“Sáquele los pajaritos de la cabeza. Ella tiene que entender que necesita una profesión seria, que le permita mantenerse y no de depender de nadie”. La madre de Ana María Shua acudió a un psicoanalista para intentar que su hija renunciara a las fantasías literarias. “Ani” -ese diminutivo cálido como el sol de primavera- sonríe y saborea su gran victoria, libro tras libro. En Sirena de río (Emecé) reúne veintiún cuentos donde conviven (y se potencian) todos los registros que ha explorado como narradora: el realismo, la literatura fantástica y lo autobiográfico. En varios de los relatos despliega distintos aspectos que conectan con sus experiencias, como “Rita y el doctor”, donde narra el reencuentro con un psicoanalista cuya misión era sacarle los pajaritos de la cabeza. “Un canto a la vida” es una crónica sobre el cáncer que tuvo hace veinte años. Está escrita con una ironía feroz: “Estoy por cumplir cincuenta años. Antes de que me descubrieran la enfermedad pensaba que morirme ya no importaría, que había vivido mucho y bien y lo que esperaba de los cincuenta en adelante no sería la mejor parte de la vida. Ahora pienso en sobrevivir con pañales descartables y me parece una perspectiva maravillosa”.

Ani tiene 71 años y muchos libros que confirman que los pajaritos en su cabeza siguen intactos: desde los primeros que publicó, la novela Soy paciente con la que ganó el premio Losada en 1980, los cuentos Los días de pesca (1981) y Los amores de Laurita (1984), novela que fue llevada al cine; pasando por los microrrelatos de La sueñera (1984), Casa de geishas (1992) y Botánica del caos (2000), y los más recientes como su última novela Hija (2016) o los microrrelatos de La guerra (2019). Entre los premios que recibió se destacan el Premio Municipal, el Premio Nacional de Literatura, el Premio Konex de Platino y el Premio Internacional Arreola de Minificción.

Cambio de género

- “Sirena de río” es uno de tus libros más anfibios por cómo está organizado: hay una zona vinculada a los relatos más realistas, otra que juega con lo fantástico y el humor y una tercera zona de crónicas, que se mueve entre el texto de ficción y la autobiografía. Es como si englobara a todas las Ani Shua juntas, ¿no?

-Sí, tenés razón, son cuentos muy variados y todo el tiempo tengo que estar justificándolo porque no es el tipo de libro de cuentos que se estila. Hoy se estila libros de cuentos que tengan alguna relación temática entre sí, de tono o de género; creo que tiene ver con mi idea de la literatura y por eso está muy bien lo que decís: están todas las Ani Shua juntas. Tiene que ver con mi costumbre de cambiar de género, con lo que yo busco como lectora, que es la sorpresa, lo inesperado. Y lo que quisiera con este libro es que al lector le pasara eso. Que cuando termine un cuento no sepa con qué se va encontrar en el siguiente; que lo tome de sorpresa. Los cuentos son muy diferentes entre sí, como el cuento bíblico (“Sarai, mi princesa, mi amor”), que es una reescritura de la historia de Abraham e Isaac. Son cuentos escritos a lo largo de muchos años y me gustó poder publicarlos todos juntos y no tener la obligación de publicar cuentos fantásticos, que es lo que se espera hoy de una autora latinoamericana. También hay algo nuevo para mí y es que en algunos cuentos hay una escritura muy autobiográfica, algo que yo no suelo hacer.

-¿Cómo te sentiste en ese registro autobiográfico?

-Me sentí cómoda y bien. Hay gente que empieza escribiendo acerca de sí misma; yo empecé con una novela que nada tenía que ver conmigo, Soy paciente, y el libro de cuentos Los días de pesca --salvo el cuento que da título al libro, que es sobre la muerte de mi papá- no tiene que ver con mi historia personal. La mayoría de los cuentos de Sirena de río que tienen que ver con mi historia personal los escribí en pandemia, quizá porque era un momento en que uno estaba más movilizado, más sacudido, y con necesidad de mirar hacia atrás y ver qué fue lo que pasó a lo largo de su vida.

-En “Un canto a la vida” das cuenta de tu enfermedad, de tu cáncer, con mucho humor. ¿Te costó escribir sobre la enfermedad desde ese registro tan irónico?

-Lo que hice fue retomar un texto que yo había escrito mientras estaba enferma. “Un canto a la vida” tiene que ver con un cáncer que tuve en el 2000. En ese momento empecé a escribir un texto, que después dejé inconcluso porque la quimio me barrió; escribí las primeras dos semanas y ya no pude escribir más. Nunca tuve ganas de publicarlo. En pandemia, rodeada por la enfermedad, lo leí otra vez y me dije: esto puede ser parte de un cuento. El texto que aparece en bastardilla es el que escribí en ese momento y lo escribí con toda esa ironía y ese humor cruel. Así estaba yo, mientras pude. Después nada me hacía gracia y lloraba todo el día y no estaba en condiciones de tener ironía ni sutilezas ni de reírme de mí misma. Solo lloraba y quería vivir. Y acá estoy, más de veinte años después.

