Si el Mayo Francés hubiera tenido un gestito de idea en su simbología, seguramente el mundo hoy tendría la imaginación al poder en todas sus facetas. Pero las revoluciones intelectuales duran apenas una generación y quedan vencidas por el sumbudrule de las modas banales del consumo.

Carlitos Salim Balá nos dejó quietos, como Angueto, solo con poner en juego el pensamiento práctico de niño en la ola que va desde la Mar del plata con piedras lajas en los años 70 y 80, hasta el circo itinerante por el país federal que anhelamos.

Hay muchos Carlitos en el corazón argentino. Cuando la memoria se escribe desde la emoción no es necesario afirmarla en los libros de historia.

Nació en Buenos Aires en el año 1925, en el barrio de Chacarita. Cómo el mismo lo dijo "Chacarita es mi barrio y es mi club". Vivió durante su infancia en una casa ubicada sobre la calle Olleros, que hoy curiosamente es un edificio protegido de la Ciudad de Buenos Aires. Conserva su estilo colonial español casi intacto desde su construcción, hace aproximadamente 100 años.

La vivienda, conocida como “La casa amarilla” contaba con más de 30 departamentos distribuidos en tres pisos los cuales se conectaban a través de puentes. En el centro, un patio de estilo andaluz, con una fuente de agua y bancos rodeados de plantas, alojó al niño Balá quien, en la inocencia de su juego ya divertía con sus ocurrencias y creaciones.

Los pasajeros de la línea 39 fueron testigos de los inicios artísticos de este pequeño que eligió los pasillos del colectivo para poner a prueba su carisma. Emociona evocar su imagen junto a sus compañeros, el Capitán Piluso de Alberto Olmedo y Pepito Marrone, conquistando la pantalla y entreteniendo a niños y adultos.

Luego, un extenso recorrido que marcó su identidad artística y trayectoria. Numerosas películas, radio y televisión. Sus originales frases y palabras que formaron parte de nuestro lenguaje en la niñez y hoy nos siguen dibujando una sonrisa al recordarlo.

Los efectos colaterales de un iluminado es que las comparaciones son inevitables frente a la posibilidad que enfrenta el actor, después de Balá, en el oficio de hacer reír.

Si la historia pudiera entrelazar las almas de Charles Chaplin y Carlitos Balá diríamos que cada uno tiene algo del otro.

Balá es Chaplin con perfume argentino. Iluminó generaciones y la profundidad de su huella, en el camino de las infancias, marcó a los adultos que hoy juegan a ser niños.

Por su lado, el artista nacido en Londres, con su extenso caudal cinematográfico; Luces de ciudad, Tiempos Modernos, El gran dictador, Candilejas, entre otras películas, dejó sembrada una poética de esa lucha obrera, de la máquina y el hombre; la metáfora de un progreso avasallador.

Cien años después, en 2022 en la terminal de la línea 39 y con el flequillo más reconocible de la Argentina, queda instalada, junto a la imagen de Carlitos Balá Iluminado, la polenta de un concepto: La familia, el trabajo y la vida artística sin escándalos, que hace escuela en las escenas teatrales del llamado humor sano que supimos conseguir.

Una conducta que impone respeto en sí mismo, por tener lo que en estos tiempos violentos de la calle sería la verdadera rebeldía; el trabajo en silencio rodeado de familia.

Hace algunos años en la zona del Centro Pompidou de Paris, más precisamente sentado frente a la fuente Stravinsky, del artista suizo Tinguely, escuché una frase con acento vasco cerrado “La vida es lo que veis y escucháis de niño”.

Eso me detuvo la mirada en los caños negros que están en los laterales del centro de arte moderno más atrevido de Francia y simultáneamente suspendí la vista en el Museo Brancusi para recuperar la sensación de ingenuidad que se transformó en tesoro: El show de Carlitos Balá. La vereda marrón del partido de Tres de febrero recién barrida, el viaje eterno en tren hasta Retiro y el 130 hasta el Italpark.

Finalmente ir hasta la puerta del canal de televisión para sentir que estábamos cerca del genio.

Carlitos iluminado; el influencer que captó sin redes a sus seguidores y nos deja la escuela del método Balá. Lo que podríamos pensar como unidad del todo; el proyecto de Nación que construye el abrazo de la Argentina.