Desde Mar del Plata

En una época, un sector de la crítica española hablaba de “comedias de sentimientos” para referirse a cierto tipo de películas, más frecuentes en el cine europeo que en el del otro lado del Atlántico, donde los sentimientos, más que experimentarse en crudo (por eso no se trataba de comedias románticas), se sopesan, se reflexionan, se someten a la intervención de la razón. En el plano literario, muchas de las novelas de Jane Austen lo son. En el cinematográfico, varios de los clásicos de Woody Allen, de François Truffaut, de Eric Rohmer.  El término fue usado exaustivamente a comienzos de los 80 por la revista de cine Casablanca, que editaba Fernando Trueba. Por casualidad o legado, Jonás Trueba, hijo de Fernando y nacido en 1981, cuando aquella revista se hallaba en su apogeo, es uno de los escasos cineastas contemporáneos que hacen comedias de sentimientos, tal como Los ilusos y Los exiliados románticos dejaron ver en sendas ediciones del Bafici (2013 y 2015). Su opus 4, La reconquista, que se presenta en Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata, es, de todas sus películas, la que más decididamente incursiona en esa modalidad, reduciendo su galería de personajes al número 2.
La reconquista está narrada en dos tiempos. El primero es el del reencuentro de Mario (el actor fetiche de Trueba hijo, Francesco Carril) y Manuela (Itsaso Arana), ex novios de infancia, que tras quince años de no verse se reúnen por una promesa hecha a los 15. El segundo relato es el de aquellos días de colegio en los que surgió entre ellos el primer amor. El reencuentro de adultos tiene lugar durante unas pocas horas, desde el final de una tarde hasta la mañana siguiente e incluye bares varios, un restorán chino y una discoteca de música swing. Mario está en pareja, Manuela no. Curiosidad para argentinos: Manuela está viviendo en Buenos Aires, de allí que en un par de bares pida fernet. “¿Internet?”, pregunta la camarera china. “La verdad que desde hace un tiempo me dedico a garchar como loca”, comenta Manuela, antes de traducirle a Mario qué es eso de garchar. El encuentro de adultos está narrado en un tiempo que se vive como real y está filmado de un modo muy físico (el gran tour de force de la película es el baile alcohólico y feliz de Mario, registrado en plano secuencia). El fragmento quinceañero, por el contrario, tiene el lirismo propio de la edad, con cartas de amor y letras de un Leonard Cohen madrileño llamado Rafael Berrio. Lirismo a los 15, corporeidad a los 30: algo sobre las distintas formas del amor parece estar diciendo Trueba aquí. Sin ponerse jamás melodramático, denso o lacrimógeno, el realizador se vincula hondamente con sus personajes, lo cual genera en el espectador la misma clase de ligazón.
Publicada en 2007, Era el cielo es posiblemente la novela más “para todo público” de Sergio Bizzio (Ramallo, 1956). El festival presenta, en Competencia Internacional, una versión dirigida por el realizador brasileño Marco Dutra, a partir de un guión escrito por el propio Bizzio junto a Lucía Puenzo, ligeramente “retocado” por Caetano Gotardo. Emprendimiento trinacional (aunque en términos estrictos de producción es exclusivamente brasileño), Era el cielo –titulada y hablada en castellano– está protagonizada por Leonardo Sbaraglia y la carioca Carolina Dieckmann, y filmada en Montevideo. La película empieza como la novela, con un comienzo famoso por su brutalidad: cuando el protagonista llega a su casa, una tarde como todas, encuentra que dos desconocidos están violando a su esposa. Y no hace nada. De ahí en más, y en una estricta primera persona, Era el cielo es el relato de una mente obsesionada, que oscila entre la culpa, la sospecha y el deseo de venganza. La película de Dutra lo expresa mediante una combinación de seguimientos (de uno de los violadores), subjetivas del personaje de Sbaraglia, soliloquios del protagonista (de estilo deliberadamente literario) y esa especialización reciente del actor de Plata quemada en personajes a punto de explotar. Sobre el final, el guión se permite cambiar de voz narradora, pasando a la de la mujer violada. Lo que mejor hace Era el cielo es sostener la tensión sorda de lo no dicho entre marido y mujer, sobre todo en la primera parte.
Pasó por la Competencia Latinoamericana un sorprendente film uruguayo. Se trata de Los modernos, ópera prima de Mauro Sarser y Marcela Matta. Varias cosas sorprendentes. Primero, su duración: 138 minutos, extensión infrecuente para una ópera prima. Segundo, el blanco y negro, que si bien no es único siempre es raro. Sobre todo cuando es tan pulido como el de esta película. Tercero, la seguridad con la que está narrada y filmada, lo claro que ambos realizadores tenían lo que querían decir, lo poco rioplatense del tono de la película, que es lúdica, pícara, ligera, gozosa. El blanco y negro funciona en este caso como claro signo de la inscripción post nouvelle vague de una suerte de mini épica erótica de variaciones, triangulaciones y traiciones amorosas. Incluyendo una pareja de dos chicas –una de las cuales no es lesbiana–, algún intento de triángulo estable entre un hombre y dos chicas ¡y una chica que deja embarazada a otra! La película está bien en todos sus rubros y fluye parejamente, de tal manera que la duración no se siente… hasta que en los últimos cinco minutos los realizadores se engolosinan hasta tal punto con las vueltas de tuerca, que uno puede llegar a terminar hartándose de lo que hasta el momento lo tenía encantado. Pero basta con eliminar esos cinco minutos para que Los modernos quede como un debut para tener muy en cuenta.

La reconquista se verá hoy a las 17 en el Auditorium. Era el cielo, a las 14.30 en la misma sala.