Desde París
Hablar mal del mundo contemporáneo, sacar a flote sus bastas hipocresías y manipulaciones tecnológicas más allá del agotador diagnóstico sobre el neoliberalismo no es una tarea tan común como se cree, sobre todo si el mal forma parte casi de cada poro de nuestra piel.
El filósofo francés Eric Sadin viene hablando mal de nuestro mundo desde hace varios libros —todos traducidos y publicados por Caja Negra editora—. Mal quiere decir que ha radiografiado como pocos las estructuras mediante las cuales el tecnoliberalismo creó un mundo que nos lleva hacia nuestra propia destrucción sin que nos demos verdaderamente cuenta. Jugamos, escribimos en las redes, compartimos fotos, insultamos a periodistas o enemigos siempre con la ilusión de que, con cada nueva tecnología, somos más autónomos.
Es una trampa que nos llevó al mundo del último libro de Sadin: "La era del individuo tirano. El fin de un mundo en común." Precisamente, de común queda muy poco y abundan las tiranías, no la de los sistemas o regímenes políticos sino la de individuos dispersos, llenos de odio, de rabia o dislocados que tiranizan lo que encuentran a su paso. No les importan los otros, sino solo ellos. Son la expresión más acabada de la abolición continua de todo lo que era común.
En esta entrevista con Página/12, Eric Sadin nos presenta el engañoso mundo en el que vivimos enganchados de Twitter, Facebook o Google al mismo tiempo que perdemos nuestra esencia, nuestra sensibilidad y nuestra subjetividad. El Metaverso será la próxima trampa.
"Este libro nació caminando por París. Empecé a ver cosas que pasaban, veía gente que se disputaba, otras veces la gente me empujaba y hasta más de una vez casi me atropella un auto. Todo esto estaba, además, envuelto en una suerte de tristeza, de desesperanza. De pronto, todo esto resonaba con los acontecimientos del mundo, como si el mundo tuviera la primacía de su propia ley sobre el orden común. Escribí entonces una suerte de genealogía crítica de cómo hemos llegado a donde estamos. Me inspiró la idea del filósofo Michel Foucault acerca de ser una suerte de historiador del presente para marcar los acontecimientos decisivos que se están produciendo. La primacía de cada individuo sobre las reglas comunes. Ese fue el origen del libro, es decir, la aparición de una nueva figura, de un nuevo posicionamiento del individuo. Sólo más tarde entendí que todo esto estaba ligado a la disolución del zócalo común. Estamos viviendo el resultado de dos fenómenos decisivos: el primero es el largo proceso de desilusión progresiva ante la palabra política, las promesas políticas y, por consiguiente, de los principios comunes. A partir de los años 70, cuando empezó el giro liberal, empezó a romperse el pacto de confianza. Allí se da la creencia de que el vector de la sociedad es el individuo y no la organización política. Esta extrema individualización fue alentada por el ethos económico político. No se trata de una iniciativa individual sino de una idea propagada por el ethos según la cual la riqueza y el desarrollo vendrán de la fuerza de los individuos. De alguna manera, nos dejaron libres hasta abandonarnos. Al final de cuentas terminó por romperse aquello que nos mantenía juntos".
"El segundo fenómeno capital es el de los clouds económicos. En un primer momento esos útiles favorecieron los fenómenos de individualización: el auto, el microondas, los reproductores de video, el walkman. Se trataba de poder gestionar la propia vida como se quería, a su propio ritmo, con la ilusión de que se estaban ganando márgenes de autonomía. Recién a finales de los 90 aparece el fenómeno más decisivo, fundamental: la aparición simultánea del teléfono móvil e internet. De pronto, ese sentimiento de individualización se transformó en la ilusión de que se había ganado en autonomía, en movilidad, en independencia, en capacidad de gestionar su vida según los términos del nicho neoliberal, es decir, gracias a útiles que daban los medios para inscribirse en esa lógica. Luego, el momento fundador de nuestra actualidad ocurrió en 2005 con la creación de lo que se llamó el WEB2. Desde ese momento los individuos adquirieron la capacidad de dejar de ser espectadores de las páginas internet visitadas para poder intervenir. Ello trajo esa invención genial del tecno liberalismo que son las redes sociales, las cuales les dieron a los individuos el sentimiento de ser importantes mostrando secuencias de sus vidas o revelando públicamente sus opiniones".
"Yo nunca he hablado de redes sociales sino de plataforma de la expresividad. De allí que tampoco hablo de post verdad sino de atomización de la verdad en un proceso en el que cada individuo forma su verdad plegándose a sus propias frustraciones, dificultades, fracasos o angustias y, encima, con la capacidad de crear sus propias redes informacionales. La mezcla de la hiper individualización con la posibilidad de estar dotados de tecnologías para la expresividad y la afirmación de uno mismo creó una nueva situación social, económica y política: se instauró la primacía de la propia persona, de la palabra propia a través de instrumentos de interferencia entre los individuos. Esos instrumentos llegaron a un punto tal que condujeron a lo que llamé 'un estado de aislamiento colectivo'. Las acciones de la vida humana se realizan cada vez más a distancia a través de pantallas".
