En sintonía con su largo devenir como cantautor, opera en Miguel Cantilo un amor incondicional por la literatura. Pruebas al canto hay. Y varias. Sus últimos años, de hecho, estuvieron signados por una edición de libros paralela -en cantidad y calidad- a la de sus discos. Se destacan entre tales Jardines del origen, Qué circo y un disco-libro de nombre Corazón acústico, que selló el idilio en un solo soporte.

Es en esta clave, pues, es en la que hay que hacer base para ingresar al maravilloso mundo de Cuentos cantados, disco con alma de libro que Cantilo presentará en vivo el martes 4 de octubre a las 20.30 en Bebop Club (Uriarte 1658), tras haber salido de gira con Jorge Durietz a causa de los 50 años que cumplió Conesa, segundo y fundamental disco de Pedro y Pablo. Lo que el músico muestra entonces en su 19° trabajo solista –alcanza el 30° si se suman los del dúo y los del grupo Punch- es una especie de tributo musical y literario a ciertos narradores pertenecientes a la tradición oral de antiguas culturas de Oriente (hasta Persia, Turquía, Afganistán y la India fue el hombre) que fueron parte intrínseca de un universo de referencias, cuyo origen se detecta en su apego a la filosofía sufí, y sus tempranas lecturas de Jiddu Krishnamurti. “Las que abordo en el disco son historias muy antiguas que fueron transmitidas en principio por vía oral, pero que a mí me llegaron a través de mi pasión por la literatura”, dijo a Página/12 en entrevista reciente

Historias transformadas tangentemente en poemas cantables cuya centralidad, para el autor, pasa por tres temas. Uno es “El loro de la India”, cuyo toque español en clave de percusión suave, más la voz impecable de Miguel a sus 73 años, la convierten en merecedora del podio subjetivo. Otro es “Las arenas”, tal vez la composición más argenta dentro de un disco vestido con músicas del mundo. Criolla por su encare de milonga esencial y por el cuelgue larraldeano que la lleva hasta los ocho minutos, sin que importen riesgos. Como debe ser, claro.

La tercera lleva por título “El día final” y lo que no falta en ella es la habitual ironía que conlleva desde siempre la pluma de Miguel. En este caso, usada contra un charlatán disfrazado de predicador apocalíptico, que repartía paranoia y ansiedad por las plazas hasta que llegó su día final. “Muchos lo siguieron por temor / Por distracción o por curiosidad / Y el último día, al fin llegó / La profecía se cumplió / A la cima de un gran cerro los llevó / Las señales, todos juntos a esperar / Eran tantos que la cúspide cedió / Y los tragó, era un volcán / Para ellos, sí fue el final”, edifica y canta Cantilo. Y tiende un puente subliminal -no por ello menos verosímil- con la manga de iglesias universales que imperan hoy en el orbe mundano, y que Lutero -se intuye- jamás hubiese previsto como efecto colateral de su reforma.

De la producción, la ingeniería sonora y el bajo de Anael, uno de sus hijos, y el piano, la batería y las guitarras de Sufián, el otro, se nutrió el autor de “Catalina Bahía” y “Padre Francisco” para arropar instrumentalmente la obra, que también contó con las intervenciones de Eleonor Muchnik en flautas traversa y píccolo, Omar Massa en bandoneón, Juan Ortiz en percusión y coros, Jacqueline Oroc en cello y Arno Stepanyan, quien con su duduk transforma a “La joya preciosa” –pieza también orientaloide que abre el disco- en la canción más bella del disco. Buena parte de la universalidad que impregna tal está dada precisamente por el usufructo climático, onírico, de tal flauta armenia.

El clímax de sortilegio sonoro que abunda en el disco encuentra una prueba más en la impronta no alineada que cubre “El elefante en el cuarto oscuro”, cuyo encare hindú reconoce sus raíces en “El elefante en la oscuridad”, aquella obra publicada en el Masnavi de Rumi, durante el siglo XIII. Pieza dúctil, además, que agrega a la arista hindú, otra más familiar -geográfica y sonoramente- que parte de las reminiscencias brasileñas de aquel Pedro y Pablo de fines de los '60.

A oído agudo se hallan también la resonancias de Punch –banda new wave que Miguel armó a principios de los '80- que se escuchan en “Amante y amada”; el son latinoamericano que late en la versión de “El animal venenoso”, percutida por Facundo Guevara -otro de los invitados deluxe- y, en especial, el impacto producido por los agudos de Cantilo que llegan a las altas alturas de los días del Grupo Sur, a través de “El águila que se creía gallina”, otro de los mágicos cuentos musicalizados por el trovador.