Desde Barcelona

UNO Rodríguez sonríe frente a espejo y no: lleva décadas practicándola, pero no le sale. La --para él-- mejor sonrisa en la historia de las sonrisas, y quédense ustedes la sonrisa de Beatrice de Dante o la de la Gioconda de Da Vinci. La Sonrisa de Robert De Niro como el gángster David "Noodles" Aaronson en la sublime y sublimadora Once Upon a Time in America de Sergio Leone. Sonrisa horizontal y contemplada desde arriba y apenas velada por toldo de encaje y nube de opio en teatro-fumadero de Chinatown. Sonrisa que --varias décadas y horas después y en el último minuto-- despide y pone en duda todo lo que se ha contado y visto hasta entonces; sin que signifique dudar por una segundo que todo lo que se ha contado y visto es una de las más grandes películas jamás filmadas.

DOS Y Rodríguez volvió a ver Once Upon a Time in America y, sí, ya lo pensó: mucho de Fitzgerald allí (la juventud de Noodles es como la de Gatsby que no cuenta la novela) y algo del self made-man Jack London (Martin Eden como biblia de letrina adolescente) y bastante Proust: insistente "Amapola" reemplazando a la sonata de Vinteuil; cucharilla golpeando taza; Moe preguntando "¿Qué has hecho todos estos años?" y el reaparecido Noodles respondiendo: "Irme a la cama temprano".

Pero por encima de todo y todos, Once Upon a Time in America (apenas inspirada en memoir novelizada: The Hoods, de Jack Grey) es un monumento a la ética y estética de Sergio Leone. Y se contaba que año tras año Leone se instalaba en mesa de bar del festival de Cannes y que allí esperaba a que algún productor se sentase. Y entonces le contaba la película fotograma a fotograma durante cuatro horas incluyendo esas elipsis espacio-temporales (ese teléfono tan contante y constante y sonante, esa puerta en estación de tren, ese frisbee) que son las más formidables jamás llevadas al celuloide junto a las de ese fósforo en Lawrence de Arabia y ese hueso arrojado a los cielos de 2001: Odisea del Espacio. Finalmente, el norteamericano Aaron Milchan mordió el anzuelo y cayó en sus redes. Y luego de marchas y contramarchas; desfile de guionistas incluyendo a John Milius y Norman Mailer (hasta teclearlo Leone junto a escuadrón de partizani que ya habían combatido triunfalmente en Rocco y sus hermanos y El Gatopardo); cast que no dejaba de sumar/restar estrellas con De Niro en firme; el milagro se hizo y se deshizo. Porque la película resultó demasiado larga. Y sus saltos en tres tiempos (1918-1933-1968) desconcertaron al norteamericano medio en esos preestrenos con tarjetas de calificación. Así; el film acabó recortado a la mitad, recompaginado por montajista de Locademia de policía; y alguien olvidó incluir a Ennio Morricone en los títulos de apertura impidiendo así la competencia por el Oscar a la magistral y casi protagónica partitura original al punto en que, en un gran meta-momento, el propio Noodles la escucha en su visita a un mausoleo. Y fue considerada por la crítica como "la peor película del año" y --con el tiempo y al recuperarse/reestrenarse versión presentada y aclamada en Cannes-- como "la mejor película de la década".

Para Rodríguez (volviéndola a ver ahora en la versión con inserts añadidos de 2014 hasta sumar 251 minutos) es una de las mejores películas de su vida con la mejor sonrisa de película.

TRES Porque, sí, Once Upon a Time in America tiene tantas versiones como Blade Runner y su final es tan enigmático como el de la de Ridley Scott. Porque si se sigue discutiendo si Rick Deckard es o no un replicante, en Once Upon a Time in America no deja de teorizarse si buena parte de lo que allí acontece no es más que una visión opiácea de Noodles proyectándose desde los años '30s a un posible futuro. De ahí que el personaje de Deborah Gelly parezca no envejecer. Y que, de ser todo cierto, en verdad el hermano de sangre Maximilian "Max" Bercovicz (inverosímilmente reconvertido en el Secretario de Comercio Christopher Bailey, y luego de que Noodles se niegue a su pedido/contrato de perdonarlo matándolo) se inmole o no arrojándose o no a ominoso y metafórico camión de basura.

Y cuenta James Woods (Max) en un documental sobre la película que desde entonces nunca han dejado de pararlo por la calle para preguntarle si Max cometió suicidio-por-camión o no. Y Woods les explica que no lo sabe pero que sabe que, el día del rodaje de esa escena, con él en el set y caracterizado, Leone decidió que --como se lo veía de lejos-- él fuese suplantado por un doble. Así que, si uno se pone muy preciso, Max no saltó a las fauces trituradoras de ese Mack que, al alejarse de ida, de vuelta muta a unos anacrónicos descapotables fuera del tiempo que parecen estar festejando el fin de la Ley Seca a finales de los '60s. Pero acaso lo más inquietante de todo, algo en lo que Rodríguez no había reparado hasta volver a verla ahora: en esa misma escena, en el contraplano en que el viejo Noodles ve a Max acercarse al camión, a espaldas de De Niro hay, frente a esa mansión de Long Island (más Gatsby), un muy fuera de lugar edificio de arquitectura oriental que bien podría ser escenografía para opiómanos donde Noodles, más de treinta años antes, se acuesta y fuma y sonríe esa sonrisa que a Rodríguez no le sale y no le saldrá nunca. Porque para sonreír así no alcanza siquiera con ser gran actor: hace falta, también, gran director que la arranque para luego regalarla a todos los que la miran sonreír.

CUATRO Y, a veces pasa, Once Upon a Time in America fue el amoroso proyecto de la vida de Sergio Leone que acabó rompiéndole el corazón y matándolo. A medio rodaje se supo que necesitaba urgente transplante de corazón; pero Leone prefirió no parar. También la preocupaba el que Coppola ya fantaseara con tercera ración de Corleones; y no quería que esos familiares/familieros mafiosos italianos (ofrecidos inicialmente a Leone, pero al que no le gustaron por "demasiado edulcorados") opacasen a sus más rómanticos y alucinados gangsters judíos. Y, sí, pregunta inevitable: ¿Es Once Upon a Time in America mejor que las de El Padrino? Rodríguez piensa que sí: por un lado, Once Upon a Time in America contiene a las tres El Padrino. Por otra, sus preocupaciones son más profundas y tienen que ver con el tiempo perdido y el tiempo recuperado y el orgíastico futuro que nos esquiva mientras remamos contra la corriente y hacia el pasado hasta alcanzar ese instante en el que, al saberlo todo, se deja de saber. ¿De qué trata --después de tanta fiesta y violación y contrabando y muerte-- finalmente Once Upon a Time in America? Trata de un hombre que toda su vida se ha preguntado que sucedió en verdad y que, enfrentado a ello, decide no saberlo para poder seguir viviendo y consolándose con sonreír último, sonreír mejor. Aunque, tal vez, sonría casi desde el principio con esa sonrisa cuyo motivo y razón no es tan importante: porque lo preferible es llegar a poder sonreírla aunque se tengan tantas ganas de llorar.

 

Por su parte, interrogado una y otra vez sobre el misterio del motivo de esa sonrisa, cuentan que Sergio Leone tan sólo se limitaba a sonreír.