-Se trata de un camino derecho no hacia a una nueva construcción sino hacia la destrucción. Usted define este momento histórico como “la hora de los ajustes de cuentas”.
-¡ Absolutamente! Hay tanto resentimiento como ganas de ajustar cuentas. El resentimiento viene de muy lejos, mucho más allá de las generaciones. Son los abuelos que han vivido muchas decepciones como las crisis económicas, el desempleo masivo, la generalización de las desigualdades. Las generaciones posteriores atravesaron las mismas dificultades, con lo cual el resentimiento se fue transmitiendo de generación en generación. Luego, con los instrumentos de la expresividad, de la hiper individualización y de la exposición de sí mismo le permitieron a cada persona ajustar las cuentas con las fallas y los resentimientos y la injusticia. El genio del tecnoliberalismo radicó en que puso en manos de los individuos los instrumentos para que puedan mostrar sus resentimientos y sus descontentos. Y ello según modalidades que alientan la acepción, las formas definitivas como ocurre, por ejemplo, con Twitter. El tema de la interfaz es decisivo. Decir, como en Twitter, una verdad en 280 caracteres… ¿hacia dónde vamos?
Son afirmaciones definitivas y, al final de cuentas, el rechazo del otro. Ese es precisamente el advenimiento de los tiranos: cuando el otro no es que deja de existir, sino cuando mi palabra vale más que todo, está primera que todo. Twitter es un soliloquio continuo. La gente habla sola, aunque tenga la impresión de intercambiar. En Twitter no hay intercambio. Hay una jerarquía en la cual mi palabra está en primera línea, no existe nada horizontal. Y, en todo esto, la gran paradoja de los movimientos anticapitalistas está en que se expresan a través de plataformas de Silicon Valley. Es una imagen perfecta de la impotencia y del fracaso de las modalidades. ¡Es grotesco! Hoy hay una distancia, un hiato entre el flujo de palabras, de verbo, que no produce nada más que los olvidados del presente, y la falta de acción que constituye uno de los dramas de nuestro tiempo. ¿Qué es la condición política según Aristóteles y luego redefinida por Hannah Arendt ? Es un buen equilibrio entre la acción y el verbo. La acción está primero y el verbo viene luego a comentar esa acción para ver cómo se pueden mejorar las cosas. La acción permite que se juzgue y el juicio a su vez permite rectificar.
Hoy estamos en una situación que consiste en creer que la palabra sirve como política. Pero hoy, la palabra sirve para la vanidad y para generar beneficios a las plataformas de Silicon Valley. La gente cree que generando discursos que no sirven para gran cosa en las redes sociales se llega a algo. Eso es una catástrofe social y política. No produce nada y es peligroso en el seno de una sociedad en la cual cada persona hace valer en las acciones y las palabras la primacía de uno mismo porque puede conducir a lo que he llamado “un posible totalitarismo de la multitud”. Sería como un fascismo de un nuevo tipo que no estaría dirigido por figuras sino por una crispación de todos contra todos. Ese es el peligro latente de la nueva condición política: la negación total del otro. Los años 2010 fueron el germen de este ethos posible que no cesa de germinar. Si se radicaliza puede conducirnos a situaciones desastrosas.
-En la Argentina hay un ejemplo sobre esa forma de locura totalitaria con el fallido intento de asesinato contra la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner por un grupo de fascistas tiránicos. Usted ha tratado esos fenómenos en uno de los capítulos de su libro que se llama, precisamente, “Las tablas de mi l-Ley”.
-Hay grupos de personas cada vez más numerosos que, tras muchas decepciones a lo largo de los años, dejan de creer en el pacto social o en el valor de la palabra política como rebajadora de los sufrimientos individuales. Entonces, la verdad pasa a ser únicamente la de su propia subjetividad burlada y agraviada. Ello los lleva a intentar imponer su propia ley y llegan hasta el asesinato de los supuestos responsables de sus interminables males y humillaciones.
-Todo esto creó un individuo no participativo, que se esconde, que no adhiere a nada, que se aleja y, al mismo tiempo, participa.
