1

El momento en que inspiramos y respiramos dura un instante. Ese que suelen olvidarse los afiebrados, los enamorados y los espíritus.

¿Qué brecha hay entre el momento que se cambia una rueda de auxilio y se guarda la otra, pinchada, sabiéndose aislado del mundo y que por delante restan kilómetros ? El paisaje de llanura lo aletarga. Delante, la serranía con un sol que empieza a tornarse en fuego. Declina mirar la hora. Va hacia el baúl y abre la heladerita. En el pueblo lo deben estar esperando.

Nadie se sobresaltará por un retraso. Ni el alcohol que beberá alcanzará para una infracción. Todo es leve, suave y poderoso a la vez. Mira el vasito servido con brandy a la luz.

-Sí, todo bien muy bien escrito pero andá a explicarle a este tipo que ya está muerto. Qué terco -afirma la Huesuda. 

Yo levanto la vista de la pantalla.

-¿Y vos, que me mirás? ¿O querés que te lleve a vos también? 

–No, todo bien -le digo-, todo bien, rescatate. 

Como respuesta levanta la barbilla altanera y señalándome con el dedo murmura:

-Dentro de un tiempo te busco a vos. Y ahora dale, escribí que este fulano espichó. Ponelo así en lunfardo, que siempre fue un viejo de culo empolvado .Y escribile en el vidrio de atrás “lavame sucio”.

2

En la Terminal de Omnibus, él se agacha a buscar la valija pero tropieza y cae sobre la falda de una chica preciosa, muy jovencita. Lo socorre, le acaricia reiteradamente el brazo golpeado con una ternura confidencial y susurra "Disculpe, ¿Está bien?" Él, que podría ser el abuelo, siente que ese cariño circunstancial es una moldura que hacía mucho no sentía encajar en la pared de la casa de su alma. Hay un ramalazo de agradecimiento y se permite reconocerse cuidado por segundos. La noche, donde ambos esperan sus ómnibus a lugares distintos, los sorprende bebiendo vino en el bar, como dos viejos amigos. Ella le cuenta su vida de estudios, él la historia de la bebida.

-Fui un fabricante de este brebaje -le susurra. 

Brindan por el pasado. Y parten luego de un saludo. Ella con una nueva historia. Él sintiéndose joven de nuevo. La chica, al entrar en el ómnibus, se desmaya, pálida como una muerta. El abuelito se relame: el alimento de jovencita escanciada en un vaso le dará más vida. El mismo truco de siempre: creen que están bebiendo y por el contrario están volcando su sangre dentro. Y él con disimulo beberá de la copa. Se siente perturbado, la chica era buena y le había gustado. Cuando la cargan en la ambulancia declara ser un amigo y mientras recorren en vano, y a velocidad, la avenida, él aprovecha la distracción del enfermero para darse un último sorbo. No es cuestión de sentimentalismos: hay que vivir, viejito, hay que vivir.

-Era tan rica, le dice compungido al acompañante, quien levanta la vista de su celular.

-Sí, linda piba, lástima que ya palmó. 

El Vejete Vampiro hace que llora. Encima el enfermero lo consuela. 

3

La llevó hasta el auto y al verla tan borracha decidió conducir. Había mezclado cosas. No sabía tomar. Mientras manejaba, una laucha apareció emergida del capot y se tiró al pavimento. 

-¿Viste eso? -dijo ella en medio de las brumas del alcohol. 

Él, que había distinguido todo claramente le aconsejó cerrar los ojos porque empezaría a ver cosas extrañas como le solía ocurrir cuando tomaba. Ella se asustó y pidió que la acompañase hasta su casa y se quedara a dormir. 

-Es por mis visiones -tartamudeó. 

En el amanecer mientras la desnudaba, aterida de frío a la vez que se dejaba acariciar con los ojos cerrados, el agradeció al roedor por el momento que le había propiciado. Atizó el fuego y se sirvió una copa de gin.

-¿No convidás? 

Ahí estaba la rata del capot, extendiéndole su garrita con que tomar un vaso

4

“Tarde me di cuenta que al final se vive igual fingiendo”, atruena la oración del tango, solo entre solos, con su ingenuidad azorada y valiente de encontrarse en un mundo salvaje. Se sentaba en los fondos de algunos cafetines a escribir contrarreloj y ese apuro, esa sinrazón compositiva para completar la obra prometida sin dilaciones, lo energizaba. En la desesperación solía pedir frases al mozo que le servía. Y el prestamista de palabras no le cobraba nada, salvo un poquito de anónima inmortalidad. Él, a sabiendas de esta historia, también lo hace, enloquecedoramente, con un sorbo de ajenjo tras otro, en la idea de inspirarse y convidar a las musas de la canción. Está escribiendo una nota sobre el alumbrado público, pero se cree Discépolo. Levanta el vaso. Percibe un murmullo. El aprendiz de poeta, un bobo importante, oye en un susurro evanescente la voz de la musa que le desliza en el oído, sencilla, amorosamente una sola palabra: culo.

5

Hay un barco que nunca está quieto y se mueve con el oleaje. Ella inclina la caracola y ronronea. Diferido juego del Dolor sin dolor, carambola romántica de la duda, reclamo de garantías y fidelidad. Son ambas las capitanas que manejan el timón. Naturalmente se van convirtiendo en pareja. Festejan en silencio, sin nombrar lo que sienten por superstición, eso que les ha nacido en sobremesas, mirándose a los ojos. Destapan un champagne. La luna brilla en el océano de la cama. El timón gira solo. De tanta poética náutica que han venido gastando aparecen de repente en la cubierta de un yate blanco, fantasmal, cargado de espuma y algas. Ni tiempo tienen de sorprenderse de la vuelta de campana. El barco se hunde irremediablemente y la parejita es devorada por los tiburones de arrecife que no saben leer ni les importa un carajo las metáforas.

-Che, Eduardo, nos estamos comiendo a una pareja de mujeres, dice Maxi, el Escualo Reflexivo.

-¿No seremos acusados por crímenes de género? replica el Escualo Práctico. 

-No seas gil, las gays son también seres humanos, afirma,recio y fundamentalista. 

Y mirando a su vecino culmina: -Che, Edu, si no te comés ese corazón ¿me lo pasarías? Debe ser bueno como postre. ¡Es que estaban taaaaaaan enamoradas! 

El Escualo Reflexivo se resigna ante la ironía pero lo cede. Se encoje de agallas y se va.

 

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