En La era del individuo tirano. El fin de un mundo común el escritor y filósofo francés Eric Sadin ofrece un retrato oscuro de esta época. Ha muerto lo común, lo político tal como lo conocíamos. La sociedad ya no existe; existe un rejunte de seres. Ha emergido un nuevo ethos, una subjetividad favorecida por los celulares e Internet, que proveen autonomía en choque con un panorama de pobreza, precarización, desigualdad y humillación, en el que afectos como el odio y la rabia son corrientes. El texto del francés, editado en Argentina por Caja Negra, avanza con fluidez por dos razones: no sólo es un rico análisis cultural y político, lleno de detalles y buenas ideas, sino que también destaca por su prosa y posee vuelo, algo no tan habitual en los libros de filosofía.

Crítico agudo de la mutación tecnológica, autor de libros como La silicolonización del mundo y La inteligencia artificial o el desafío del siglo, Sadin cambia aquí el foco para centrarse en la psicología individual y colectiva. En este trabajo vale cada párrafo y cada idea está perfectamente hilada a la anterior, con un ojo deductivo que va de lo particular a lo general, arribando siempre a algún lugar inesperado.

Sintetizando mucho, la tesis es la siguiente: en el transcurso de los años 2010 surgió una nueva condición del individuo contemporáneo. Está hecha de dos tendencias contrapuestas, de una "dislocación". Por un lado, las personas no se sienten dueñas de sí mismas, viven presiones permanentes en el ejercicio de sus trabajos, son confrontadas cada vez más con situaciones "brutales y precarias", no llegan a fin de mes, la desigualdad se agrava, disminuyen los servicios públicos y la solidaridad. Por el otro, están equipadas por tecnologías que les hacen "más fácil la existencia", les dan acceso inmediato a la información, les dan voz, habilitan la expresión de la propia opinión, otorgan una sensación de autonomía.

El núcleo de la era del individualismo tirano es la "abolición progresiva de todo cimiento común". En su reemplazo hay un "hormigueo de seres esparcidos que pretenden de aquí en más representar la única fuente normativa de referencia y ocupar de pleno derecho una posición preponderante". "Es como si, en dos décadas, el entrecruzamiento entre la horizontalidad supuesta de las redes y el desencadenamiento de las lógicas neoliberales (...) hubiera llegado a una atomización de los sujetos que es incapaz ya de anudar entre ellos lazos constructivos y duraderos, para hacer prevalecer reivindicaciones prioritariamente plegadas sobre sus propias biografías y condiciones", explica el autor.

La expresividad es la "nueva pasión contemporánea": nos narramos a nosotros mismos como si la propia existencia fuera excepcional; sentimos pasión por organizar una narración de la propia vida. No nos basta con tener experiencias, deseamos duplicarlas en relato y sólo allí parecen tener validez. Por esta premisa el pensador dedica páginas y páginas a explorar los pormenores y funciones de, entre otras, tres de las redes sociales más importantes, por orden de aparición: Facebook, Twitter e Instagram. El escritor también aborda plataformas como Uber, que permiten evaluar el servicio de cada conductor, o las apps de citas, que al invitarnos a deslizar hacia la izquierda perfiles que no nos interesan nos hacen sentir dueños no sólo de nuestros aparatos sino también de los cuerpos ajenos.

Antes de desmenuzar las redes sociales --aspecto muy entretenido del libro que recién llega en la parte 3--, Sadin hace un recorrido, también cronológico, arrancando en la posguerra, por las circunstancias políticas, económicas y culturales que derivaron en el ethos actual. Porque este ethos no nació solamente de los celulares e Internet; se fue construyendo. Hace una breve crónica, década por década, para argumentar cómo se llegó a un presente de "saturación" en el que prácticamente nadie puede imaginar "horizontes providenciales", pues eso sería un lujo. El punto de partida es un análisis rápido del origen del liberalismo moderno, a través de la figura de John Locke. El proceso que construye la era del individualismo tirano pasa también por el mito del self-made man propio de la cultura neoliberal y el narcisismo de masas de las sociedades de consumo. 

En esta primera parte se empieza a ver algo del enfoque que estará presente en todo el texto: para Sadin el mundo cultural ocupa la misma importancia que el político. Son materia de su análisis las tablas de skate, las funciones que incorporan los programas de radio, los reality shows, la descarga gratuita de películas, Siri, las selfies, los monopatines eléctricos... Casi todo fue atentando contra la sociabilidad. Y si bien las redes dan la idea de estar más comunicados es una ficción sin injerencia en el plano de lo real.

La posverdad y el fenómeno de las fake news también integran este ensayo. Forman parte de una nueva era en la libertad de expresión. No se oponen lo verdadero y lo falso, sino el yo y el nosotros. Surgen "subjetividades revanchistas", "particularismos autoritarios" que pelean por construir su propio relato de las cosas y "torcer el pescuezo a todos los discursos que se supone surgen del orden 'oficial'". Un ejemplo reciente es lo que pasó en la pandemia. La sociedad no está fracturada: no hay sociedad. Dentro de las minorías Sadin se ensaña con el lenguaje inclusivo, el Me Too, la ruptura del género binario. Estas disquisiciones son poco originales, también antipáticas porque pareciera habérsele perdido de vista el lugar desde el cual enuncia: hombre, occidental, blanco, con un lugar reconocido en la palabra pública. 

Esta es la época del odio, afecto que emergió en los noventa, hoy inherente a todos los individuos y canalizado en las redes sociales. En el plano político, es la época de un fenómeno inédito: el tambaleo reiterado de las estructuras tradicionales de poder, la ingobernabilidad permanente. En las últimas páginas el autor focaliza en nuevas formas de violencia: desde los altercados y comportamientos maleducados en el espacio público a asesinatos a conocidos o desconocidos que operan como chivos expiatorios.

Tal vez imbuido él mismo por el clima de esta época, el filósofo apenas dedica unas líneas a trazar hipótesis sobre el futuro: quizá lo que venga sea un "fascismo de nuevo cuño", "un fascismo individual atomizado". Ante esta posibilidad, la Historia impone la reconstrucción de lo común.