nada, esperando y consiguiendo todo lo que necesitan, únicamente con las cosas que las crecientes del río van trayendo cerca de donde ellos moran: “El abuelo decía que había que detener en todo lo posible las riquezas que traían las crecientes”.

Cito: “…de tanto en tanto, y según la luna, nacían hermosos bebés, que en poco tiempo se prendían a los bigotes del abuelo.”(relata el nieto) “Que nazcan. Ellos son la única alegría que podemos tener en la vida.” (decía el abuelo)

A pesar de una negación maníaca de la muerte expresada en forma explícita (“en esta casa nunca entrará la muerte”) el abuelo termina muriendo y es su nieto el que ocupa ese lugar (en la voz del narrador) y quien termina transformándose en el abuelo: “El viejo me dijo que cuando él se fuera se prolongaría en mí, que seguiría viendo por mis ojos, tal como sucede cuando advierto el cambio de color en el agua”.

Otro cuento que releí en estos días es “Un recuerdo navideño”, de Truman Capote, texto maravilloso si los hay.

Utilicé ambos como ejemplos para explicar a una alumna, técnicamente, qué es un retrato en literatura.

En ambos relatos la voz del narrador es la del nieto o sobrino nieto, en ambos, el protagonista principal es ese recuerdo del abuelo o de la tía abuela que nos ha quedado. Y ambos autores lo/a retratan como mejor pueden.

Tengo que admitir que cada vez que leo el cuento de Capote termino en un mar de lágrimas, el mismo efecto me hizo la película, la más vieja que hicieron, sobre ese mismo relato. Una comunión extraña entre dos “raros”, ya que Capote siempre fue “raro”, desde niño y su tía abuela, con cierto retraso mental además de ser la más anciana de la familia, también era considerada “rara” por el resto del mundo. Ese vínculo indisoluble e indispensable de tanto amor que crean entre ambos marginales, en los tiempos de vacaciones en que a Capote lo “deportaban” para vivir con los parientes del campo, ese vínculo esencial es el que alimenta la ternura indispensable que el autor sabe sostener a lo largo de todo el relato.

De igual forma, en el relato de Moyano la ternura indispensable con la que el autor sostiene la construcción no sólo del personaje del viejo, sino también la de las tías y sus hombres, cómo sabe “pintar” con suma ternura todo el entramado de pobreza y miseria en la que esa familia nace, crece, vive y muere. Sin embargo aparece la ciudad como ese lugar rico y opulento en donde las tías con sus hombres van y triunfan. Y a pesar de ello él decide quedarse ahí porque termina transformándose en el abuelo, “viendo con sus ojos”. En este sentido el símbolo de la arañita que sale del sombrero es un anuncio, un aviso de que él también va a morir, de igual forma que el abuelo murió.

En este sentido es horrorosamente triste el relato de Capote ya que la tía de la que él cuenta muere siendo él todavía niño y luego de eso él nunca vuelve al campo de sus parientes. Al mismo tiempo, da todas las pistas de que nunca más pudo en toda su vida construir un vínculo de amor tan grande con otro ser humano, no lo dice, pero lo deja entrever. Tampoco nunca quiso, realmente, celebrar la Navidad, como pasa, dicho sea de paso, con muchas otras personas. En el ambiente difícil e insalubre en el que Capote se movía, no tengo ninguna duda de que realmente esto haya sido así.

Moyano fue detenido en La Rioja, donde vivía, el 25 de marzo de 1976. “Media Rioja estaba ahí” (relata, cuando lo llevaron al cuartel). “Después me enteré que habían quemado todos mis libros en la provincia, junto con los de Cortázar y Neruda, ¡qué honor!”, diría muchos años después en un reportaje. Moyano partió al exilio en octubre del mismo año y nunca más regresó. Fue premio Juan Rulfo y muchos otros premios más. Trabajó para muchos diarios, escribió varias novelas y varios libros de cuentos. Murió en Madrid en 1992.

En referencia a los que acusan de “planeros” a las mujeres, sobre todo a las multíparas, la frase del viejo dicha a un vecino, que le decía que era muy difícil dar de comer a tantos niños, la frase “Que nazcan. Ellos son la única alegría que podemos tener en la vida”, es casi tan real como el agua del río o también, sus cambios de color en el agua, cuando viene la creciente…

Y en esta razón de la sinrazón, en esta alegría de poder dar la vida, a veces me pregunto ¿cómo hay quienes odian tanto como para arrebatarla?

Amor vence.

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