-Todo el mundo participa en la vida social al mismo tiempo que la gente se siente muy rechazada. El gran interrogante que se nos plantea es el siguiente: ¿qué hacemos con nuestra impotencia? ¿Acaso la transformamos en instrumento de potencia que no destruya al otro? ¿O acaso usamos las modalidades que paralizan las posibilidades de construir en común al mismo tiempo que bloqueamos las capacidades de nuestra propia emancipación personal? Nos encontramos en un estado creciente de impotencia. Hay grandes fuerzas que deciden sobre la dirección general del mundo. Desde el giro liberal hay potencias económicas que afirmaron la primacía de los beneficios de las lógicas económicas a todos los niveles de la sociedad. Esa lógica nos llevó a la impotencia, es decir, a sentirnos como un solitario engranaje entre tantos otros que hay en la sociedad. Ahí está también la clave de la atomización.
Desde la Revolución Industrial la lógica de la sociedad estuvo orientada hacia la obtención de beneficios y ello hizo de las personas simples engranajes. El modelo emblemático de esto es el paso del artesano al obrero. El artesano era el propietario de su modelo de producción con todo el conocimiento que tenía. La organización tecnoeconómica desplazó al artesano y creó esta sociedad moderna en la que somos un mero engranaje. Peor aún, desde hace un cuarto de siglo, el sentimiento de impersonalización, la sensación de inutilidad y de invisibilidad de uno mismo llegó a un grado tal que ya se trata de humillación. Al mismo tiempo, a través de las plataformas para la expresividad de uno mismo, el tecnoliberalismo creó instrumentos para resaltar la importancia y la visibilidad de uno mismo, para reafirmar nuestra importancia ante los demás. Hay como una trampa donde esa impotencia conduce a un camino sin salida que no se ve. Cada individuo cree que va por su propio camino, que obtiene el reconocimiento y la legitimidad. Pero esto no construye nada.
-El individuo tirano está en el centro de todo esto. Es incapaz de tener lazos constructivos.
-Pienso cada vez más en el presente que viene, en el presente inminente. Mucha de las cosas que nos ocurrieron en los últimos 20 años por medio de la híperenergía del tecnoliberalismo, de la industria digital, de la Silicon Valley, fue a una velocidad tan impresionante que, cada vez que reaccionamos, lo hicimos después del hecho. Nos cuesta entender qué está ocurriendo en el presente. En este libro está el diagnóstico del individuo tirano, de la crispación en la que vivimos, de este camino sin salida y de sus ilusiones, que son potentes, y, también, el hecho de que todo esto está consolidándose y agravándose sin que se cristalice la capacidad de actuar masivamente. Creo que hay que restaurar la gran vocación de la política institucional como los servicios públicos, la posibilidad de que las instituciones garanticen la salud, el bienestar, la educación, es decir, todo lo que desde hace 50 años fue puesto bajo la óptica de una lógica de contabilidad.
Hoy hay una conciencia de que las cosas fueron demasiado lejos. En Estados Unidos y en Europa hay decenas de millones de personas que renuncian a sus puestos de trabajo. Creo que nunca como hoy se dio un fenómeno tan grande de saturación a todos los niveles, las condiciones de trabajo, las políticas económicas, y, al mismo tiempo, jamás hubo como hoy tantas ganas de otra cosa. El COVID fue un amplificador de este fenómeno. Estamos en el inicio de una toma de conciencia. Nunca hubo antes una tal celebración por lo alternativo. Hay un montón de gente que de un día para otro lo deja todo para ir al campo a hacer perma agricultura, o se van a abrir librerías, cooperativas, o crear asociaciones para trabajar artesanalmente. Es muy interesante porque quiere decir que hay voluntades para crear modos de funcionamiento más virtuosos, con relaciones más equitativas entre las personas, más respetuosas de la biosfera. Sin embargo, este movimiento no se plasmó aún en una sociedad. Pero es precisamente ese movimiento al que hay que alentar. Es preciso institucionalizar todo lo que es alternativo. Si los años 2010 fueron años durante los cuales de forma ciega e ideológica se respaldaron las start-up, lo que, al final, desembocó en lo que llamé la mercantilización integral de la vida, hoy es preciso que el dinero público vaya hacia todas las iniciativas alternativas en todos los campos de la vida. Aquí estaríamos en una acción crítica ante el presente y se buscan los medios para el futuro. Estamos en un momento pivote. Si no nos preguntamos a quién tenemos adelante, hacia dónde y cómo nos organizamos, estamos perdidos.
Temo que lo que he llamado “el estado de aislamiento colectivo” organizado por toda una historia económica y las tecnologías personales con la pantalla como instancia llamada a ser un útil de interferencia mayor entre los individuos atrase o perturbe lo que también llamo “la primavera de lo colectivo” y las iniciativas alternativas. Estamos en un proceso de multiplicación de las pantallas, la pantallización de la existencia, y de la sacralización de las redes sociales que no hará más que incrementar el estado de aislamiento colectivo. Eso es precisamente la meta del Metaverso que apunta a que, cada vez más, las acciones de la vida humana se operen a distancia a través de las pantallas. Esto es la intensificación de un proceso de aislamiento de los individuos, de racionalización de la sociedad y de mercantilización: habrá una calificación continua de todos los gestos, sean las miradas, los ritmos fisiológicos, una comprensión física y psicólogica del cuerpo de forma continua. Estamos ante un proyecto de control absoluto de lo colectivo y lo alternativo. Aquí hay verdaderamente luchas. Habrá luchas contra un tecnoliberalismo que solo apunta a acentuar la curva mediante la inteligencia artificial, la interpretación de los comportamientos, al que llamo “la organización algorítmica de la existencia”, con la meta de racionalizar a la sociedad. Este es el gran combate por la civilización para este y el siguiente decenio.