El prestigio de las escritoras

Sirena de río está organizado en tres partes: “Frágiles y valientes” (los relatos más realistas), “Misterios” (la zona más fantástica) y “Casi crónicas” (los más autobiográficos). “Hay una crónica muy particular, la del hospital público, que es una falsa crónica porque nunca estuve ahí. Juego a que parezca verdaderamente una crónica, pero yo no estuve en una guardia de un hospital público. Lo que tuve es un buen informante; todo es cierto lo que sucede en la crónica, pero no sucedió todo junto en 24 horas”, aclara y agrega que en ningún momento tuvo la sensación de estar mintiendo. “Cuando uno escribe está preguntándose constantemente qué es la realidad y qué es la representación; cómo son las formas de representación y cómo van variando las formas de representación de acuerdo a lo que la gente quiere encontrar en un libro. Eso va cambiando mucho y lo veo claramente en la literatura infantil. En los primeros años del siglo imperaba el melodrama y entonces un cuento para chicos era mejor cuanto más hacía llorar a los niños. Después los conflictos se pasaron por lavandina y todo quedó hiperatenuado. Hoy volvió el terror por sus fueros. En la literatura para adultos también pasaron cosas parecidas. Quizá influyó en estas historias autobiográficas que escribí la “literatura del yo” que están escribiendo tantos autores jóvenes. Cuando empecé a escribir, mis influencias eran las de los mayores; hoy quisiera poder tener influencia de los más jóvenes”.

-¿De quiénes?

-De la generación que está entre los 40 y los 50 años; hay un montón de escritores que están escribiendo muy bien, mujeres, sobre todo: Samanta Schweblin, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada; ahora hay una chica mucho más joven, Marina Closs, que tiene una prosa maravillosa. Cuando uno hace una lista, siempre se olvida de gente importante, como Tomás Downey, Federico Falco y Pedro Mairal, que es un poco mayor. Hay una generación muy potente. En toda América Latina están apareciendo autores muy interesantes: Liliana Colanzi, Guadalupe Nettel… muchas autoras que van llevando la voz cantante y me pone muy contenta.

-Cuando empezabas a escribir y a publicar, ¿las escritoras estaban más invisibilizadas, más tapadas?

-Bueno, no estaban invisibilizadas, sobre todo en Argentina, donde tenemos una tradición fuerte en literatura femenina. Cuando yo empecé a escribir, había un trío de mujeres que eran las más leídas, “el trío más mentado”, como dice Cristina Mucci: Martha Lynch, Beatriz Guido y Silvina Bullrich. Las tres eran muy buenas escritoras; Silvina Bullrich en un momento dado abandonó la literatura y como ella mismo dijo “dejé de buscar la gloria y me dediqué al éxito” y publicó cosas horribles. Pero durante un buen tiempo tuvo libros muy buenos, muy interesantes. A pesar de ser las más leídas de la Argentina, no tenían ningún prestigio, no podían romper ese techo de cristal y aún hoy no se las reconoce. La novedad es que ahora las escritoras tienen prestigio, además de que son muchas más. Hoy es más fácil publicar para las escritoras porque en aquel momento, en los 80, cuando yo empecé a, los editores eran todos varones. Hoy hay muchas más editoras. Durante mucho tiempo yo fui “una mujer de muestra” en lo que tenía que ver con mujeres que escriben. Entonces siempre venían a mí porque era la mujer que estaba en ese lugar. Hoy por suerte hay un montón y yo me pongo muy contenta cuando no recibo llamados para el día de la mujer. Y me da mucha alegría lo que se ha conseguido con la ley del aborto. Me acuerdo que escribí un artículo a favor del aborto legal que ningún diario me quiso publicar en los años 90.

Del rechazo a la aceptación

-Empezaste escribiendo ficciones que no tenían que ver necesariamente con tu propia experiencia y ahora te vas acercando a una literatura más autobiográfica. ¿Por qué se produce este pasaje?

-Yo empecé con Soy paciente, que nada tenía que ver conmigo, pero después publiqué Los amores de Laurita, que sí tenía que ver. Hay momentos en la vida en que uno tiene más necesidad de hablar de su propia historia personal. En el libro hay un cuento, “Técnicas modernas”, que le hubiera encantado a mi gran amigo Jorge Guinzburg (que siempre le pedía a sus invitados que contaran su primera vez), en donde cuento mi primera vez. Técnicas sexuales modernas, de Robert Street, lo compré por Mercado Libre, no lo tenía. Cuando empecé a releerlo, no podía creer porque no era exactamente lo que recordaba. Ahí me di cuenta dónde estaba el cuento y cómo era la historia. Ese libro era modernísimo en los años 70.

