Hubo un momento en que Rivka Galchen, escritora canadiense-americana, empezó a leer biografías sobre científicos para calmar su ansiedad. En esas vidas podía ver un acto de necesidad y urgencia, una vida estructurada y plácida, sin contratiempos, donde los científicos nacían, encontraban rápidamente su deseo, lo desarrollaban y morían en la gloria. Por supuesto, eso no era cierto; las vidas de los científicos también estaban plagadas de penurias, persecuciones políticas y descuidos históricos. Pero lo que encontró fue mucho mejor que un placebo: encontró una aguja en el pajar de la Historia. La vida de la madre de Kepler.

Rivka Galchen estaba sorprendida por las escasas biografías escritas sobre el astrónomo alemán Johannes Kepler, que vivió entre los siglos XVI y XVII, y fue responsable, entre otros aciertos matemáticos y físicos, de las leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del sol. El libro que llevó a Galchen directamente a la idea de su nueva novela se llama The astronomer and the witch, escrito por la historiadora de origen alemán Ulinka Rublack. El libro reconstruye la historia de Katharina, la madre del astrónomo, una mujer acusada por brujería, junto a otras quince mujeres, encarcelada durante catorce meses, torturada para extraer una confesión, y finalmente puesta en libertad, gracias a los intentos y presiones de su hijo por protegerla. La historia para Galchen era demasiado buena como para no buscarle una voz a esa mujer que durante años había permanecido callada y al margen de la historia oficial.

Mientras avanzaba en la investigación, Galchen se dio cuenta que aquello que la movilizaba a acumular libros sobre la historia sobre los albores de la Edad Moderna era su necesidad de saber si Katharina había sido realmente, o no, una bruja. Por otro lado, descubrió la escasa documentación histórica que hay sobre la vida de mujeres y de chicos. Todos saben que tu madre es una bruja (Fiordo) está situada a comienzos del siglo XVII, en plena Guerra de los Treinta Años. Una guerra que dejó a Europa sumida en una hambruna despiadada, convertida en el blanco de diversas pestes que obligaron a varios pueblos a movilizarse hacia lugares de condiciones más aptas. Fue también una época de luz para una ciencia que terminaba de asumir su etnocentrismo, especulaba sobre la física y sus alcances, y dejaba atrás la supuesta y lejana oscuridad de la edad media. En ese contexto de tensión y de búsqueda científica el caso de Katharina Kepler resonó con fuerza. La caza de brujas no había terminado.

El problema - ¿hay otro problema para un escritor o para una escritora? - era cómo contar la historia. ¿Galchen debía reconstruir la época, brindar pistas para el lector moderno, rearmar el caso con lujo de detalles? El material estaba: las cartas de Kepler, las fojas del juicio, las preguntas a los testigos. ¿Debía hacer una novela histórica rigurosa? ¿O podía simplemente posicionarse en la época sin perder de vista el presente de enunciación y escuchar la voz de Katherina que encontrase dentro de ella como narradora? ¿Por qué no dejar hablar a los materiales desde lo que son? En una entrevista Galchen dijo: “Hay ciertas cosas, ciertos momentos, en donde sientes que si has perdido el punto de vista tienes que cambiar por completo el registro e inventar un mundo nuevo”. Se inclinó por esta segunda opción y el resultado fue mucho más inesperado, novedoso e hilarante.

Estructurado como una novela polifónica que mezcla materiales de lo más diversos, la historia de Katherina se encuentra partida al medio: lo que ella dice de sí en un diálogo hipotético con su vecino, y lo que los otros dicen de ella ante las autoridades pertinentes que la juzgan por brujería, sumado a cartas, chismes, denuncias y habladurías varias. Los cargos eran pesados. A Katharina se la acusó de envenenar animales, de usarlos para brujerías, de hacer pócimas con plantas curativas, de profanar tumbas, de huir de su juicio. Se la acusó incluso de haber quedado viuda, de hacer sus propias compras y de hablar con sus vecinos. Las situaciones que Galchen encontró en su investigación, entre un clima pre moderno y un fuerte sentimiento religioso al borde de lo místico le resultaron demasiado cómicas. Pero Galchen no solamente imaginó una voz, sino que también, eran terribles, pero no dejaban de tener un ribete cómico. Trabajó con las fojas del juicio al que fue sometida Katharina y con las cartas desesperadas de su hijo Johanne. De a poco, esta comedia negra sobre una mujer acusada de brujería se vuelve en un relato triste y amargo acerca de la libertad y los límites de sus posibilidades.

“Creo que lo que más molestó de Katharina en su momento era que fuese poderosa e independiente, que pudiera vivir sin necesidad de un hombre” dijo Galchen en una entrevista. La construcción de esa mujer, desde su voz que avanza por la novela como un confesión, hacen que los personajes se vuelvan muy vívidos y próximos. Como en las novelas de Kazuo Ishiguro, la voz de Katherina como narradora busca convencerse mientras avanza a tientas en el relato; quiere entender y entenderse en un contexto. Porque a pesar de su derrotero que huele a derrota final, el centro gravitacional de la novela, que mueve y agita todas las fuerzas planetarias que orbitan a su alrededor, es el amor. Un amor confuso y tirante, cercano a la compasión y a la angustia; pero un amor al fin de cuentas.