En medio de una gira por Cuba, donde se estaba presentando  en el Festival del Caribe junto a un grupo de artistas cordobeses, falleció el cantautor mendocino Jorge Marziali. Fue autor de temas como “Los obreros de Morón”, “Cebollita y huevo”, “Este Manuel que yo canto” o “Coplas de la libertad”, verdaderos himnos que allá por los ‘80 pusieron música a la primavera democrática, y que con el tiempo  se convirtieron en clásicos de peñas y guitarreadas. Había cumplido 70 años el 19 de febrero último, y entonces la Secretaría de Cultura de Mendoza le había realizado un homenaje en la puerta de su casa. Con esa forma sencilla y entre amigos, transcurrió la vida y la carrera de Marziali.  

Marziali ejerció con convicción y tenacidad el oficio de juglar, y a esa idea integral de artista –el de quien compone y canta, pero también recorre caminos abriendo espacios para poder decir– le puso el cuerpo y el canto. En tiempos de restricción de espacios para la música popular, como el actual, mostró de qué se trata esa idea. Cuando el año pasado la radio Nacional Folklórica levantó Palabra que anda, el programa en el que desde hacía años el mendocino decía lo propio y abría el juego a sus colegas, él no se quedó quieto. Junto con el gremio docente UTE, su compañera Marita Londra y otros compañeros de ruta, ideó un espacio que llevó ese nombre, casi como una bandera que no estaba dispuesto a arriar, y allí convocó a artistas de todo el país. “Veníamos buscando un auditorio donde poder presentar muchos juglares que se preocupan por los contenidos de las letras y por una estética digna. Nada nuevo, lo que se llama canción de autor”, contaba a este diario entusiasmado tras la concreción de esa idea. “Toda la plata de la entrada es para quienes cantan. Todos talentosos juglares del país, que tienen un por qué cantar, no solamente un con qué”, explicaba el sentido de su arte, tal como él y muchos lo entendían. 

En aquella entrevista Marziali explicaba por qué él se sentía un juglar, antes que un trovador: “Los juglares eran gente del pueblo que andaba por los caminos cantando, contado y llevando noticias, por su propio impulso. Los trovadores eran más amanuenses frente al poder; a ellos les garpaban los reyes, a los juglares no les garpaba nadie. Iban viajando, observando y contando lo que pasaba. Nuestro oficio es hacer eso mismo, con belleza, con la palabra poética. Pero sin dejar de contar lo que pasa: en estos momentos en que hay tanto silencio, o mejor dicho tanto silenciado, ese contar y cantar es más necesario que nunca”, advertía.

Orgullosamente mendocino, como explicitaba en todo momento, Marziali se radicó en Buenos Aires en 1976, pero desde muy joven se lanzó recorrer el país. No sólo con recitales: fueron numerosas las charlas y conferencias en universidades, escuelas y centros culturales que dio, siempre guitarra en mano. Entre otras incursiones, llevó su música y su palabra al teatro, como cuando junto a Daniel Viola presentó Jauretche camina. También actuó en cine: luego de componer la banda sonora de la película  El general y la fiebre, en la que Jorge Coscia rodea la figura de San Martín, debutó como actor.

Su primer recordado disco, Como un gran viento que sopla, acompañó la primavera democrática de 1983. Le siguió Marziali cerca nuestro, de 1986, que lo afirmó en la nueva canción argentina y dio a conocer su música fronteras afuera. Su tercer disco, Marziali de diario, de 1990, tuvo portada de Hermenegildo Sábat y presentación de María Elena Walsh. Entre otros trabajos como Miradas o Padentrano, se destaca ¿Y por qué?, un disco con doce canciones para niños por el que recibió varios reconocimientos. 

Con voz poética propia y actual, la obra de Marziali abordó todos los géneros del folklore, rescatando ritmos menos difundidos como la refalosa o la polca, y valorizando la letra en el cancionero argentino. El canto popular fue su elemento. Desde allí supo contar en tiempo presente una realidad propia, retomar la historia latinoamericana, sus tristezas y alegrías, sin dejar de hablar de amor, de personajes de la vida o de pequeñas anécdotas cotidianas, o de hacerlo con humor. Mostró  ese arte en canciones como “El Cuchi musiqueador”, “El niño de la estrella”, “La Sixto violín”, “Cuando Perón era Cangallo”, “Así hablaba don Jauretche”, por sumar solo algunas.  

Solía citar a Violeta Parra: “Inventen ritmos, el arte es un viaje sin plan de vuelo”. En eso anduvo durante estos setenta años.