-¡Qué antiguo que era lo moderno!

-Claro. Era algo de avanzada, pero que nos ponía a las mujeres en un lugar espantoso. Es difícil imaginar hasta qué punto las mujeres estábamos maltratadas y qué poco se escuchaba nuestra voz. Yo me acuerdo que cuando iba a publicar La sueñera lo leyó Beatriz Guido, que era lectora de Losada, y me dijo: “no publiques este libro; es muy femenino y te va a desprestigiar”. Por supuesto, no le hice caso. Ella me había rechazado también Los amores de Laurita porque iba a avergonzar a mi familia; que mi marido no iba a poder levantar la cabeza; que iba a avergonzar a mi madre; que se lo iba a tener que esconder a mis hijas; y además era aburrido y no valía nada. Todo eso me dijo. Que no lo publicara en ningún lado porque algún aprovechador lo iba a publicar por el escándalo. Que no tenía sentido que me expusiera así. Yo se lo dí a leer a mi mamá y mi mamá me dio su bendición (risas). Y lo publiqué por Sudamericana en 1985. Mi marido lo iba leyendo por encima de mi hombro mientras yo lo iba escribiendo, así que estaba todo bien. Enrique Pezzoni no podía publicar La sueñera porque no era un libro comercial y me dijo: “si no te importa, quisiera quedarme con el original”. Me calentó el corazón, le gustó mucho de verdad La sueñera a Pezzoni. Con Los amores de Laurita me dijo que era “sórdido” y “maravilloso”. Yo la había terminado de escribir en el 82, en la época de la Guerra de Malvinas. Así como me rechazaron en todos lados La sueñera en todos lados me rechazaron Los amores de Laurita, a pesar de que yo lo veía tan comercial. Sin embargo nadie se animaba; el ambiente era un poco pacato. Por suerte todo esto cambió.

-El cuento “Rita y el doctor”, un relato muy psicoanalítico, ¿es también autobiográfico?

-Sí, fue mi psicoanalista de los 18 años. Y las notas que hay en el cuento son rigurosamente ciertas. Él me dio las sesiones desgrabadas, yo no sabía que me grababa. Yo era un caso de control en la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina). El ponía el grabador debajo del diván y me grababa. Un día, veinticinco años después, me dio todas mis sesiones desgrabadas.

-¿Cómo fue encontrarte con ese material, grabado sin tu consentimiento?

-En el momento me chocó mucho que me hubiera grabado sin decírmelo. Yo no tenía idea de que eso estaba sucediendo. Pero al mismo tiempo fue para mí muy emocionante encontrarme con esa Ani de 18 años. Él me dio las desgrabaciones con tanto afecto y me dijo: “nunca te daría este material, si no fueras escritora”. Y ahí empezamos a hacernos amigos, a pesar de que fue el momento en que me enteré de su traición. La traición dio paso a la amistad y me encontré con una persona mucho más valiosa e interesante de lo que me había resultado como analista. Finalmente, resultó que él también era escritor. Mi mamá tenía la idea de que un buen análisis me iba a sacar los pajaritos de la cabeza y que me iba a dedicar a algo serio en vez de la literatura. Y me mandó con una analista, que además era escritor. Y la hija también es escritora y es muy buena.

-Tu mamá fracasó en su afán de que tuvieras una profesión más “terrenal”.

-Pero sigue siendo así, solo que hoy todos los padres quieren que sus hijos estudien programación, informática, economía, administración de empresas, cuando antes era abogacía o medicina.

-Los pajaritos siguen muy bien en tu cabeza.

-No tenía tantos pajaritos… también tuve la necesidad de ganarme la vida. Yo trabajé muchos años en publicidad y no largué la publicidad hasta que me asenté en la literatura infantil. No podía hacer otra cosa que escribir porque es lo que me salía bien naturalmente.

-¿Estás escribiendo ahora?

-Sí, estoy escribiendo haikus. El primero lo escribí en 2006, hace mucho. Quiero tener una cantidad grande y después hacer una selección. Me fui interesando en el haiku como lectora y después como escritora. Me encanta ese desafío arbitrario y sin sentido de atenerse a las 17 sílabas. Digo arbitrario y sin sentido porque ni siquiera tiene que ver con el haiku original japonés, que son 17 moras (5, 7 y 5), que no son exactamente sílabas. Me resulta muy placentero escribir haikus. El haiku es como una foto que apresa un instante entre palabras.