-Usted lo puntualiza con mucho fervor y pertinencia: la gente no mide el impacto que las tecnologías de la información han tenido sobre nuestra psicología colectiva.
-Una de las metas este libro sobre el individuo tirano fue precisamente observar las incidencias de estas tecnologías en nuestra psicología y en nuestro psiquis y las forma en que estas tecnologías nos han modificado. Creo que es preciso volver a ver la historia de las técnicas bajo la lupa de la historia de las posturas del cuerpo. Hoy tenemos un cuerpo móvil y un cuerpo maliciosamente orientado. Esta movilización de las pantallas y las señales que organizan hasta el confinamiento con los Metaversos hará que la verdad provenga mucho más de las pantallas que de nuestros semejantes, los otros. Nos entregamos a las herramientas tecnológicas para organizar nuestra existencia en vez de hacerlo con nuestras intuiciones, los otros, con formas de construir conjuntamente. Todo nos reenvía a la interfaz y al agotamiento de lo sensible.
-Pero en esta historia no somos inocentes: hemos participado mansamente en esta inmensa mascarada organizada por el tecno liberalismo. Usted escribe a este respecto que fuimos “corderos dispuestos, adormecidos. Hemos expandido los instrumentos de nuestra sumisión”.
-Hemos sido impotentes convencidos de que teníamos una inmensa capacidad de acción. Sin lugar a dudas que hemos caído en la trampa de un procedimiento económico que organizó el control de nosotros. Al mismo tiempo que ese procedimiento desplegaba su control sobre nosotros producía instrumentos que nos hacían creer que éramos autónomos. Es extraordinario. En este 2022 tenemos los medios de rever toda la historia del capitalismo como una historia de la técnica, como una historia tecnoeconómica. Cuando las lógicas y los procesos económicos se organizaron para alcanzar su máximo de optimización y de productividad, especialmente a través de la mecanización del trabajo, se organizó también el modelo según el cual cada individuo no es más que un engranaje y, por consiguiente, la pérdida de valor del propio individuo en todos los niveles de la sociedad. Simultáneamente, esas mismas lógicas económicas produjeron instrumentos que dieron la impresión de que acentuaban nuestra autonomía: el primero fue el auto, que pasó por ser un instrumento de libertad. Sin embargo, con internet, los teléfonos móviles y todas las plataformas se llegó a un punto en el cual, sin piedad, ese mismo tecnoliberalismo, que fue organizado en sus modelos de producción, fue el que le dio a los individuos los instrumentos mediante los cuales creyeron que se habían liberado, que se expresaban mejor, que ganaron márgenes de autonomía.
Todo el mundo cayó en la trampa con la idea de la emancipación mediante las redes. Es una broma haber creído que escribiendo en un teclado en los foros de discusión se creaba un proceso emancipador. El discurso desarrollado por toda esa industria dejó suponer que cada persona iba a trazar su propio camino y realizarse mediante la satisfacción. Fue una trampa absoluta tendida por una industria que supo hacemos caer en la trampa con la idea de una suerte de ebriedad de nuestra expresión y de nuestra supuesta autonomía. Eso es precisamente el aislamiento colectivo. Creo que una de las luchas políticas decisivas de esta década es la lucha por la reconquista y la reafirmación de nuestra sensibilidad, de nuestras capacidades sensibles. Hay que restaurar las modalidades sensibles. La era del individuo tirano es el momento en que se acepta con ignorancia y resignación mantener relaciones con el mundo y los demás únicamente a distancia y a través de las pantallas. Se pasó de la economía de los datos y de las plataformas a la economía de la distancia. ¿Somos acaso conscientes de la catástrofe que nos acecha y de esta interferencia de las pantallas y la introducción de mediadores y nuevos espías? El Metaverso es un gigantesco instrumento para conocernos e interpretarnos con la idea, una vez más, que seremos más autónomos. No seremos nada. Lo que habrá es un lazo umbilical aún más fuerte con grandes empresas privadas que nos guiarán así en todo momento en una existencia íntegramente algorítmica. La temática de lo sensible y de su expresión es una cuestión política fundamental. Eso es lo que está apareciendo poco a poco. Se trata de medir la proporción entre ambas fuerzas.